China: Cooperación global

Al aproximarse el final del segundo decenio del siglo XXI se advierte un repliegue generalizado en la presencia internacional y en las iniciativas multilaterales de las mayores economías. Ganan terreno, en contraposición, los nacionalismos exclusivistas y excluyentes que pretenden que se impongan y privilegien sus intereses nacionales, definidos a menudo con estrechez de miras y concentrados en el corto plazo. La proclama America first –emitida con agresividad y grosera insistencia– ha desatado una cacofonía de ecos y dúplicas que ya contamina a todos los continentes.

Entre las grandes economías, China –que es ahora la segunda o la primera, según se le mida– debe exceptuarse de la tendencia señalada. En el presente decenio ha mantenido e incluso ampliado el número y alcance de sus iniciativas de cooperación multilateral. Por ello, la presencia internacional de China es claramente creciente; la huella global que imprime es cada vez más amplia y profunda, y ha aumentado también su importancia e influencia en la economía global –sobre todo en los segmentos del intercambio comercial, las relaciones financieras y de inversión y el sector por excelencia del futuro: la innovación y desarrollo de tecnologías de avanzada.

Quizá la más extendida –y publicitada– de las iniciativas de cooperación global de China sea la denominada Una franja, una ruta. Si se observa desde China, puede ser entendida como un ambicioso intento de trasladar sus propias experiencias nacionales de desarrollo tanto a los entornos regionales inmediatos –en el centro de Asia, en el sudeste asiático y en el área del Pacífico– como más allá, con un alcance global, de hecho ilimitado. Por esto mismo, si se observa desde fuera, puede aparecer como expresión de una voluntad creciente de expansión y dominio, que quizá deba ser contenida y resistida. No será sino en el tercero y cuarto decenios del siglo cuando se manifiesten los alcances reales del impulso de China a un desarrollo multirregional y las limitaciones que puedan imponerle las reacciones y resistencias que provoque. De cualquier modo, aparece ya como una iniciativa global pionera y emblemática, llamada a constituirse en uno de los fenómenos multinacionales característicos del siglo XXI, considerado desde sus albores como el siglo de Asia; otra manera de decir el siglo de China.

Uno de los informes recientes más completos sobre los actuales alcances del proyecto fue elaborado y divulgado por el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. “La iniciativa –dice el estudio– se propone ampliar las rutas marítimas y las redes de infraestructura terrestre que conectan a China con Asia, África y Europa, fomentando el comercio y el desarrollo económico. Este programa transformador tiene establecidas cinco prioridades: coordinación de políticas, fomento de la conectividad, comercio sin obstáculos, integración financiera y establecimiento de contacto entre las poblaciones.”

Algunos de los factores que propiciaron el espectacular éxito inicial del proyecto quizá comprometan su continuidad en el futuro inmediato.

Es enorme el riesgo de rompimiento de la paz, inclusive en el área del Pacífico asiático, en la que confluyen el aún no resuelto conflicto relacionado con las ambiciones nucleares de la República Popular Democrática de Corea y el cada vez más complejo diferendo de límites marítimos en el mar del Sur de China y de la explotación de los recursos naturales –en especial hidrocarburos– de su lecho y subsuelo marinos.

Parece estarse agotando el ambiente de tolerancia y aceptación externas ante el surgimiento de China como potencia global. El ambiente de cooperación, dominante en los pasados 20 años del siglo anterior, está siendo sustituido por el deseo de contener la expansión económica y la figuración política y de aislar y resistir a las iniciativas globales de China.

Tampoco puede darse por supuesto que se prolongará, hasta cubrir el próximo decenio, la reactivación más o menos generalizada de la economía mundial, que permitió proclamar a comienzos de 2018 el término de la Gran Recesión iniciada 10 años antes. Ahora se sabe que esa visión optimista fue, cuando menos, prematura.

La iniciativa surgió también de las condiciones de estabilidad política interna en China, construidas trabajosamente tras las turbulencias asociadas al llamado incidente de Tiananmen, hace 30 años. El supuesto intento –muy rumorado al exterior de China– del presidente Xi Jinping de extender su mandato más allá de 2022 podría afectar esa estabilidad con repercusiones difíciles de calcular.

Algunos de los problemas y dificultades asociados a la instrumentación de “Una franja – una ruta” necesitan ser reconocidos y atendidos si se quiere asegurar la continuidad de este empeño sin precedente de la nación china.

Jorge Eduardo Navarrete

Nota del Editor: Fragmentos de una exposición ofrecida ayer en el panel del Senado de la República Hacia una agenda estratégica entre México y China.

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