Donald Trump y sus fantasmas

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Trump es hábil en crear fantasmas. Su estrategia es infundir miedo en la parte más conservardora de la sociedad. Así lo hizo en la primera campaña que lo llevó a la presidencia y, de forma exacerbada, continúa señalando que solamente él es capaz de enfrentar a los monstruos que se ciernen sobre la grandeza del país.

Sin adversarios que le hicieran contrapeso en el Partido Republicano para disputarle la nominación como candidato presidencial en las elecciones de noviembre, Donald Trump fue ratificado anteayer para contender en favor de su anhelo de permanecer cuatro años más en la Casa Blanca. Para la Convención Nacional Republicana que lo ungió, resalta David Brooks, corresponsal de La Jornada, Trump es el único que está entre la libertad y el socialismo en Estados Unidos y quien está frenando la invasión migrante y recuperando la grandeza. Nada importa que sea inexistente el pretendido socialismo que busca destruir la libertad estadounidense, ni que los migrantes tampoco sean fuente de los males que, supuestamente, llevan consigo al buscar empleo, lo central es presentar a los invasores como hordas enemigas del American dream.

Los prejuicios de Trump no son exageraciones personales, ideas un tanto delirantes que ha internalizado en solitario, sino que tienen asidero en millones de sus conciudadanos que también añoran el regreso a la edad de oro. Aunque la nostalgia de tal periodo sea más una idealización y menos una realidad histórica. De lo que se trata en la visión restauradora del eslogan trumpiano ( Make America Great Again) es de purificar la nación, liberarla de lastres ajenos a su ethos primigenio. Dudo que Trump haya leído la obra de Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos?: los desafíos a la identidad nacional estadounidense (Paidós, 2004); sin embargo, de manera más reduccionista que el académico de la Universidad de Harvard, el empresario/político está convencido de que los extraños desafían y ponen en peligro la cohesión cultural del país. Por esto es recurrente en Trump la estigmatización de quienes son ajenos a los valores fundantes de Estados Unidos.

Son cotidianos en Donald Trump los discursos conspiracionistas, en los que señala una y otra vez a los enemigos de la reconstrucción estadounidense que tiene lugar bajo su presidencia. Toma y reconfigura datos para presentar los aviesos intereses y sus patrocinadores, que se esfuerzan por desintegrar la fortaleza del país. Son elementales y en extremo esquemáticos los señalamientos que, con dedo flamígero, hace sin sustento alguno, pero que son efectivos en transmitir miedo entre la base electoral que lo apoya. Ya ha superado con creces a Ronald Reagan, a quien Mark Green y Gail McColl le hicieron pormenorizado recuento de sus dislates ( El rey del error, Editorial Fundamentos, 1986) y crece todos los días el inventario periodístico de las fake news que sin sonrojarse difunde.

Igual que en su anterior campaña presidencial, en la presente Donald Trump tiene en la agenda de cómo acrecentar el pánico en millones de votantes el eje antinmigrante. Por ello en la Convención Republicana han sido presentadas “imágenes y voces que repiten que los demócratas favorecen fronteras abiertas donde ‘extranjeros ilegales’ llegan a competir por empleos y por seguros de salud con los estadounidenses” (https://www.jornada.com.mx/2020/08/25/mundo/023n1mun).

Golpear simbólicamente a los inmigrantes del sur, especialmente a los ugly mexicans, tiene fuertes resonancias en los partidarios de Trump que conciben a los fuereños como depredadores del paraíso. Veremos crecer en los discursos de campaña la verborragia de Trump contra los inmigrantes y las palmas que cosecha entre los nacionalistas conservadores.

La maquinaria republicana/trumpista incluyó entre los oradores a representantes de las minorías latina y afroestadounidense, para hacer visible que apoyan al candidato diversos sectores y no solamente un amplio porcentaje de la población blanca. Todos los que han dado discursos de apoyo a Trump repiten las obsesiones del personaje, y que solamente él puede ahuyentar definitivamente los fantasmas que hacen peligrar el American way of life.

Donald Trump sabe del efecto causado entre una parte de los posibles votantes, los hombres y mujeres que tienen acendradas creencias religiosas, cuando hace invocaciones a Dios. Por esto no faltan en sus declaraciones y discursos las menciones a la divinidad. A la vez, sin pudor, hace hincapié en frases efectistas que reflejan, según él, su profunda identificación con la leyenda impresa en los dólares: In God We Trust.

Las encuestas apuntan a que Trump no es actualmente el favorito del electorado. Sin embargo, la tendencia podría revertirse y el magnate neoyorquino busca medios para lograrlo. Sus herramientas serán guerras de infundios y hacer que los ventiladores esparzan tanto estiércol como sea posible. Solamente el dique de los sufragios de la ciudadanía puede contenerlo.

Carlos Martínez García

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