Bolivia: ¡Ojo con los “autonomistas” de Santa Cruz!

Las historias mejor conocidas del Estado plurinacional de Bolivia tuvieron lugar en la región del altiplano y valles andinos (450 mil 569 kilómetros cuadrados, 8.5 millones de habitantes). Y las menos conocidas en la región oriental de la llamada Media Luna (648 mil kilómetros cuadrados, 3.5 millones de habitantes).

Los nueve departamentos bolivianos han padecido, literalmente, los traumas históricos de una sociedad partida. En los del Altiplano predomina el espíritu democrático, y en los de la Media Luna (Santa Cruz, Pando, Beni), el espíritu retrógrado. Regiones que cargan con lecturas disímiles en torno a las nociones de Estadosoberanía y nación.

En términos relativos, la historia política de Santa Cruz de la Sierra empezó a mediados del siglo pasado. En 1950 el departamento representaba apenas 3 por ciento del PIB del país. Y hoy, con base en la actividad agropecuaria, forestal, minera y de hidrocarburos, más de 30 por ciento.

El ubérrimo territorio cruceño ocupa una superficie levemente menor que la de Alemania (y una población 54 veces inferior) y su potencia económica condiciona a toda Bolivia: 26 por ciento de las exportaciones globales, 60 de las no tradicionales, 70 de las agroexportaciones, y más de 70 por ciento de los alimentos.

Una economía relativamente próspera, pero en manos de oligarquías que heredaron “siglos de prejuicios, intolerancia, eugenesia, endogamia institucional y un ethos feudal y caciquista que siempre miró con desdén a ‘los indios’ […] convencida de estar en un país que le pertenece, y que nunca renunció al separatismo” (Guillermo Delgado P., Memoria, número 235, México, abril/mayo 2009).

Por otro lado, la codicia del capitalismo internacional siempre miró a Bolivia con atención. Por ejemplo, el 2 de marzo de 1959, la revista estadunidense Time publicó una crónica en la que proponía la polonización del país andino amazónico. Esto es, desaparecerlo, desmembrarlo y borrarlo del mapa para ser dividido entre sus vecinos.

Tono levemente similar al empleado en 1977-78 por varios medios estadunidenses, proponiendo a Bolivia como un posible destino para los africanos blancos de Sudáfrica, Rodesia y Namibia. Corrían los años del dictador Hugo Bánzer, y una compañía apócrifa llamada Anglo Bolivian Cattle Co (con dirección en Vermont) ofrecía tierras baldías para su venta, tasando 2.4 hectáreas de tierra del oriente boliviano, en 18 dólares ( Financial Times, 8/2/77; Wall Street Journal, 3/6/76, y The New York Times, 14/12/74).

Bolivia tiene una larga experiencia en esto de perder territorio a manos de los vecinos más fuertes o del accionar mediático de las corporaciones trasnacionales. Nació a la vida independiente con 3 millones de kilómetros cuadrados, y en la actualidad cuenta con poco más de un millón. En la Guerra del Pacífico o del salitre, Chile la dejó sin mar (1879-84); en la del Acre o del caucho Brasil la despojó de 254 mil kilómetros cuadrados (1899-1903), y en la del Chaco (1932-35) perdió 100 mil a manos de Paraguay.

El autonomismo torcidamente entendido, y los mitos racistas de la cruceñidad han sido parte del arsenal separatista lunático. En mayo de 2008, las autoridades de la región organizaron por su cuenta una consulta autonomista. Previo a ella pobladores andinos que habitan en Santa Cruz, Pando y Beni (además de Sucre) fueron brutal y selectivamente asaltados por hordas que vestían camisas negras y usaban la esvástica como emblema.

El  en favor de la autonomía regional fue aprobado por 85.6 por ciento en la ciudad capital de Santa Cruz. El gobierno de Evo calificó de ilegal la consulta y, para aliviar la tensión, puso en juego su mandato convocando a un referendo revocatorio. Evo fue plebiscitado con más 67 por ciento de los votos.

De un lado, júbilo popular con el triunfo reciente del Movimiento al Socialismo (MAS) y el retorno de Evo a su patria. Y, por el otro, sería suicida subestimar, a estas alturas, el irredento odio racial que subyace en vastos sectores de la sociedad boliviana, los de la Media Luna, en particular.

“Este triunfo lo vivo con conciencia de pueblo, porque con el pueblo no se juega…”, expresó el joven Orlando Gutiérrez, secretario ejecutivo de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros, al conocer que en los comicios del 18 de octubre el MAS había cosechado 55.11 por ciento de la votación (3 millones, 397 mil votos).

Y en el polo opuesto, Luis Fernando Camacho, líder fascista y flamante senador por Santa Cruz, quien, crucifijo en mano, leyó un mensaje amenazador tras los resultados obtenidos por su partido, Creemos (14 por ciento, 862 mil 186 votos): No permitiremos que nuestro pueblo sea procesado ni perseguido por levantarse contra la tiranía (sic).

El golpismo boliviano no descansa. Luego de la victoria del MAS, Orlando Gutiérrez fue atacado por una patota fascista y días después falleció en un hospital de La Paz, a causa de los golpes recibidos. Hombre clave en el apoyo de la Confederación Obrera de Bolivia (COB) al MAS, Orlando sonaba para ministro de Trabajo del presidente Luis Arce Catacora.

José Steinsleger

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