Coyuntura en Argentina, militancia y campaña electoral

Fracturado a comienzos de año, parcialmente recompuesto luego y dinamitado después, como resultado de las Paso del 11 de agosto, el frente amplio burgués (Fab), sostén del gobierno de Mauricio Macri hasta la reaparición del descontrol económico y la endeblez política, busca por estas horas reestructurarse a partir de dos ejes: el freno a la convulsiva crisis desatada tras la elección que nada eligió y el rearmado de un plan de control político tras las elecciones. El 27 de octubre o el 24 de noviembre, según haya o no segunda vuelta.

Un reciente encuentro de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), ampliada esta vez con numerosos grupos capitalistas marginados de ese cenáculo máximo, mostró desconcierto, división, ausencia de claridad y energía para afrontar el próximo período .

Unos pocos en ese centro de poder apuntan dudas sobre la inevitabilidad de una victoria del dúo Alberto Fernández-Cristina Fernández (FF) el 27 de octubre. Pero todos, incluso quienes la dan por segura, se muestran temerosos ante la probable victoria panperonista. Así, incertezas y temores combinados impiden la reaparición actuante del Fab. Esto equivale a decir que Macri flota en el vacío y FF no encuentran suficiente base de sustentación. Con apariencia de estabilidad e impresión dominante de que vendrá un gobierno FF, el país está a la deriva.

A la fecha, todo indica que el temblor económico ha sido circunstancialmente conjurado y podría ofrecer la estabilidad mínima para que Macri llegue sin sobresaltos mayores a los comicios de octubre. La inestabilidad proviene en cambio de la total oscuridad política: si bien son escasas las voces que sostienen la posibilidad de una victoria de Macri, es unánime la alarma respecto de quién de los dos miembros de la fórmula tendría el poder y cuál sería el programa de un gobierno FF. En otro plano, nadie ignora otra amenaza: la inquietud social no expresada en movilización, aunque palpitante bajo la superficie.

Chubut, botón de muestra

Un caso que resume las claves de la coyuntura es la gravísima crisis en Chubut. Allí, para ganar las elecciones el peronismo otorgó aumentos salariales por sobre la media pactada a nivel nacional. Una vez obtenida la victoria, el gobernador admitió que tales salarios excedían las posibilidades de la Provincia. Conclusión: no pagó y la Provincia se incendió. Se multiplicaron las huelgas, fueron ocupadas escuelas, juzgados y otros centros de la administración. Quedaron instaladas como realidad cotidiana movilizaciones, corte de calles y rutas, acampes y protestas, que llevaron a Chubut a un completo desquicio.

Días atrás, esta situación derivó en un choque violento entre el sindicato de petroleros que buscaba garantizar el paso de camiones y trabajadores de ese gremio y el sindicato docente, que cortaba las rutas por donde aquéllos debían transitar. Trabajadores contra trabajadores. Significativamente, ambos sindicatos tienen conducciones integrantes del Frente de Todos y propulsores de la fórmula FF a nivel nacional. Un eventual gobierno panperonista encontraría una situación análoga en todo el país.

Macri contrarrestó el violento impacto de la devaluación del día posterior a las Paso con una serie de medidas que hasta el momento han sido efectivas: eliminación del IVA para 14 productos básicos de la canasta familiar; elevación del mínimo para el pago de ganancias en los salarios; congelamiento del precio de servicios públicos y combustibles; aumento del 35% del salario mínimo, entre otros paliativos. Salvo la eliminación del mínimo no imponible, todo caduca el 31 de diciembre. A partir del 1º de enero de 2020 la realidad caerá como un alud sobre la futura administración.

Lo mismo cabe al control de cambios impuesto por Macri para frenar el drenaje de reservas y a la reprogramación de los pagos de diferentes instrumentos financieros, en pesos y en dólares, con insostenibles tasas superiores al 70%. Años atrás alguien tituló un libro “El diluvio que viene”. Sería apropiado para describir el panorama que espera al próximo gobierno. Sobre todo si se toma en cuenta que una improbable victoria de Macri lo pondría en choque frontal desde el inicio con un amplio espectro de las cúpulas sindicales, hasta ahora extremadamente concesivas, mientras que una administración FF quedaría presa de expectativas que incluyen transversalmente a todas las clases, resumidas en la necesidad de salir de la recesión y aumentar el poder adquisitivos de trabajadores y clases medias.

Nada será inmediato. Pero en uno u otro caso, a partir de 2020 detonará un Chubut a escala nacional. Con el mismo rasgo dominante en la crisis de aquella provincia: todas las conducciones que cuentan están alineadas con el capital y sus diferentes fracciones, mientras que las izquierdas permanecen limitadas a reclamos economicistas o, peor aún, meramente electoralistas.

Reflujo prolongado

Es en este cuadro general que la militancia antimperialista y anticapitalista afronta otra campaña electoral. Desde los albores del movimiento obrero y revolucionario en Argentina, un siglo y medio atrás, jamás la vanguardia estuvo tan huérfana de perspectivas propias, tan desconcertada, dividida y, en consecuencia, paralizada.

Una cantidad de factores confluyen en esta situación. Todavía pesa la consumación de la derrota de la Revolución Rusa, en 1991. En el plano nacional, también llega al pináculo una debilidad que viene de lejos, acentuada por la devastadora represión de la última dictadura militar pero realizada en toda su magnitud cuando, bajo las reglas de la democracia burguesa, las izquierdas no logramos edificar una alternativa anticapitalista de masas. Por el contrario, un conjunto de organizaciones de origen marxista marchó hacia un sectarismo esterilizante que desembocaría en formas renovadas de electoralismo y economicismo, combinadas con lenguaje súper izquierdista. A su vez, otro flanco de lo que convencionalmente se denomina izquierda, proveniente de diferentes ramas peronistas y del antiguo partido comunista, sencillamente se despeñaron por las barrancas del reformismo populista hasta identificarse con gobiernos y fórmulas electorales de la burguesía. Como colofón, sobrevino el debilitamiento de la Revolución Bolivariana de Venezuela y la inversión del signo de marcha del proceso de unificación latinoamericana impulsado por el fallecido Hugo Chávez. Como es lógico, enfrentar esa correntada aisló y debilitó en la etapa a las organizaciones revolucionarias marxistas. Y hasta el momento se mostró impracticable el proyecto estratégico de recomposición.

Signos de comportamiento político en las juventudes

Aparte el resultado de las Paso, en la primera semana de septiembre tuvo lugar la elección para renovación de autoridades en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la que participaron más de 300 mil estudiantes.

Ganó a gran distancia una alianza reformista de radicales (UCR), peronistas no alineados con la fórmula FF y socialdemócratas. “ La izquierda sufrió su peor derrota desde el regreso de la democracia”, constata con indisimulado placer el 7 de septiembre uno de los portales considerados portavoces del Departamento de Estado estadounidense. En Medicina, la mayor facultad, con 90 mil estudiantes, ganó un conglomerado reformista, denominada Nuevo Espacio, por el 71,74%, mientras que el Frente de Todos, anunciado como vencedor en las próximas presidenciales, obtuvo el 13,29%. Un sector de lo que para los comicios del 27 de octubre se presenta como unidad de la izquierda, denominado El Frente, fue relegado a un tercer lugar con un 7,56%. Otro sector de esa coalición electoralista, el PTS, recibió el 2,74% de los votos.

Notas distintivas: en Odontología la lista de Cambiemos tuvo el 91,86% de los votos; en algunas Facultades la lista del PO se sumó al kirchnerismo y en otras las dos corrientes internas de esta formación fueron enfrentadas entre sí.

No es preciso detallar los resultados en cada Facultad. Mantienen esta tónica de estrepitoso derrumbe de las izquierdas, e incluso del centrismo a veces camuflado con ropajes ajenos. En medio de una crisis pavorosa por donde se la mida, el movimiento estudiantil le da la espalda a las izquierdas electoralistas encerradas en el sectarismo o montadas al último vagón del tren lumpenburgués. En esto se ha convertido el electoralismo en la Universidad, jugado a conquistar centros de estudiantes con el mismo objetivo de las fuerzas burguesas: capturar aparatos para sustentar económicamente a otros que se presentan como vanguardia anticapitalista.

Se trata de una catástrofe política que no puede ser medida simplemente en cantidad de votos: es una derrota ideológica profunda y significa la desaparición estratégica tanto de las corrientes neoreformistas con lenguaje infantoizquierdista, como del ultraoportunismo populista. Como indican los resultados, los vencedores de esta farsa de pseudo democracia estudiantil son los partidos burgueses de Cambiemos en primer lugar, y también del Frente de Todos, aunque a mucha distancia y con previsibles convulsiones internas a corto plazo.

Estos resultados concuerdan en última instancia con los del Frente de Izquierda en las Paso y, para mal de todos, adelantan lo que ocurrirá en el 27 de octubre: frente al colapso capitalista, las mayorías buscan una salvación desesperada en las propuestas del capital.

Por una coalición de hecho en favor de un voto programático

En tal coyuntura, el activo militante con genuinos propósitos de enfrentar al imperialismo y el capitalismo no debería dejarse ganar por el desaliento. Es posible participar de la campaña electoral sin someterse al proyecto contrarrevolucionario del Frente de Todos ni caer en el cretinismo parlamentario del neoreformismo.

No están dadas las condiciones para afirmar una coalición nacional para canalizar el descontento de masas en favor de un voto programático, que no procure elegir candidatos sino contribuir a la educación política e ideológica de las mayorías, con el objetivo explícito de construir un partido de los trabajadores y sus aliados.

Sin embargo es preciso echar cimientos para afrontar la lucha social que necesariamente deberá agudizarse a partir del año próximo y la asunción del nuevo gobierno, sea quien sea el vencedor de la tramoya electoral. Se trata de transformar esa lucha social en lucha de clases. De poner un objetivo estratégico de transición anticapitalista y de organizar a todos los niveles la fuerza para llevar a cabo ese objetivo. Sin cimientos que ahora pueden ser presentados ante las masas y sus vanguardias, las derivaciones de una confrontación espontánea amenazan ser sumamente riesgosas para la sociedad en su totalidad. La desagregación social y la enajenación que por diferentes vías se manifiesta en la vida cotidiana en nuestro país, constituyen una amplia base para el desarrollo del fascismo. Los partidos burgueses que no cesan de hablar de democracia son incapaces de poner freno a esa dinámica.

Téngase en cuenta que a todo lo dicho respecto de la inevitable crisis económica habrá de sumarse el impacto de una recesión en los centros del capitalismo mundial, ya claramente prefigurada.

Es posible desarrollar de manera autónoma, en cada punto del país, una campaña explicativa de la naturaleza de estas elecciones, el papel de las fuerzas burguesas y la necesidad de trazar un rumbo diferente.

No es indispensable –aunque sería deseable- comenzar por la constitución de instancias organizativas para impulsar la campaña. Bastaría con acordar propósitos básicos, un horizonte estratégico y un programa de acción a partir de un Voto Protesta que resuma en una boleta electoral -obviamente destinada a ser anulada- las demandas económicas que la realidad de la crisis hace impostergable, la propuesta de organización de masas y la estrategia antimperialista y anticapitalista.

Marcelo Zugadi

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