¿Capitalismo humano?

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Obligados por una práctica histórica que, a más de servirle de fuente, revela el rigor lógico del Pensamiento Crítico, muchos observadores coinciden en que el sistema globalizado cometió atrocidades en la “acumulación originaria del capital”. Sin embargo, aunque no todos se atreven a contradecir la denuncia de un surgimiento “chorreando sangre y lodo desde los pies hasta la cabeza”, unos cuantos no trascienden la mera confirmación de esto, dejando entrever o aventurando que a la postre el régimen cambió, o  cambiará, para mejor.

En la actualidad, connotados heraldos señalan los retumbos de la crisis acarreada por la pandemia de COVID-19 en la esfera laboral, verbigracia, obviando que al statu quo le es inherente un “ejército industrial de reserva” –o “población obrera sobrante”–, para nombrar con Marx la existencia estructural de una (creciente) porción de la humanidad excedente como fuerza de trabajo, dadas las necesidades intrínsecas de la formación de marras. Esa permanente masa de desempleados le es imprescindible a la “acumulación constante, sostenida del capital”, única manera de que el modo de producción subsista, aunque con ello esté creando, contradictoriamente, una premisa de su propia destrucción.

Claro que estamos en una “crisis sin precedentes”, conforme  aseveró en reciente cumbre sobre los efectos del megacontagio el director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Rider, teniendo en cuenta hechos como los subrayados por la colega Yisell Rodríguez, del diario Granma: mayúscula merma de ingresos y del equivalente a 305 millones de plazas a tiempo completo; el 94 por ciento de los asalariados habita territorios en confinamiento; “muchas empresas pequeñas y medianas sufren tantas dificultades que tal vez no sobrevivan”; mientras las mujeres se ocupan en los sectores más golpeados, son las primeras en perder las plazas y las últimas en recuperarlas; alrededor de dos mil millones de seres cuyo sustento procede de la economía informal –“carentes de derechos laborales y de protección social”– han visto caer sus entradas en 60 por ciento solo en el primer mes de la cabalgada universal del SARS-CoV-2…

Ahora, no en balde en su intervención en la cita virtual Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, país fundador de la OIT, advirtió de que “no debemos engañarnos. Los terribles impactos y las nefastas consecuencias de la pandemia en todo el mundo no se deben solamente a este letal virus. Años de política neoliberal y de capitalismo salvaje, regidos por los designios del mercado, son la causa más profunda de la grave situación global”.

Más allá de una dolencia desbocada

A finales de junio, lo había reconocido el propio secretario general de la Organización de Naciones Unidas, António Guterres, con ocasión de la salida a la luz del informe de políticas sobre la situación que abordamos: “Esta crisis del mundo laboral está echando leña al fuego del descontento y la angustia. El desempleo y la pérdida de ingresos a gran escala a causa del COVID-19 están erosionando aún más la cohesión social y desestabilizando países y regiones, desde el punto de vista social, político y económico”.

Si bien se habla de una “nueva normalidad”, el planeta ya andaba “muy lejos de ser normal antes de la pandemia”, por lo cual urge trocar ese modelo. “La pandemia ha puesto de manifiesto enormes deficiencias, fragilidades y fisuras”, enfatizó el alto funcionario, para insistir en que ya éramos testigos de desigualdades cada vez más pronunciadas: discriminación de género sistémica, falta de oportunidades para la juventud, estancamiento de los sueldos, mutación climática sin control…

Evidentemente, esas iniquidades, acentuadas con la paroxística desregulación del mercado y la extrema contracción de los fueros del Estado, es decir en la etapa neoliberal, resultan consustanciales al “orden” desde siempre,  lo cual pretenden solapar aquellos que proclaman la posibilidad de un “capitalismo de rostro más humano”. Capitalismo que se negaría a sí mismo sofrenando siquiera someramente la multiplicación de los dividendos, la riqueza de los menos y la precarización de los más, en medio de una competencia sine qua non.

Algo que insufla (más) oxígeno a una concepción declarada fenecida por ciertos “augures” en tiempos de la caída del campo dizque socialista y de exultante pavoneo con los supuestos logros del sistema rival, como sostiene Iván Montero en texto titulado “El movimiento infatigable de la obtención de ganancias”, publicado en la digital La Haine. Sí, para el articulista, “la pandemia del SARS-Cov-2 no sólo trajo consigo la agudización de las contradicciones del capital. También actualizó la vigencia del pensamiento de Karl Marx y con ello la alternativa anticapitalista de las y los trabajadores”.

Refiramos, a vuelapluma, algunos de los argumentos esgrimidos. “Debido al desarrollo de la sociedad moderna (la modernidad), producto –a su vez– del desarrollo de la gran industria, que aparejó condiciones insalubres para las y los trabajadores, aparecieron tensiones sociales que se materializaron en la legislación fabril inglesa durante la primera mitad del siglo XIX. […] La crítica de Marx hacia estas figuras de la modernidad es demoledora”. Sucedía que “las mutilaciones, las muertes o las enfermedades que se generaban en las fábricas y minas, en los hechos, no alcanzaban a ser contenidas por [ciertas] ‘magnificas’ leyes fabriles que ‘regulaban’ el trabajo infantil o imponían sanciones a aquellos capitalistas que no tomaran las más mínimas medidas sanitarias”. Débil intento, pues “en las minas, por ejemplo, cuando acudía un inspector a ‘verificar’ el cumplimiento de la ley”, si algún operario se dirigía a él para quejarse del aire pestilente que respiraba, a causa de una precaria ventilación, “se le despedía y lo boletinaban para que no fuera contratado en otra mina. Para 1865, en Gran Bretaña, había 3 mil 527 minas y tan sólo 12 inspectores. Se estimaba que cada mina podría ser visitada cada 10 años”.

Mientras el paro proliferaba por doquier, “otra consecuencia del desarrollo de la gran industria fue la incorporación masiva de trabajo infantil y femenino. El uso de la maquinaria aniquiló ‘el monopolio masculino en el trabajo pesado’, lo que permitió el uso de niños pequeños (desde los seis años) y el uso de trabajo femenino, pues culturalmente el capital lo considera inferior; en ambos casos le permitió fijar salarios inferiores y así constituir un mercado de mano de obra barata”.

Habremos de concordar en que el capitalismo afronta una incapacidad esencial para combatir hasta la raíz no exclusivamente  la dolencia explayada en el presente, sino  sus derivaciones, como el alza de la desocupación. Rememoremos que las cláusulas referidas por el Prometeo de Tréveris “se reducen a disposiciones sobre el blanqueo de las paredes y algunas otras medidas de limpieza, o relativas a la ventilación y la protección contra la maquinaria peligrosa. […] La necesidad de imponer, por medio de leyes coactivas del Estado, los más sencillos preceptos de limpieza y salubridad” se trasuntaba en reglas totalmente insuficientes ante las pésimas condiciones de talleres y similares centros.

Antaño se aglomeraban miles de proletarios en espacios reducidos, inhalando diversos compuestos químicos y vapores que terminaban dañando la salud pulmonar, por motivos como la supervivencia del pequeño dueño, subordinado a la gran industria y a las leyes de la libre compra/venta de la fuerza de trabajo; la ejecución de las cacareadas disposiciones higiénicas terminaría atentando (pecado nefando) contra las cadenas de valorización del capital.

El autor consultado aprecia que hoy –como ayer–, frente a la cuarentena recomendada por todas las autoridades en calidad de uno de los mínimos preceptos para contener la enfermedad, “el capital puso el grito en el cielo”, pidió que se levantara el confinamiento y se reabriera la industria en todos los rincones del planeta. “Debido a las disputas económicas y políticas a nivel mundial, principalmente entre China y Estados Unidos, la ‘ley coactiva de la competencia’ impuso una carrera por el desconfinamiento”. Una prolongada cuarentena –incluso las más pertinentes: las flexibles, escalonadas–, acotó, diezma la generación de plusvalor, o plusvalía, ley absoluta del modo de producción.

Para Marx, el capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo compele a tomarlas en consideración. Al capitalismo “no le late un corazón en el pecho”. Por tanto, no hay alternativa a la lucha contra él. Lucha que, obviamente, tendrá que extenderse a la liberación de los casi 200 millones de víctimas de la esclavitud contemporánea o de la faena infantil en todo el globo, la vindicación de los alrededor de 500 millones que carecen de empleo bien remunerado o suficiente. En ese lamentable contexto, apoyemos la conclusión de la Cumbre de la OIT en el sentido de que los duros ramalazos de la COVID-19 en el mercado laboral y el consecuente aumento de la pobreza y el hambre demandan una acción mancomunada.

“Ningún país puede resolver esta crisis solo, estamos en esto juntos, y las soluciones multilaterales enérgicas y efectivas son más importantes que nunca”, proclamó el máximo dirigente de la ONU. Pero, en honor a la verdad, suena un tanto utópica la vehemente exhortación a abandonar toda manifestación de proteccionismo comercial y de egoísmo en las relaciones internacionales, “en las que debe primar la solidaridad”, como paladinamente afirmó Guterres.

Se precisaría seguir por la senda de la pobre y cercada Cuba, cuyo Gobierno, puntualizó Díaz-Canel, ha aplicado “36 medidas de carácter laboral, salarial y de seguridad social: crecen el trabajo a distancia y el teletrabajo; se reubicaron trabajadores en otros puestos y se ampliaron las garantías salariales a los que se encuentran en sus casas al cuidado de hijos menores, de adultos mayores y a aquellos en condiciones de fragilidad de salud o que no fue posible reubicar; se exoneró del pago de impuestos a más de 240 000 obreros del sector no estatal; se mantuvo el pago de las pensiones, y los trabajadores sociales prestan atención especial a las familias que lo requieren, entre otras acciones”. En fin, “nadie quedó desamparado”.

¿Podría lograrlo el capitalismo? Imposible, aunque se “vista” de humano.

Eduardo Montes de Oca

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