De qué no será capaz Trump para reelegirse

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La humanidad recordará siempre, con tristeza y dolor, la forma trágica en que concluyeron las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones de Asia y el Pacífico.

El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos aerotransportó e hizo estallar sobre la ciudad japonesa de Hiroshima una bomba atómica que asesinó de manera alevosa a 80.000 personas; cifra que aumentó a 200.000 hasta 1950 a causa de los efectos persistentes de la radiación nuclear. Tras aquel horrendo crimen de lesa humanidad en Hiroshima, en vez de mostrar su arrepentimiento poniendo fin a semejantes acciones contra civiles, los líderes políticos de Estados Unidos prosiguieron en sus empeños por la dominación del mundo con la amenaza del uso de la bomba atómica en función de sus intereses.

En la segunda ocasión lo hicieron sobre una ciudad aún más poblada, Nagasaki, donde el presidente Harry Truman se convirtió en el asesino de unos 300.000 seres humanos adicionales.

El mensaje era evidente y claro: Estados Unidos posee un arma terrible y está dispuesto a usarla contra cualquier nación que se oponga a su dominación mundial.

El gobierno del Japón era entonces una dictadura militar que nominalmente encabezaba un Emperador que había aplastado toda disidencia democrática, había proscrito al partido comunista del país y practicaba una política exterior muy agresiva contra sus vecinos. En diciembre de 1941, el imperio japonés -que había ocupado una parte considerable de las costas de China, Corea y las colonias francesas de Indochina (Vietnam, Laos y Camboya) cometiendo atrocidades en gran parte de las Indias Orientales Holandesas (Indonesia) -atacó a Hawái, una posesión de Estados Unidos.

Pero, no obstante aquellas victorias iniciales, en 1945 Japón era ya un imperio derrotado. Había perdido sus reservas de petróleo y su flota naval había sido destruida. La Alemania nazi, su mayor aliado, se había rendido en mayo del 45.

En junio de 1945, el gobierno de Japón había comunicado a los gobiernos neutrales de Suecia, Suiza, así como a su más fuerte contrincante, la Unión Soviética, su deseo de paz, solicitando, como una única condición para rendirse, que su emperador se mantuviera como jefe nominal del Estado nipón.

No obstante lo anterior, son muchos los que aún hoy, a 75 años de aquella monstruosa falacia, aceptan como cierta la mentira con que el entonces presidente estadounidense, Harry Truman, justificó la utilización del arma atómica tras el genocidio. “Hemos utilizado la bomba atómica para acortar la agonía de la guerra, con el fin de salvar las vidas de miles de jóvenes estadounidenses”. Aquella horrenda mentira -consistente en el ocultamiento de la disposición de Japón a poner fin a las hostilidades con una rendición prácticamente incondicional que habría ahorrado a la humanidad decenas de miles de muertos, heridos y recursos materiales fue el arma letal que usó el gobierno de Estados Unidos para prolongar innecesariamente la guerra unos días en aras de sus espurios objetivos de dominación global.

Desde entonces, Washington no ha cesado en la preparación de un enorme potencial militar en aras de ese objetivo. Ha adoptado una doctrina de guerra preventiva, ha planeado la militarización del espacio y, tras los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, en su propio territorio desató la “guerra contra el terror”, utilizada para justificar agresiones alrededor del mundo y un estado de guerra permanente en el que el umbral para el uso del arma nuclear desciende cada vez más y su uso parece siempre sólo cuestión de tiempo.

El mundo vive hace algunas décadas pendiente de probables desenlaces nucleares de los “conflictos” que desata Washington en cualquier lugar del mundo ya sea para imponer o impedir algún tratado de libre comercio por medios violentos; derrocar los gobiernos que él mismo califica de “fallidos” y los movimientos populares que resisten el imperio corporativo mundial; promover el despojo del petróleo y otros recursos en los países más débiles, u otros fines incalificables. Con un idiota tan caracterizado por sus mentiras y trampas como Trump que sufre la población estadounidense actualmente como Presidente, a la Humanidad no le queda más remedio que resignarse a esperar un fenómeno de inteligencia popular en la ciudadanía de esa gran nación que impida que esta nueva vez el magnate no pueda manipular su elección con cualquiera que sea el ignominioso recurso a que apele para violar la voluntad popular.

Mucho más peligroso en el ambiente tan cargado de oprobios que ha creado el racismo en estos días con el alevoso asesinato del ciudadano negro estadounidense George Floyd por un policía blanco en la ciudad de Minneapolis, en el estado de Minnesota.

Manuel E. Yepe

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