Cuarenta años de democracia: “por sus frutos los conocereís”

Un día como el de hoy, hace exactamente 40 años atrás, en una plaza de mayo rebosante de entusiasmo y voluntarismo democrático, asumía el gobierno un presidente nuevamente electo constitucionalmente.

Se trataba del radical Raúl Alfonsín. Fue emocionante el acompañamiento de familias y personas no organizadas políticamente, juntos a fuerzas de los diferentes partidos y agrupaciones políticas y sociales, que incluían a franjas de la oposición.

Veníamos del dolor de una dictadura genocida que, durante algo más de siete años gobernó al país bajo la presión de una resistencia popular que luchó ofrendando vidas, pérdida de libertades y exilios para acelerar la retirada de quienes habían usurpado el control estatal. No es casual que tamaño sacrificio significara que el gobierno dictatorial durara –en nuestro país- poco más de 7 años (1976/1983), cuando en los países limítrofes: Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay su promedio de duración fue de 17 años.

Es decir que aquel sacrificio achicó en 10 años los dolores de nuestro pueblo, respecto al padecido -en condiciones semejantes- en los países vecinos. Por eso el “negacionismo”, que algunos sectores practican, ofende la memoria de quienes lucharon y a nuestra historia como pueblo.

El sectarismo de variados sectores, una tendencia hacia el continuismo del pensamiento neo liberal de la pasada dictadura, la falta de ideas y los errores de gestión del alfonsinismo hicieron que esa fuerza terminara envuelta en un clima que dinamitó su apoyo social. Los juicios a los miembros de las juntas militares, responsables de aquel genocidio, junto a consensos alcanzados respecto del mismo, fue muy posiblemente una excepción a esos comportamientos.

En estos 40 años los diferentes gobiernos estuvieron cada vez más lejos de representar y atender a los problemas de nuestras mayorías populares. Los datos de la realidad presente, no solo eximen de mayores comentarios, sino que ellos constituyen los “frutos” De esta experiencia que abarca dos generaciones de compatriotas.

Se apela al concepto de “generación” para hablar de aquellas cuestiones donde se desarrollan los principales acontecimientos que caracterizan a un determinado período histórico e incluyen a una proporción significativa de la sociedad de esos tiempos. Desde este punto de vista el tiempo generacional abarca unos 20 años donde esas personas comparten ideas y actitudes que los identifican y dejan la señal de su paso por el mundo.

En ese marco, se reconocen como “brechas generacionales” Las diferencias que se producen entre las ideas centrales predominantes en cada una de esas etapas.  Si miramos estos 40 años desde esa óptica, nos encontramos ante el hecho que ellos abarcaron dos generaciones y abren las puertas a una tercera que se está inaugurando.

En la primera de ellas aparece una fuerte influencia de las consecuencias de la dictadura precedente (derechos humanos, juicios a los responsables del genocidio, rol de la resistencia) y el fin del estado de bienestar, que el pensamiento social demócrata del alfonsinismo soñaba con restablecer.

Los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem que se iniciaron en medio de una euforia política, de gran parte de la sociedad, terminaron en notorios fracasos. Alfonsín mostró la ingenuidad de esa corriente política en las palabras de –Juan Carlos Pugliese- quien fuera uno de sus ministros de Economía y dijo, refiriéndose al poder económico: “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. Carlos Menem vistió de neoliberalismo al peronismo, con el desmantelamiento de empresas estatales y una amplia apertura económica, acabando con aspectos sustanciales de las bases doctrinarias del peronismo.

La segunda generación cierra el ciclo de estos 40 años y de una etapa de la vida política, económica e institucional de la argentina. Durante su vigencia se profundizó el distanciamiento de funcionarios estatales y dirigentes políticos respecto a las necesidades del pueblo y la soberanía de la patria. Una crisis social de características inéditas ocupa el lugar histórico, que una especie de keynesianismo, de desarrollismo capitalista había permitido alcanzar.

Desde otra mirada, los avances informáticos –más allá de su uso específico- invadieron diversas manifestaciones de la vida cotidiana y ganaron la simpatía de la juventud. Cambiaron costumbres y formas de comunicación, tal como se probó durante la epidemia del covid, en detrimento de tradicionales modos de trabajo, de circulación de la información y de relacionamiento entre las personas.

El progresismo no supo ver los factores que se movían detrás de estos fenómenos que se constituyeron como el vértice de poder del actual modelo económico. Los sectores de izquierda no supieron elaborar una estrategia que les permita superar sus limitaciones para enfrentar a las otras equivocadas estrategias y ocupar el vacío que ellas dejaban.

Progresismo e izquierda, más preocupados por sus debates internos, fueron perdiendo el control cultural de la sociedad. Ese lugar vacante se fue llenando con las políticas que propone el nuevo gobierno y que el tiempo dirá si son los primeros pasos de una nueva generación, hegemonizada por una extrema derecha liberal o si ellas no tienen el sustento necesario para arraigarse en la sociedad.

Los responsables de gobernar en estos 40 años

Si bien hay diferentes formas de clasificar a los gobiernos, surgidos del voto, se pueden establecer algunas características que los diferencien. En una de ellas colocamos a los diferentes gobiernos hegemonizados por distintas corrientes del peronismo (Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner y Alberto Fernández). Este tipo de gobiernos ejercieron las facultades presidenciales -según lo establece la constitución- de los 40 años mencionados, durante 28 años y medio. El radicalismo gobernó en solitario (Raúl Alfonsín) durante 5 años y 7 meses.

Hubo dos gobiernos constituidos por alianzas que hoy podemos reconocer como coaliciones: Una de tipo social demócrata (Fernando de la Rúa). Estaba integrada por el radicalismo y el Frente Grande, donde predominaban peronismo y progresismo. Esa “alianza” sólo gobernó 2 años y 11 días. Renunciaron ante la gigantesca movilización del 19 y 20 de diciembre de 2001. El parlamento, aplicando las normas de la sucesión constitucional, le dio continuidad al vigente sistema institucional.

Otra experiencia más cercana (Mauricio Macri) se expresó con el gobierno de Juntos por el Cambio, que integró al liberalismo de propuesta republicana (pro), junto al tradicional radicalismo y otras fuerzas menores, como la coalición cívica, encabezada por elisa carrió. Esta coalición gobernó durante los 4 años previstos para el mandato constitucional. Esos 40 años se completan con el gobierno de Alberto Fernández, designado por Cristina Kirchner, con sus 4 años de gobierno constitucional que terminaron este domingo 10 de diciembre.

De ese modo los partidos tradicionales se fueron sucediendo en el gobierno. Con las reformas constitucionales de 1994 los partidos políticos aumentaron sus facultades. Ello se fue dando mientras crecía su desprestigio ante la sociedad.

La realidad muestra una verdad dolorosa. Mientras la dirigencia más peldaños avanza, en el camino para llegar a la administración del estado, las cosas van de mal en peor para la sociedad. En efecto se promete terminar con este secuestro de la soberanía popular por parte de los partidos, -en su mayoría- auténticos cascarones vacíos. Sin embargo, se los fue legitimando institucionalmente para nominar a los candidatos que administrarían al Estado, dejando indefensas y aisladas y desnudas a las personas, a la sociedad y sus organizaciones.

Este bajo nivel de representatividad de nuestra dirigencia estatal es una de las causas de la crisis actual de nuestro estado. Eso ha sido puesto en blanco sobre negro en las campañas vinculadas a las recientes elecciones, pero –hasta ahora- todo da la impresión que el “remedio puede ser peor que la enfermedad”. Porque lo que se está proponiendo –en reemplazo al anterior sistema- es la presencia dominante de la libertad de mercado. ¡Vaya solución!

Los “frutos” de estos 40 años

En el título de estas reflexiones sobre el resultado de estos 40 años de una democracia para pocos, desde la mirada de la vida real de millones de compatriotas, se encuentra una prueba contundente en el reciente informe sobre “Deudas sociales crónicas y desigualdades crecientes” del Observatorio de la Deuda Social de la Universdidad Católica Argentina (UCA).

Las cifras son dolorosas, contundentes, nos llenan de bronca y vergüenza. Muchos países cercanos atraviesan crisis semejantes, pero en ninguno de ellos –a pesar de producirse en países con menos recursos- alcanza la dimensión de la nuestra. Triste privilegio que no podemos, ni debemos ocultar. Ella no es por designio de dios, es el producto de un modelo cuya dirigencia hace tiempo ha perdido el rumbo y se manifiesta incapaz de terminar con situaciones y fracasos estructurales que ellos no padecen, pero sí, el pueblo plebeyo.

Desde hace un tiempo se vienen produciendo, sobre esas cuestiones, informes periódicos. Uno es producido por el estatal Indec y otro, es el que se está comentado, producido por la UCA. Entre ambos hay diferentes criterios de medición, pero no muchas diferencias sobre el resultado. El Indec centra sus conclusiones en el nivel de “ingresos”. La UCA también registra los bajos niveles de ingresos, pero agrega otras variables como la vivienda precaria, la salud y educación insuficientes o la inseguridad alimentaria.

Esta medición de la UCA, que cierra con los datos del tercer trimestre de este año da un nivel de pobreza del 44,7%, alcanzando en los sectores más empobrecidos un 68%. El porcentaje de indigencia es del 9,6%. El informe de un año atrás daba una pobreza del 43,1% y un nivel de indigencia del 8,1%. Si bien las formas de medición no son exactamente iguales, la pobreza -al inicio de esta democracia- rondaba el 20%. Uno de los temas más llamativos y graves es el hecho que entre los menores de 0 a 17 años se registra un 13,9% que padece hambre. Ahí y así se está construyendo el futuro de nuestra sociedad.

Otro dato que muestra esta realidad lo da el hecho que el 33,1% de la población económicamente activa -mayores de 18 años- tiene problemas laborales (un 8,8% como “desempleados” Y otro 24,3% con el “empleo inestable”, de las conocidas changas). Estos datos son testimonio de cómo está la argentina, heredada de esta democracia. Ante esta realidad lo peor que podemos hacer es negarla, pretender tapar el sol con las manos, alabando a una democracia que nos deja estos frutos. ¡modificamos el rumbo o no tenemos futuro!

Milei y un futuro tan peligroso como impredecible   

Con la juramentación de Javier Milei como presidente, se inicia otro ciclo político en Argentina. Por primera vez, en estas cuatro décadas, alguien ajeno a las fuerzas políticas tradicionales accede a la presidencia de la Nación. Después de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre del 2001, un político poco conocido en el orden nacional -como Néstor Kirhcner- llegó a la presidencia –de la mano de Eduardo Duhalde- y pudo desplegar algunos cambios que no estaban en la agenda de los habituales grupos dirigenciales.

La actual situación, con la implosión que está en marcha, abrió las puertas para la llegada de este solitario dirigente. Éste, con una feroz crítica a la “casta” que gobierna desde el viejo sistema, fulminó a las fuerzas conocidas que venían gobernando.

Para estas consideraciones poco importa si ello fue consecuencia de su propio análisis o si había –y hay- intereses poderosos que ayudaron a “inventarlo”. Lo cierto es que asumió como presidente de una Argentina hundida y sin perspectivas inmediatas de salida. Llega, sin aparato ni antecedentes, al sitio donde deberá tomar decisiones trascendentes. Tendrá que hacerlo en medio de grandes presiones a su programa de un liberalismo radicalizado, de escasos antecedentes y menores éxitos.

Como para ir calentando los motores, el nuevo presidente anunció dos perspectivas de futuro, estanflación y largos meses de penurias, que son mazazos al herido cuerpo de la mayor parte de nuestros compatriotas.

Puesto a gobernar no alcanza con un discurso exaltado, se requiere cierto control sobre los instrumentos institucionales (transformando los viejos o creando otros nuevos), una dirigencia convencida y una desarrollada fuerza social y política capaz de sostenerlo. Todos ellos, componentes en los que no se destacan quienes hoy están asumiendo.

Sin ellos se caerá en improvisaciones trágicas o el continuismo repetitivo de un pasado demasiado doloroso para seguirlo aplicando. El fantasma de una mega inflación o de una generalizada explosión social, merodean esta realidad construida por años de ineficacia y malas políticas.

Puede ser que la imagen de la “motosierra” no sea mala si ella se aplica para acabar con el pasado de la hegemonía del capital concentrado. Pero ella se vuelve suicida y antihistórica si es empuñada por quienes vienen sirviendo a esos intereses de las minorías elitistas.

En materia geopolítica, Milei privilegia las relaciones con EEUU e Israel. La anunciada asistencia a la asunción del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán; del presidente de Ucrania, Volodomir Zelensky y del ex presidente brasileño Jair Bolsonaro y de José Antonio Kast -ex candidato presidencial chileno- marcan la identificación de Milei con la “internacional negra” de la ultraderecha mundial.

Es difícil gobernar con un parlamento, donde el kirchnerismo hegemoniza a un peronismo claramente mayoritario y en un bloque –hasta ahora- unificado donde, además, las fuerzas propias y aliadas del nuevo oficialismo están repartida en cerca de una decena de bloques. Solo un fuerte control callejero, que en el ajornada de asunción tuvo su bautismo inaugural, puede torcer esas limitaciones.

Todo se hace más complejo –para el gobierno que está asumiendo- si le agregamos que prácticamente la totalidad del movimiento sindical (incluida la Confederaciíon General del Trabajo, CGT) y el conjunto de las organizaciones sociales se han manifestado en contra de sus propuestas.

Por todo eso resulta llamativo el giro producido en torno a Victoria Villarruel, quien asumió como vicepresidenta. Anunciado que sería responsable de las áreas de Seguridad y Defensa, aparece marginada o automarginada de las mismas. Este hecho, como su inesperada presencia con sectores de la iglesia católica y del peronismo más ortodoxo, podrían estar indicando –como diría el personaje de Hamlet hace cinco siglos atrás- “algo podrido huele en Dinamarca”.  ¿Habrá influido ésto para que la vicepresidenta elija bajar su perfil y preparar una imagen más amplia, con vistas a la crisis, que estas perspectivas auguran?

Juan Guahán

Juan Guahán: Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la).

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