Bolsonaro en la ONU, peligro a la vista…

Tan pronto se supo que el ultraderechista Jair Bolsonaro tendrá de someterse a una cirugía el próximo domingo, para tratar de una hernia abdominal, y que como consecuencia pasará diez días recuperándose internado en un hospital de San Pablo, surgieron dos dudas.

La primera: ¿cuál es la urgencia de la intervención, considerada, en términos médicos, de “mediano porte”? La segunda: internándose el día 8, y quedándose otros diez en el hospital, ¿estará en condiciones de realizar el largo viaje a Nueva York a tiempo de pronunciar el discurso de apertura de la nueva sesión de la ONU?

Ambas fueron contestadas ayer. La primera: de acuerdo con los médicos, aunque no sea de extrema urgencia, cuanto antes se realice la intervención quirúrgica, mejor.

De la segunda se encargó el propio Bolsonaro: “Iré a la ONU aunque sea en silla de ruedas o en camilla. Comparecerá porque quiero hablar sobre la Amazonia. Enseñar al mundo con bastante conocimiento, con patriotismo, hablar sobre esa área ignorada por tantos gobiernos que me antecedieron. Ella fue prácticamente vendida al mundo. Yo no aceptaré limosna de ningún país del mundo bajo el pretexto de preservar la Amazonia, cuando en realidad ella está siendo dividida y vendida”.

En su léxico personal y desordenado, lo que Bolsonaro pretende es decir en la asamblea general de las Naciones Unidas que nadie y ningún país son aceptables para un esfuerzo conjunto de preservación y protección ambiental en un área que, desde su llegada al poder, viene siendo devastada.

No es fácil prever cuál será la reacción de representantes de los países con asiento en la ONU cuando Bolsonaro empiece a disparar su tono habitual de agresividad descontrolada.

Mucha razón tiene el ultraderechista cuando asegura que el mundo debería mirarse en el ejemplo de preservación, protección y recuperación ambiental llevado a cabo por Brasil.

Se olvida, sin embargo, de un pequeño detalle: todo eso viene de muchas décadas, un trabajo que él y sus secuaces no solo ignoran como se esfuerzan al máximo para deshacer.

Por tradición desde que la ONU fue creada le toca al presidente brasileño pronunciar el discurso inaugural de apertura de un nuevo periodo. En general, eso ocurre alrededor del 20 de septiembre.

Nunca antes, sin embargo –ni siquiera en los tiempos de dictadura militar–, hubo tanta preocupación por el riesgo de un papelón de dimensiones catastróficas para la ya harto corroída imagen de Brasil.

Bolsonaro ya acusó a las ONG’s de ser responsables por los incendios intencionales que devastan amplias regiones, se enfrentó a Angela Merkel y a Emmanuel Macron, fue grosero con Noruega, en fin, dio amplias y generosas muestras de que su ausencia absoluta de equilibrio ya no se resume a disparar bestialidades en el escenario interno del país.

Además, sigue dedicándose a intentar fulminar las reservas indígenas, estimula el trabajo ilegal de mineros en toda la Amazonia, ve a lo que llama de “fundamentalistas ambientales” trabajando bajo fuerte influencia del “marxismo cultural” por doquier.

Falta todavía un generoso par de semanas. Pero si efectivamente este esperpento aparece para hablar en la ONU, tendremos desde ya asegurada una humillación de proporciones amazónicas.

Eric Nepomuceno

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