COVID-19: Trump, Bolsonaro y la hidroxicloroquina

Fue Donald Trump quien desató públicamente, en primer lugar entre sus seguidores, las expectativas sobre un supuesto poder curativo que el compuesto conocido como hidroxicloroquina tendría sobre el nuevo coronavirus que en los primeros meses de este año empezaba a esparcirse por el mundo.

Entre sus siempre cuestionadas declaraciones políticas, el 2 de abril el mandatario estadounidense formuló una que llamó la atención de los especialistas, entonces encargados de afrontar la inminente pandemia de Covid-19: anunció que desde hacía casi dos semanas estaba tomando un medicamento llamado hidroxicloroquina, porque había señales muy fuertes de su eficacia contra la incipiente enfermedad. No se lo había recomendado ningún médico –aclaró–, sino un buen número de trabajadores que le habían escrito preocupados por la salud del presidente.

El medicamento en cuestión venía utilizándose desde hacía décadas para el tratamiento de la malaria y, en menor medida, para combatir el lupus y la artritis severa. Según un reporte de la Organización Panamericana de la Salud, dado a conocer cuatro días después del anuncio de Trump, no existía ninguna evidencia de que fuera eficaz contra el coronavirus, lo que no obstó para que 20 días después el titular de la Casa Blanca insistiera en ponderar las supuestas bondades del compuesto. Hay muchas posibilidades de que la cloroquina pueda tener un enorme impacto, exageró. Para colmo, usó como sinónimo de hidroxicloroquina a la cloroquina, que sólo es la sustancia base de la primera.

Por su lado, en marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) había iniciado estudios sobre la hidroxicloroquina, en el marco de un megaensayo clínico denominado Solidaridad, donde se examinaban otros tres tratamientos. A fines de mayo, el organismo detuvo la parte del ensayo referida a la sustancia elogiada por Trump porque una investigación auspiciada por la revista médica The Lancet afirmaba que la cloroquina y su derivado no sólo eran ineficaces contra el coronavirus, sino que aumentaban el riesgo de que los pacientes murieran. Días más tarde, sin embargo, la OMS retomó los estudios clínicos porque las pruebas aportadas por la investigación no eran concluyentes.

Para entonces, un incondicional de Donald Trump en América Latina, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, también se había vuelto un promotor de la cloroquina y la hidroxicloroquina, al punto de disponer que el ejército de su país fabricara, en sus laboratorios, un millón 250 mil comprimidos para distribuir entre sus efectivos. Mientras tanto, la curva de contagios en la nación sudamericana ascendía de manera alarmante.

Ahora, la eficacia que el medicamento tiene para tratar el Covid-19 resulta evidente: ninguna, aun cuando sí sirva para controlar la malaria y otros padecimientos. Ayer la OMS frenó una vez más (y esta vez parece definitiva) sus ensayos sobre el particular, porque de las pruebas realizadas se desprende que en ningún caso logró reducir las tasas de mortalidad alcanzadas por el virus: Los investigadores interrumpirán estos ensayos con efecto inmediato, dictaminó tajante la organización internacional.

La Jornada

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