Causa y remedio de la debacle económica que viene
Desde hace 200 años que en los Estados Unidos de América se cultiva un virus económico que se hizo epidemia económica que se ha contagiado al resto del mundo.
Esa enfermedad fue diagnosticada en 1919 por Sismondi, en su libro Nuevos Principios de Economía Política. Ese libro aborda, por primera vez, el principal problema económico de nuestro tiempo: la concentración de la riqueza en pocas personas. Otro problema moderno que aborda Sismondi es el desequilibrio entre consumo y producción; eso que ahora llaman burbujas.
Hace 200 años que Sismondi publicó esas denuncias: la distribución de la riqueza entre la población y la sobreproducción que impulsa el imperialismo.
Sismondi fue un historiador y economista ginebrino, de cuyo libro tanto Marx (plus-valía), como Keynes (salarios son el mercado) sacaron sus ideas más válidas.
Sismondi señaló entonces la causa del error básico que causa la epidemia de burbujas que desordena la vida económica mundial.
Sismondi dijo que la abundancia de capitales conduce a inversión en bienes de capital para aumentar la producción, sin que haya un aumento igual en los ingresos en la población que amplíe el mercado.
Ese modo de proceder procede de un disparate llamado Ley de Say.
Jean Baptiste Say es el padre de lo que se conoce como Supply-side Economics (Economía de la Oferta). Say dijo que el equilibrio entre oferta y demanda era irrelevante, porque toda producción crea su propio mercado.
Ese enunciado, aprobado por David Ricardo, se enseña como ciencia en las escuelas de negocios norteamericanas, bajo el nombre de Ley de Say. Sismondi denunció, en 1819 que esa expectativa empresarial era una grave equivocación.
Como Ricardo aprobó lo que Say decía, esa doctrina fue tomada por buena por los economistas liberales norteamericanos. Tal vez, porque al inicio era conveniente para el desarrollo de cualquier clase de industria en el nuevo país, que al alba de la revolución industrial, aún producía muy poco.
El disparate de Say impulsó una sobreproducción endémica en la economía norteamericana, reportada, en el siglo XIX, por observadores extranjeros, que veían sucederse las quiebras en la Bolsa de New York.
En Estados Unidos, la espontanea sobreproducción impulsada por la abundancia de capital asumió el rango de doctrina oficial en la época de Reagan, allá por los años ‘80. Se le llamaba Reaganomics o Supply-side Economics (Economía de la Oferta).
La sobreproducción generó la política de dumping de productos en el mercado internacional, que es típica de la política comercial de los Estados Unidos. Esas exportaciones, ese modo de proceder, son un modo de arruinar a las industrias nacientes y los competidores en otros países. El dumping es una característica de la política comercial de Estados Unidos tan notoria que sus exportaciones subsidiadas de origen agrícola arrasan a las zonas rurales de los países en desarrollo cuya base económica es la agricultura; y que la Organización Mundial del Comercio (OMC) convocó la Ronda de Doha con el fin específico de negociar la reducción de los subsidios a las exportación de productos agrícolas de Estados Unidos y de la Unión Europea.
La creencia en Say conviene para movilizar capitales ociosos en países donde la riqueza está concentrada en grandes fortunas financieras informatizadas que quieren transformar los capitales intangibles del mundo financiero en bienes tangibles de la economía real.
Hasta allí, el asunto es inocuo y puede ser beneficioso porque la inversión de capitales en bienes de capital genera un aumento momentáneo del empleo.
El peligro comienza cuando el aumento de la producción generado por la inversión no corresponde a un aumento estructural del ingreso en manos del público (salarios) porque la nueva producción no encontrará compradores; eso produce una sobre-oferta que ahora llamamos burbujas.
Los capitales que provienen del ahorro generado por ganancias de actividades empresariales exitosas no son un peligro, porque siempre van a ser orgánicos a la economía y tienen límite natural.
Lo peligroso, son los capitales artificiales que provienen de la creación inorgánica ilimitada de dinero sin respaldo. El desorden económico mundial proviene de los capitales inorgánicos creados con un golpe de tecla, que abusan del crédito fiduciario acordado a un dinero sin respaldo, lo que en términos simples, concretos, reales no es otra cosa que deuda. Deuda que se multiplica geométricamente cuando esos créditos se usan para juegos especulativos en las bolsas financieras.
Los excesos de producción típicos de la Economía de la Oferta hacen necesario estimular la compra con ventas a crédito. Ventas a crédito de productos que el público no necesita causan el endeudamiento excesivo, que conduce a las típicas olas de quiebras personales que contraen el mercado.
Sin ventas al público; los comerciantes y productores a su vez quiebran. Los créditos financieros no se pagan. Los bancos a punto de quebrar, piden ayuda a los gobiernos que luego emiten dinero inorgánico para salvar a los bancos y evitar el colapso de un sistema financiero encadenado a escala mundial por deudas contraídas los unos con los otros en las bolsas financieras internacionales.
Los bancos centrales nacionales tienen la función de vigilar y garantizar la solidez de las operaciones financieras, para que no afecten el valor y poder adquisitivo de las monedas nacionales respectivas.
Pero con el dogma de la independencia de los Bancos Centrales en un sistema monetario internacional basado en el dólar, éstos ya no son más que dependencias de la Reserva Federal de los Estados Unidos.
La Reserva Federal no pertenece al pueblo de Estados Unidos. La Reserva Federal pertenece a un consorcio de grandes bancos privados norteamericanos fundado en 1913. Desde entonces, ese consorcio privado usurpó la función de emitir dinero por cuenta del gobierno norteamericano, función que por ley corresponde a la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos.
Para consolidar el predominio de la Reserva Federal sobre los bancos centrales nacionales, se inventó el dogma de que los bancos centrales deben ser independientes de las políticas económicas de los gobiernos respectivos. Ese dogma los convierte en dependientes de la Reserva Federal. La dependencia se acentuó desde que (1971) la Reserva Federal emite dólares sin una garantía de valor en oro. Ahora, la función de los bancos centrales en los países vasallos de Estados Unidos es la de mantener el valor de cambio de un dólar fiduciario (basado en el crédito).
Para evitar el colapso del dólar, los bancos centrales deben replicar en moneda nacional la emisión de dólares sin respaldo por la Reserva Federal, para que pueda mantenerse un tipo de cambio relativamente estable. Con una especie de devaluación colectiva, para salvar el prestigio del dólar, se erosiona deliberadamente el valor real de los ahorros y salarios del resto del mundo.
La función del Banco Central Europeo ya no es la de mantener el poder adquisitivo de los salarios europeos. Su función ahora, como se vio en 2008, es de emitir con el pretexto de salvar a los bancos, una masa monetaria equivalente a la emitida por la Reserva Federal para salvar a los grandes bancos de Wall Street. Con la emisión de una masa monetaria equivalente, se evitaba un ascenso del Euro con respecto al dólar.
Para tener una idea de lo que hubiese sucedido si el BCE no hubiese emitido una masa monetaria inorgánica (deuda) equivalente a la emitida por la Reserva Federal, basta con mirar lo sucedido con el Banco Central de Suiza. Los suizos sólo emitieron unos pocos millardos de francos para salvar al UBS de la quiebra.
Antes del 2008, un dólar valía 1,86 francos suizos. Después de la crisis el dólar valía la mitad, apenas 0,90 de franco suizo.
El poder de compra de los ahorros y salarios suizos no solo se mantuvo, sino que aumentó con la depreciación general de las otras monedas nacionales sacrificadas para salvar el dólar.
La causa básica del anunciado desastre económico internacional que se avecina es el colapso del dólar bajo el peso de sus deudas, aunque para disimular la causa real se atribuirá el colapso a las exageradas medidas de secuestro de libertades tomadas bajo el pretexto de protección contra el COVID-19; para lo cual se asusta deliberadamente al pueblo presentándolo como una enfermedad mortal, sin que lo sea. Su tasa de mortalidad no llega al 5%.
El único remedio que veo para la inmensa crisis económica internacional que va a estallar es volver al patrón oro y devolver a la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos las funciones que le asigna la Constitución de Estados Unidos. Eso no va a suceder. El otro remedio es que los Estados Unidos pierdan la guerra que vendrá.
Tengo entendido que a John Kennedy lo mataron porque pensaba devolver a la Secretaría del Tesoro su función legal de órgano emisor y eso cuando el dólar aún tenía el respaldo del Patrón oro ($35/oz.) acordado en Bretton Woods.
El más beneficiado con la desaparición de los Kennedy fue el consorcio de bancos dueños de la Reserva Federal.
La acumulación de las riquezas en el estado, no es el fin del gobierno, sino la participación de todos los ciudadanos en los goces de la vida física, que la riqueza representa.”, J.C.Sismondi. (Nuevos Principuios de Economía. (cap.II, Lib.1).
Un objetivo aún ausente en la mayoría de las políticas económicas del mundo occidental avasallado que sacrifica el bienestar de su gente al esfuerzo financiero de mantener la supremacía toxica y corroída de la Reserva Federal y del US dólar.
Umberto Mazzei
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