Decisiones sísmicas

El Brexit está resultando ser lo más parecido a una de aquellas viejas novelas por entrega que aparecían en los diarios, dejando a los lectores en suspenso, en lo mejor de la narración interrumpida. El lunes 21 de enero tendremos otro capítulo, pero serán inolvidables (al menos para las estadísticas) las dos sesiones parlamentarias del martes 15 y el miércoles 16.

La primera, sobre cualquier otra, por el rotundo rechazo del plan de salida de la Unión Europea presentado por Teresa May, pues es la cifra en negativo mayor en casi un siglo de la historia legislativa, y debido a que de los 420 votos en contra, un centenar fueron de los propios socios políticos del gobierno.

La segunda, (moción de censura o desconfianza) tuvo uno de esos resultados de fácil pronóstico. Ni los conservadores tories ni el DUP norirlandés, podían votar en contra de la primera ministra. Hubiera sido una autoflagelación inútil o un modo de aliarse con el laborismo, que presentó la iniciativa para ponerle freno al extenuante debate prolongado durante dos años ya, y propiciar un adelanto de elecciones definidor.

El hipotético Plan B que se espera de la May provocará otra porfía desgastante o, quizás por cansancio, se logre doblegar a los oponentes de todos los bandos. El “término medio” de la situación, darle vía a un segundo referéndum, es rechazado por la jefa del ejecutivo (argumenta que prepararlo exige de un año al menos). Provoca miedo en indecisos y euroescépticos pues el resultado -así lo reflejan algunos sondeos- se inclina a que los ciudadanos opten por quedarse dentro del Pacto Comunitario luego de palpar los problema e incertidumbres del divorcio.

Aunque en el reciente congreso de los laboristas se aprobó acudir a una segunda cita popular si era necesario, no todos dentro de la socialdemocracia británica están convencidos de que la permanencia en la UE es lo mejor para el país. Se explica ante todo, por el rechazo al modelo neoliberal impuesto a escala del Pacto, pero no se desea un escape por la puerta de atrás, nocivo para todos. Al propio tiempo revela divisiones, no tan intensas, es posible, como las apreciadas en la derecha con las renuncias a sus cargos de varios ministros, o los poco elegantes y solidarios ataques a la premier, pero de cualquier modo, diferencias.

En el 2015 David Cameron, al frente del gobierno en aquel momento, promovió la posible separación de la UE como palanca (una especie de chantaje) para que Bruselas aceptara demandas de Londres, pese a contar con condiciones favorables ya, distintas, dentro del grupo. Apoyado en el descontento por el aumento de la emigración, sobre todo centro y este-europea, hizo carias demandas a Bruselas a cambio de mantenerse como parte de los 28.

Cameron propuso revisar las flexibilidades otorgadas por el mercado único a los miembros que no utilizaban el euro y propuso innovaciones en la regulación comunitaria, capaces de permitir, según él, una mayor competitividad. Otras propuestas fueron para eliminar “la insostenible cuota de inmigración a nuestro país”, (pese a no ser el sitio con mayor población extranjera dentro de la UE) y en esa materia pidió poner límite a las ayudas sociales para los no nativos, residentes en el Reino Unido. Esta última medida pretendía frenar el flujo de ingresos y complacer a quienes rechazan recibir más. En general, sus demandas fueron satisfechas.

Por entonces, Cameron, revelando cierto temor a lo que él mismo promovió, expuso ideas como la siguiente: “No creo que el ‘Brexit’ sea la solución, pero si consideran que esa es la respuesta haríamos todo lo necesario para hacerlo posible”, dijo cuando le preguntaron si el Gobierno “está preparado para la posibilidad de abandonar la UE”. En los hechos Cameron deseaba mantener al país dentro, por eso instó a los detractores a reflexionar, planteándoles: “¿Qué significaría para nuestra seguridad económica estar fuera de la UE? ¿Y para nuestra seguridad nacional?”.

Al parecer, estaba convencido de que en una consulta a la ciudadanía iba a ganar el no a la separación, pero se equivocó (sus adversarios dentro mismo de los conservadores y la ultraderecha, hicieron una fortísima campaña en favor de la salida). El resultado, por estrecho margen, fue el sí a irse. Cameron renunció, casi seguro por temor a lo que avizoraba como, en efecto ocurre, una selvática pelea. Las discrepancias se van a mantener, pues hay mucho por dilucidar.
El plan pactado por la May con la UE –dicho sucintamente- pretende ampliar la etapa de transición tras la ruptura del 29 de marzo próximo, y la permanencia del Reino Unido en la unión aduanera (mecanismo para comerciar entre los distintos países miembros) con el resto de los 27 hasta tanto sea posible firmar un tratado comercial desglosado y con carácter definitivo.

Londres debe saldar sus deudas con el bloque pagando 39 mil millones de libras esterlinas y, además, asume –se supone- el compromiso de garantizar el debido amparo de los 3 millones es de ciudadanos europeos que viven y trabajan en el país.

En el congreso de los laboristas realizado a finales del 2018, se introdujo la opción de un segundo referéndum como salida a lo que, de momento, no parece tenerla. Se adjudica a militantes menos a la izquierda, afines a Anthony Blair (ex premier, pero sobre todo, el artífice de la Tercera Vía, con la cual fue desnaturalizada la plataforma original de la socialdemocracia europea), la persistencia en esa variante capaz de provocar insospechadas sorpresas. Pero también entre los conservadores existen criterios divergentes y posturas incluso pero encaradas.

La nueva dirección de los cristiano-demócratas germanos y la propia canciller Ángela Merkel instan a los ingleses a sopesar bien las cosas, en tanto Francia analiza contramedidas para los posibles efectos de un abandono brusco, sin acuerdo, del Pacto Comunitario. Eso sugiere, también, ausencia de acuerdo total dentro del organismo integracionista.

Se afirma que nada será igual después del Brexit, lo mismo si es amable como a la brava. Y, a no dudarlo, quienes lo piensan tiene mucha razón. Casi siempre los terremotos dejan huellas.

Elsa Claro

Elsa Claro: Periodista cubana especializada en temas internacionales.

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