Biden: Incógnitas de dolores y alegrías

En las últimas semanas, se desplegó en Estados Unidos el prisma del maniqueísmo binario de buenos y malos, que anula el análisis, fortalece los fundamentalismos e impide desplegar las perspectivas a futuro. El mundo de la información, centrado en el poder de EE UU, ha descripto las últimas semanas, las elecciones de ese país con el prisma del maniqueísmo binario de buenos y malos, que anula el análisis, fortalece los fundamentalismos e impide desplegar las perspectivas a futuro. Por lo tanto, evitaré entrar en ese juego, del que la cadena mundial de la comunicación es adicta.

Es claro que las historias de Trump y Biden son diferentes. Uno viene del mundo duro de los negocios, de la comunicación, de crear personajes de acuerdo a sus necesidades y actuar en consecuencia. Su ideología es él mismo y sus necesidades. El otro ha recorrido su vida en esa sumisión de lo “políticamente correcto” en EE UU, de aceptar las reglas del juego, que siempre exceden a los Presidentes, por más macabras, brutales e inhumanas que sean, en función de su Seguridad Nacional.

Ambos tapizan sus sueños con crímenes cotidianos, cargan en sus conciencias desde asesinatos a desplazamientos y expulsiones forzadas de millones de personas en el mundo y en su país, en general inmigrantes y sus hijos, nacidos en EE UU. Todo sea por el sueño americano del Americam Way of Life o el Destino Manifiesto.

Bajo esas premisas EEUU, convirtió al mundo en su espacio de control, intentando ser hegemónico: América Latina, su patio trasero; Medio Oriente, su control de recursos estratégicos; el Mar de la China, la muralla invisible militarizada, con la cual intentó evitar la expansión china; el Estrecho de Ormuz controlado para la provisión de combustibles; Europa dependiente y monitoreada por el Reino Unido, su socio estratégico; Rusia, su enemigo a quien bloquear y los Balcanes fragmentados, lo mismo que África y los países caucásicos. Para cada región, una estrategia, a lo largo de los años, sin solución de continuidad entre demócratas y republicanos. Guerras que inició Bush las continuó Obama. Millones de muertos en Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Líbano y el pueblo Palestino, bajo el mando de sus aliados, Israel y Arabia Saudita, dieron cuenta de la destrucción de ciudades, tapizadas de muertos y desplazados, que la prensa hegemónica muestra como una foto de cadáveres flotando en el Mediterráneo, sin explicar jamás de qué huyen.

Entonces, las explosiones caricaturescas de Trump, xenófobo, racista, intolerante, misógino, violento, son su ideología supremacista y blanca, que intenta desplegar fervor nacionalista en los obreros industriales de Detroit y lo logra. Acude a los sentimientos, usa a los violentos en su despliegue intolerante. Pero es el primer presidente en 60 años que no inició una sola guerra en 4 años. No es un elogio, sólo una descripción. Siguió asesinando por drones a 18 mil km. de distancia, a personas que, sin ser juzgadas y condenadas, “deben ser eliminadas”.

Antes Obama y Bush. Seguramente Biden, seguirá el mismo derrotero, casi impuesto por el aparato industrial, militar, farmacéutico, que de la mano de Wall Strett y los Fondos de Inversión supranacionales, deciden los destinos y arrasan soberanías nacionales, en todo el mundo.

Los demócratas, con Biden de vice, en acuerdo con los republicanos, en una negociación para que firmar el Tratado Transpacífico (herramienta de aislamiento a China), ofrecieron poner en marcha la IV Flota en el continente; después de 45 años, abrir algo las relaciones con Cuba, terminar con las FARC en Colombia y dedicarse a eliminar o aislar los populismo en América latina, destruir el Unasur y evitar la entrada de nuevos jugadores económicos y sociales, en especial China y Rusia. Esa guerra se desarrolla hoy con las vacunas Covid 19, en tres niveles: geopolítico regional, industria farmacéutica y posesión de patentes, cuyos dueños son los Fondos Buitres.

Desde entonces EE UU instaló el lawfare, los golpes parlamentarios y judiciales, más los cívico-militares cuando esas herramientas se agotan, como en Bolivia. Se creó el Grupo de Lima para atacar Nicaragua, Venezuela y Cuba; se eliminó la Unasur y se persiguió a los líderes populares con la consigna de la anti corrupción. Biden y Trump reconocieron un presidente “designado” en Venezuela junto a la OEA y avalan el bloqueo criminal. Todas son operaciones encubiertas realizadas por servicios de inteligencia norteamericanos, desde las Embajadas y su apoyatura interna cooptada.

Pero un operación le salió mal a EE UU en Rusia con Ucrania, cuando promovieron un golpe de estado pro OTAN y Putin se quedó con Crimea. Insistieron con el despliegue misilístico en Polonia, Bulgaria, Rumania y Ucrania, escudo anti ruso, que fue desarmado por presión de la UE. Ahora en todos esos países asumieron gobiernos xenófobos filonazis, promovidos por el diseño de Steve Bannon, creando la liga negra de las derechas europeas, que apuntalaron el Brexit y fortalecieron liderazgos tipo Le Pen (Francia) o Salvini (Italia). El ahora indultado Bannon: ex jefe de campaña de Trump, de Bolsonaro, ex Ceo de Cambrige Analytic y de Goldman Sachs (Clarín), ejecutor del golpe en Bolivia y guionista de Cambiemos. Recordemos: Trump no indultó a Snowend ni Assange.

En tanto Rusia avanza en sus alianzas De ello dan cuenta Siria, combatiendo al ISIS (creación de la CIA, Mossad y MI6 inglés); con Turquía e Irán en un eje estratégico; con Alemania a través del SITREAM ll gaso-petroducto; con los chinos (U$S 400 mil millones en reequipamiento militar espacial). Con Irán y Yemen controla el Estrecho de Ormuz donde circula el transporte de crudo a Europa, única vía desde Oriente.

Y China, único país en crecimiento en el 2020 pandémico, sigue desplegando islas artificiales en el Mar de la China, botando submarinos y portaaviones nucleares. Y en la guerra corta, empareja el poder de fuego de la VII Flota. Por ese mar pasa el grueso del comercio mundial. Desplegó la Ruta de la Seda vía marítima y terrestre, con acuerdos con Italia y Francia, abastece a Europa en menos de 7 días. Y adelantó sus planes del 2027 (del 24° Congreso en 2014), en su 15° Plan Quinquenal: creó el Banco Asiático de Infraestructura e Inversión, ante la crisis del euro y del dólar, previendo la devaluación, con el objetivo de instalar el Yuan como moneda de cambio. Lo logró en 2018. Ese banco compite con el FMI.

Mientras, EE UU perdió la Guerra en Afganistán tras 17 años, tuvo una retirada acordada con el Talibán y firmada por UN. Nunca pudo salir de Kabul. Perdió Irak, hoy chiita aliados de Irán; fracasó en Siria, Libia es inviable y destruida; su aliado Arabia Saudita no puede con Yemen, al que bombardea a diario desde hace cinco años, y provoca la mayor catástrofe humanitaria del siglo XXI, ante los ojos de un mundo mudo.

¿Entonces que será de Biden? Sólo más de lo mismo. Con mayor compromiso formal con el medio ambiente, volviendo a los Tratados de París, pero comprando hipócritamente, cuota partes de contaminación a países desindustrializados; financiará OMS y OTAN, intentará quebrar a los republicanos adentro y Trump creará su propio partido a futuro, rompiendo el bipartidismo acordado.

Lo dijo Perón en 1968: EE UU creó su democracia con dos partidos de derecha, para dominar la política interna e internacional.

La crisis civilizatoria que desnudó la pandemia, será el eje de la lucha política internacional a futuro: la humanidad está en peligro, con el calentamiento global que anticipa peores catástrofes. Sólo un mundo multipolar en paz, con reglas de juego antropológicas biocéntricas, permitirá sobrevivir.

EE UU no puede garantizarlo y es parte del problema.

Jorge Rachid

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