Assange y Snowden frente a la arquitectura de la opresión y el espionaje

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Poco tiempo ha pasado desde que el presidente ecuatoriano Moreno entregó a Julián Assange a las autoridades británicas, en sintonía con los intereses de Estados Unidos, que no perdonan que el fundador de Wikileaks haya revelado documentos con las prácticas de tortura empleadas en Guantánamo, las violaciones a los derechos humanos y asesinato de civiles cometidas en Irak y Afganistán, entre otros documentos secretos. Snowden, quien reveló el espionaje global que hace la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) sigue exiliado en la Federación Rusa, imposibilitado de regresar a su país.

El fenómeno del espionaje global, el papel de los servicios de inteligencia y la vigilancia masiva en el marco de lo que se comienza a denominar como un complejo securitario digital, está abriendo nuevos escenarios para el campo de la guerra como para el campo de la política. El epicentro de este dispositivo que se despliega y consolida a nivel mundial es Estados Unidos. Aquí se sostiene que no reemplaza, sino que convive –y construye poder– junto al complejo militar industrial, término utilizado por Eisenhower en su discurso de despedida como presidente en 1961, en el que advertía el peligro de la influencia injustificada de este sector para el futuro de Estados Unidos y sus posibles efectos desastrosos.

Ramonet sostiene que el ciberespacio se constituye como un quinto elemento, dando lugar a nuevas formas de concebir la defensa y las estrategias de seguridad de un país/región y que, en efecto, ha nacido un nuevo complejo securitario digital que adquiere cada vez mayor relevancia, el cual consiste en una alianza entre las mayores empresas privadas globales de Internet y la principal potencia militar: Estados Unidos.

El espionaje, incluso masivo, no es nuevo. Luego de la segunda guerra mundial Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá habían diseñado un programa de intercepción de comunicaciones a nivel global (UKUSA). Lo que resulta destacable es el perfeccionamiento constante, la sofisticación y el alcance de estos sistemas de vigilancia y de obtención de información tanto para la persecución/acción política como para los réditos de las empresas que utilizando la información vertida, conocen mejor los gustos e inclinaciones de sus posibles consumidores. El español sostiene que en la era de Internet, la vigilancia se ha vuelto omnipresente y totalmente inmaterial, imperceptible, indetectable, invisible. Además, ya es, técnicamente, de una excesiva sencillez.

Un hecho no menor es que la más conocida de las 12 agencias de inteligencia de Estados Unidos (la CIA) haya sido vulnerada con la revelación de miles de documentos secretos. O’Donnell resume que se trata de una serie de instructivos, escritos en clave informática, con programas de virus y troyanos para pinchar con la última tecnología todo tipo de teléfono, computadora y televisor inteligente, incluyendo comunicaciones justo antes y después de ser encriptadas en smartphones de iPhone y Android por personas que pensaban que sus comunicaciones eran seguras precisamente porque eran encriptadas.

Por otro lado, merece una breve caracterización otra de las agencias más importantes de Estados Unidos, que gracias a las revelaciones de Snowden, hoy podemos conocer mayores elementos de su capacidad de despliegue. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) emplea directamente a unos 30 mil agentes, y dispone de 60 mil personas más, reclutadas por empresas privadas. De todos los presupuestos destinados a los servicios secretos estadounidenses, el más importante es el de la NSA. Además, realizó acuerdos con decenas de empresas telefónicas, de ingeniería informática y electrónica y con servicios de inteligencia de otros países para obtener mayor y mejor cantidad de información.

Como señala Snowden, estamos ante una minuciosa y peligrosa arquitectura de la opresión. Esta es la esencia del complejo securitario digital que, todo indica, tendrá cada vez más incidencia en el siglo XXI. El rumbo de la mundialización está en disputa y como contrarrestar estas tendencias desde una lógica solidaria y humanista que no contribuya a la cultura del descarte, al decir de Francisco, constituye un gran desafío para este siglo, en el cual los pueblos, respetando y aceptando la pluralidad de identidades e historias, debemos ser los protagonistas.

Nicolás Canosa

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