Brasil: Medio millón de víctimas

Poco después de las doce del mediodía de ayer se supo: el viernes, el número oficial de muertos por covid en Brasil alcanzó la marca de 500.022. Se trata del número oficial, conviene repetir: es que para investigadores, médicos y académicos, serían al menos 30 por ciento más.

Hora y pico después de la noticia, el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro (foto) se manifestó. En un video de 34 segundos divulgado por sus redes sociales, elogió a los policiales que en los alrededores de Brasilia cazan al asesino de una familia. De la marca trágica del genocidio, puro silencio.

Alrededor de las cinco de la tarde, la Casa Civil – que corresponde a la jefatura de Gabinete – emitió una nota oficial. El texto no menciona la cifra trágica. Asegura que el gobierno actúa llevando a cabo “acciones de enfrentamiento a la pandemia de covid-19”.

Y como si semejante mentira fuese poco, avanza con otra: dice que Brasil ya distribuyó 110 millones de dosis de vacuna a todas las provincias, lo que significa que es el cuarto país que más vacunó en el mundo. Esa deshonestidad, esa manipulación, es exactamente la cara del actual gobierno brasileño.

El texto de la Casa Civil, a cuyo frente está un general retirado – otra de las contradicciones que sofocan a mi país –, olvida un detalle esencial: si se considera el número de vacunas aplicadas en proporción al tamaño de la población, Brasil ocupa el vergonzoso 67º puesto en el mundo.

Esa es la realidad que el gobierno del Genocida trata de ocultar.

De los 5.568 municipios brasileños, solamente 49 tienen más de medio millón de habitantes. Y ese es el número de víctimas fatales del desfalco provocado por la inercia del gobierno y el desequilibrio de su presidente psicópata. Es como si uno de esos 49 municipios hubiese desaparecido.

Mente enferma

Mientras Brasil se transforma en un inmenso cementerio, Jair Bolsonaro da muestras cada vez más estruendosas de su mente enferma. En los últimos días volvió a insistir que las vacunas no tienen eficacia, que las mascarillas son inútiles, y que lo mejor sería provocar la “inmunidad de rebaño”, es decir, facilitar que el mayor número posible de personas se infecten para que el virus pierda fuerza y poco a poco deje de circular.

Semejante aberración es, en palabras sencillas, inducir al genocidio. Mas que crimen de responsabilidad, es crimen común. Homicidio. La Comisión de Investigación instalada en el Senado para tratar del cuadro de salud bajo la pandemia ya reunió robustos manojos de pruebas de que el gobierno ignoró olímpicamente no solo algunas – todas – las recomendaciones de médicos y especialistas brasileños y extranjeros para tratar de disminuir los efectos de la pandemia.

La misma OMS – Organización Mundial de Salud – fue acusada por altos integrantes del gobierno de servir como una especie de fantoche manipulado por el comunismo chino.

Sobran pruebas concretas de la insistencia de fabricantes de vacunas ofreciendo inmunizantes al gobierno – solo la Pfizer mandó medio centenar de mensajes por correo electrónico – que no tuvieron otra respuesta que un retumbante silencio.

El cuadro tétrico vivido por mi país lleva a una presión creciente sobre el demencial Genocida que a cada mañana deposita su abyecta humanidad en el sillón presidencial. Y que como todo psicópata, cuánto más presionado, más reacciona de manera descontrolada y agresiva.

Daño político

Sin embargo, hay señales claras de que la tragedia que encubre Brasil podría provocar cambios en otros sectores. La Comisión de Investigación del Senado presentará pruebas de la culpa de Bolsonaro en la tragedia, y le tocará a la Fiscalía General decidir qué hacer. El daño político, en todo caso, será irreversible.

Y otro dato, más preocupante para el Genocida, es que ayer, y por segunda vez desde el inicio de la pandemia, ocurrieron manifestaciones de protesta en al menos 400 ciudades brasileñas, inclusive todas las capitales provinciales, y también en una docena de ciudades en el exterior.

La primera, a fines de mayo, reunió un número significativo de manifestantes. Pero las de ayer fueron multitudinarias. Solamente en San Pablo se calcula que al menos 70 mil personas fueron a las calles. Rio, Belo Horizonte, Recife, Salvador, Porto Alegre y Brasilia también tuvieron la participación de docenas de miles de manifestantes.

Quizá las calles logren la presión suficiente para que el presidente de la Cámara de Diputados, acusado, entre otras cosas, de haber sometido su entonces pareja a agresiones físicas tremendas, se decida – para proteger su propio futuro político – sacar uno, uno solo de los más de cien pedidos de apertura de un juicio de destitución del Genocida que adormecen en su cajón.

Eric Nepomuceno

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