Cuba – Juegos sucios

Ni cuando se escribe la palabra azalea es posible afirmar que la A y la Z son iguales. Las dos son letras, pero cada una figura en el alfabeto con funciones y caminos propios. Se advierte también en la bufonada referente a las diferencias entre gimnasia y magnesia, por muy parecidas que suenen.

La analogía sirve de puentes para adentrase en asuntos de complejidad notable. Digo, por ejemplo, que homologar o darle avales al esperpento de San Isidro con la impronta y los destinos de la cultura cubana es una torpeza. Da miedo.

Jamás es una palabra que detesto, pero la uso para reafirmar que no comulgaré con quienes carecen de recato o decencia y usan una bandera cubana como taparrabos e incluso la dejan caer en plena calle y exhibir lo que no por fuerza es admirable.

Tampoco, por favor, me asocien nunca con aquellos capaces de asumir como propio a quienes dañan a diestra y siniestro, Cuba incluida. Quienes aceptan o proclaman preferencia hacia aquel (léase Donald Trump y sus sacristanes) capaz de aumentar las lesiones provocadas a nuestro pueblo con su bloqueo sobre bloqueo, no merecen solvencia ni respaldo.

¿Significa eso no comulgar con la diferencia o la pluralidad? Error. Nadie puede respetarse a sí mismo si no acepta y entiende a los demás. Tener discernimiento anchuroso, es uno de mis pecados favoritos y me dispongo a mantenerlo vivo.

No tengo impedimento alguno para aceptar que nuestro proyecto social tiene deficiencias, pero también, como el sol, prodiga aciertos y generosidad. En el plano del arte y sus diversas manifestaciones, también se acumularon intemperancias. Objetivos sacados de sótanos cerebrales y los surgidos en praderas de aire fresco, indistintamente, quedaron algo huérfanos de realismo práctico o atenciones específicas, particularizadas, o, si se prefiere, tan espléndidas como se anhela.

Es un sector difícil por heterogeneidad de las manifestaciones artísticas y sus practicantes. No siempre los dirigentes de un sector dado, están a la altura de sus responsabilidades o, a lo mejor, carecen del toque personal atinado y la ejecutoria convenientes.

Admitir tal realidad no implica concordar con la insolencia, el regodeo de lo marginal (Falta de integración de una persona o de una colectividad en las normas sociales comúnmente admitidas, según la Real Academia) que pretenden imponer como si fuera algo superior a las semillas y árboles cultivados durante 60 años.

Tales individuos hacen retroceder. No formulan avances dignos de ser imitados. Entre quienes se les asocian, posiblemente haya sanamente equivocados y confunden la pluralidad de pensamiento y el derecho a expresarse, con cierta mugre mental que, es lamentable, existe y quizás nunca sea extirpada por completo aquí ni en todos los allá posibles.

Otro aspecto, ineludible, es eso llamado sentido de la congruencia. En un momento especialísimo, ante retos desafiantes y en un entorno mundial no menos comprometido, afiliar exigencias válidas con la defensa de lo degradante y desechable, no es opción aceptable.

Meritorio dialogar, buscar entendimiento, pero deslindando lo justo de lo impugnable. No es igual cuando se edifica que destruir a ciegas, por mezquinas recompensas, dejando en la demolición, vergonzosamente, trozos de sueño y verdades.

Elsa Claro

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