China y EE.UU.: Peligrosos juegos de poder

Arrebatos de Nancy Pelosi en Taiwán: una gruesa provocación de Estados Unidos a China. El miércoles 3 de agosto Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, llegó a Taiwán. Partió de regreso al día siguiente. El Presidente Joseph Biden declaró –según reportaron varios medios norteamericanos– que aquella tenía el derecho a ir pero que él no lo aprobaba.

Además de las altas jerarquías que ostentan ambos pertenecen al Partido Demócrata, no obstante lo cual discreparon públicamente respecto a un asunto extremadamente delicado. Pero, en rigor, dicha discrepancia parece haber sido solo un acting.

Al llegar a Taipéi, Pelosi dio a conocer un comunicado en el que apuntó: “La solidaridad de Estados Unidos con los 23 millones de taiwaneses es más importante que nunca porque el mundo se enfrena a una elección entre la autocracia y la democracia”. Es curiosa esta apreciación. Si a algo se enfrenta el mundo hoy es a una crisis económico-financiera global. Tal vez quiso lanzar un mensaje relacionado con la guerra entre Rusia y Ucrania. Pero de ninguna manera esa contienda involucra al orbe. Es significativa, sí, pero no mundial. Y en todo caso quien ha mantenido en este difícil tiempo que cursamos una posición equidistante y cuidadosamente no confrontativa entre los países más poderosos del mundo ha sido justamente China, que terminó “ligándola de arriba”. Tanto que, a su regreso, Pelosi se dio el lujo de calificar a Xi Jinping de “matón asustado” (scared bully).

Vale recordar por otra parte que el 23 de mayo pasado, en rueda de prensa junto con el primer ministro japonés Fumio Kishida, Biden declaró expresamente que su país intervendría militarmente para defender a Taiwán si fuera atacada por China. Añadió incluso que el compromiso “era aún más fuerte” después de que Rusia avanzara sobre Ucrania. Es decir, venía ya practicando un discurso con tintes belicosos.

Como quiera que haya sido, Pekín reaccionó vigorosamente frente a los arrebatos de la poco polite Pelosi. Eso sí, caballerosamente: después de que la visitante tomara su vuelo de regreso.

Conviene, antes de pasar al examen de la reacción china, recordar algunos de los hitos históricos que fueron formateando y definiendo la cuestión taiwanesa. Como se recordará, en 1949 terminó la revolucionaria guerra civil china con el triunfo de Mao Tse Tung y su Partido Comunista sobre Chiang Kai-shek, hasta entonces Presidente de la República China y conductor de Kuomintang, partido nacionalista chino, quien derrotado y con lo que quedaba de su ejército y su partido se estableció en la isla de Taiwán, donde formó un nuevo gobierno y un Estado disidente.

En 1954 Estados Unidos firmó con Chiang Kai-shek un Tratado de Defensa Mutuo destinado a defender la isla. Desde luego, Washington aportó ayuda económica y militar al gobierno isleño, independiente respecto de la China continental hasta el presente.

En octubre de 1971 se aprobó, en la 26ª Asamblea General de las Naciones Unidas, la resolución 2.758 que le restituyó a la República Popular China todos los derechos legítimos ante la ONU, lo que implicó la salida de los representantes de Taiwán de aquella institución. En esta ocasión, Estados Unidos se abstuvo en la votación pero no interfirió sobre el resultado alcanzado. No obstante lo cual mantuvo el antedicho Tratado de Defensa hasta 1979, año en que fue derogado por el entonces Presidente James Carter.

De ahí en más, sin dejar de apoyar a la isla, la gran potencia del norte ha desarrollado una política en la que ha predominado la “ambigüedad estratégica”. Consiste en no dejar claro cómo ni cuándo Washington respondería ante un ataque chino a la isla y, por otro lado, en evitar que el gobierno y las fuerzas militares de Taiwán se sientan animados por un respaldo incondicional de Washington. En este marco, Estados Unidos eligió no tener embajada en Taipei y sí en Pekín.

Regresando ahora a Pelosi, es posible decir que transgredió la ya añosa política norteamericana hacia China que se acaba de mencionar e incurrió en una gruesa provocación. Su decisión de ir a Taiwán sin aviso previo a Pekín y sus palabras ya in situ y posteriores hablan por sí solas.

La respuesta de China

Un comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores chino señaló que Pelosi había “interferido gravemente en asuntos internos de China, socavó su soberanía y su integridad; pisoteó la política de ‘una sola China’ y amenazó la paz y la estabilidad del estrecho de Taiwán”. Un recientemente aparecido Libro Blanco chino, por su parte, repica sobre la antedicha premisa relativa a una sola China. Y reitera que Pekín es proclive a una reunificación pacífica y al establecimiento de una fórmula basada en “un país, dos sistemas”.

El gobierno chino reaccionó drásticamente frente a los desplantes de la funcionaria norteamericana. En el plano práctico congeló la cooperación con Washington en asuntos importantes: medio ambiente, cambio climático, seguridad marítima, lucha contra los delitos transnacionales y control de drogas, entre otros. Y en el militar desarrolló numerosas operaciones aeronavales y de drones en los alrededores de la isla de Taiwán. Este despliegue mostró, en una semana, una gran capacidad de combate. Inmensamente superior a la que mostraron las fuerzas taiwanesas.

Misiles de precisión chinos en el estrecho de Taiwán tras la visita de Pelosi. Foto: Ejército de China.

Un juego de provocaciones

Biden acaba de replicar en China, de una manera atenuada, el mismo comportamiento aplicado a Rusia durante prácticamente todo el año 2021. Como se recordará, el Presidente norteamericano llenó el Mar Negro de buques y aviones de guerra mayoritariamente propios, de otros países de la OTAN y de terceros, como Ucrania, que aportó además una importante asistencia logística. Y desatendió deliberadamente los reclamos de Moscú.

Presionada y provocada, Rusia –hoy por hoy la mayor potencia nuclear del mundo– decidió ir a la guerra. Estados Unidos y sus aliados obtuvieron el resultado que esperaban: un conflicto bélico cuyo inicio podía ser formalmente adjudicado a Moscú.

El gobierno norteamericano –o quizá lo que podría llamarse el tándem Biden/Pelosi– acaba de utilizar en China, con menos intensidad y de una manera más velada, el mismo comportamiento aplicado a Rusia que se mencionó arriba, merced a la mise en scène colocada por la alta funcionaria. La respuesta militar de Pekín, con actividades y ejercitaciones que rondaron la isla de Taiwán e incluyeron sistemas de armas pesadas con uso de proyectiles reales, la colocaron también en el papel de agresora. Lo que ha sido ampliamente difundido en medios de todo el planeta.

Final

Así las cosas, el enfrentamiento mundial entre la autocracia y la democracia al que se refirió Pelosi deja de ser una liviana alusión y pasa a convertirse en un encuadre significativo para la política internacional impulsada por Biden, quien probablemente apuesta a convertirse en un adalid del republicanismo democrático y del llamado Mundo Libre. Trabaja para ello administrando un singular quid pro quo: se mueve como contestatario del presunto vandalismo ruso y de las intromisiones de China en su cercana zona de influencia, cuando en rigor quien ha operado e impulsado los dos conflictos que involucran a esas dos grandes potencias ha sido él. Todo con un considerable cinismo y también con un alto apoyo mediático.

No es fácil discernir por qué lo hace. No es sensato suponer que se puede sostener simultáneamente sendos conflictos –con Rusia y con China– sin salir, como mínimo, muy desgastado. La contienda ruso-ucraniana implica, además, una guerra con un formato sui generis adoptado por Washington: la delegación. Estados Unidos y la OTAN han delegado en Ucrania un conflicto bélico con Rusia, nada menos. El enfrentamiento con Pekín, en cambio, es más reciente y se encuentra en sus escarceos iniciales; habrá que ver hasta dónde escala.

Podría decirse que asistimos a un comportamiento de superpotencia solitaria –condición que ya no posee Estados Unidos– que resulta vanidosamente incongruente. Y sumamente peligroso porque sus ambiguos juegos de poder podrían llegar a encender el orbe.

Ernesto López

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