El auge de Trump

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Desde este verano, la economía mundial cuenta con una segunda locomotora. En tanto que la primera –la de China– desaceleró su marcha, a 6.7 por ciento en el segundo trimestre, la segunda –la estadounidense– aumentó en el mismo periodo su ritmo de avance a 4.1 por ciento y marchó a doble velocidad que en los tres primeros meses.

Sin embargo, disminuyó su capacidad de arrastre. Sobre todo en el corto plazo, esa capacidad depende de la tracción que ejerza sobre las economías de otros países mediante sus importaciones netas, es decir, de las compras de mercancías y servicios que realice por encima de las ventas a otros países. En abril-junio, Estados Unidos redujo en 86 mil 600 millones de dólares sus compras externas netas comparadas con las del trimestre anterior. La locomotora marchó a mayor velocidad pero redujo su capacidad de arrastre. La combinación del más alto crecimiento desde 2012 y una nueva reducción del déficit comercial provocó sin duda particular deleite al presidente Trump, quien no ha dejado de exaltar el hecho en todos los tonos imaginables y de atribuirse personalmente el mérito. En uno de los numerosos tuits dedicados al tema, Trump proclamó que ahora el auge estadounidense es la envidia del resto del mundo.

La economía de Estados Unidos atraviesa, sin duda, por un buen momento pues, además de lo señalado, en julio la tasa de desocupación se situó en 3.9 por ciento. Un indicio aún más significativo de la fortaleza del mercado de trabajo se encuentra en la caída del desempleo entre los trabajadores con menor escolaridad, según informó el Departamento del Trabajo el 3 de agosto. Se situó en 5.1 por ciento en julio, el rango más bajo desde que este indicador empezó a medirse en 1992. En el punto más severo de la crisis, en el verano de 2009, llegó a 15.6 por ciento, tres veces superior a la de desempleados con educación media completa (NYT, 4/8/18). Sin embargo, el alza de la remuneración del trabajo sigue estancada en 2.7 por ciento anual, en tanto que los precios al consumidor aumentaron 2.9 por ciento en los 12 meses a julio (FT, 3/8/18).

No deja de llamar la atención que este conjunto de buenas noticias económicas, apenas tres meses antes de la elección de medio término el 6 de noviembre, no constituya la columna vertebral de la campaña política republicana, aunque se mencione y se exagere. Trump parece haber decidido que el reclamo central de esa campaña no será otro que el que ya lo llevó a la presidencia en noviembre de 2016: el recurso reiterado y constante –en dosis variables, según el lugar, el auditorio y la coyuntura– al nativismo, el aislacionismo, la xenofobia y el racismo de su núcleo duro de votantes. Ha prometido que en los últimos meses serán constantes y repetidos discursos como el de la semana pasada en Tampa: catálogos de invectivas contra los medios de información y recuentos exaltados y falsos de agravios contra los extranjeros, en especial los mexicanos, a los que responsabiliza de la inseguridad y la violencia urbanas. Debemos acorazarnos, entonces, frente a una redición aumentada de imputaciones y despropósitos.

En el mundo económico, todos se preguntan qué tan sólido y duradero será el auge de Trump. Parece darse por descontado que continuará por el resto del año, aunque a menor velocidad que en abril-junio, dando lugar a una expansión de alrededor de 3 por ciento en 2018, superior a la media de los países avanzados. Entre los factores de impulso destacó la reducción de impuestos a las empresas e incrementos considerables del gasto público, sobre todo el gasto federal en defensa y una amplia gama de gastos de administraciones estatales y locales. Se le caracterizó como un paquete de medidas keynesianas, más o menos involuntario. O, en otros términos, como colocar un motor V-8 en un auto compacto. Las empresas han dedicado al menos un tercio de las reducciones impositivas a recomprar sus propias acciones, limitando su efecto expansionista.

Es dudoso, sin embargo, que la efectividad del estímulo se prolongue, más allá de fin de año, a lo largo de la segunda mitad del periodo presidencial. Puede frenarse como consecuencia de la guerra comercial de Trump, que ahora parece librarse sobre todo en el frente de China, tras la tregua conseguida en el frente europeo y las aparentes mayores probabilidades que en el norteamericano se consiga un acuerdo aceptable para Estados Unidos por la vía de que Canadá y México accedan a sus exigencias en la renegociación del TLCAN –aunque se disfrace la aceptación en un lenguaje de consenso.

Si, como consecuencia del auge económico o de la efectividad de su demagogia de campaña o de una combinación de ambos, Trump logra que el Partido Republicano siga siendo mayoritario en Representantes y en el Senado, habrá que enfrentar una segunda mitad en que, en forma aún más extrema, no reconocerá límite alguno en lo que entiende como su mandato: moldear el mundo a su imagen y semejanza –el mundo de Trump. Contará para ello, no se dude, con aliados inesperados.

Jorge Eduardo Navarrete

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