¿Desafío o rendición en Hong Kong?

El contraste entre el asalto al Parlamento de Hong Kong de cientos de personas enarbolando la bandera colonial, ocurrido en julio de 2019, y la reciente dimisión en masa de los diputados de la oposición es un reflejo elocuente del tránsito operado en los últimos meses en la dinámica política de la ex colonia británica.

Con la vía expedita para descalificar a los diputados díscolos, abierta expresamente por el Parlamento en Beijing para sancionar de inicio a cuatro legisladores, la renuncia al escaño de forma solidaria por parte de los demás diputados opositores a diez meses de la celebración de nuevas elecciones sin una hoja de ruta clara para la acción política, puede llevar a la oposición a un callejón sin salida. Pese a sus limitaciones, el Consejo Legislativo ofrecía una caja de resonancia de la que ahora se verán privados motu proprio.

En Beijing, la medida se interpretó como un nuevo envite con el propósito de restar legitimidad a la Cámara en la que ahora podrá funcionar a plenitud el rodillo oficialista. Otros ven en la actitud opositora una acción insuficientemente meditada que bien podría derivar en una especie de rendición involuntaria.

A nivel interno, las posibilidades de repetir las movilizaciones del pasado año parecen exiguas. Y no solo por las limitaciones derivadas de la pandemia. Incluso en el supuesto de que el proceso de descalificación se traslade ahora de forma parcial y selectiva a los dieciocho consejos distritales en los que la oposición ostenta una posición fortalecida tras las elecciones locales de noviembre de 2019, la falta de expectativas y el cansancio constituyen poderosos alicientes desmovilizadores. Lo más probable es que la ofensiva distrital se lleve a cabo de forma prolongada y con el horizonte de 2023 y con las autoridades operando en base a una reglamentación más estricta que garantice la solemnización de adecuadas dosis de patriotismo y lealtad. Para entonces, los gobiernos central y local cuentan con haber estabilizado la situación. Esa operación pudiera haberse iniciado con el reciente arresto de Raymond Li.

En consecuencia, sin posibilidades de operar como revulsivo interno con potencialidad suficiente para trabar la acción estabilizadora en curso, la dimisión solo cabe ser interpretada como un desesperado apelo a la presión internacional. El mensaje se dirige, sobre todo, a Joe Biden, tras un primer balance en que las sanciones dispuestas por la Administración Trump parecen haber servido de bien poco. Por su parte, la UE proclama mucho pero hace menos.

La activación de la represión selectiva sobre las figuras más emblemáticas de la oposición prosigue su inexorable curso desplazando progresivamente de la agenda pública cualquier asunto de interés de la oposición. Por otra parte, se ha iniciado el éxodo de ONGs internacionales asentadas en el territorio y con vínculos estrechos con el movimiento opositor. Su destino predilecto será Taiwán, lo que añadirá un nuevo factor de animosidad en las relaciones a través del Estrecho y rubricará al alza el enfrentamiento cada vez más abierto entre el PCCh y el gobernante PDP.

A la estrategia política de Beijing de apuntalar a Carrie Lam al frente del Ejecutivo local y neutralizar y diezmar a la oposición, se suma la estrategia económica, acelerando la implementación de la propuesta de creación del Área de la Gran Bahía que en unos lustros diluirá el protagonismo de Hong Kong a favor de Shenzhen y, en último término, de Shanghái.

En los seis meses transcurridos desde la aprobación de la ley de seguridad nacional para Hong Kong, la recuperación del control por parte de las autoridades es un hecho irrefutable. El impacto en la economía de las movilizaciones opositoras ha sido enjugado por los efectos de la pandemia cuyas secuelas aún perduran. Las autoridades locales no se imaginan una recuperación en este sentido sin el concurso y auxilio de Beijing. Así se lo expresó Carrie Lam al número siete Han Zheng recientemente en un encuentro mantenido en la capital. Han se mostró dispuesto a lanzar el salvavidas.

No obstante, confiarlo todo a este enfoque puede no ser suficiente si no se encaran los factores de descontento que alimentan la animosidad de la población hongkonesa hacia el continente. O también aquellos factores que lastran la cohesión social en el territorio, por ejemplo con índices de pobreza y desigualdad inadmisibles.

La ecuación que bosquejan las autoridades locales plantea demostrar que la identidad liberal de la región no se resentirá mientras perviva cierta bonanza, estabilidad y se preserve un determinado margen de estado de derecho, eso sí, sin la amplitud democrática que reclama la oposición. ¿Una ilusión? Pudiera ser, pero no olvidemos que fue así como funcionó bajo el largo dominio del Reino Unido.

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