El canto de guerra de Blinken

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El belicista predilecto de Biden pide que no se detenga el derramamiento de sangre en Ucrania

En un discurso pronunciado en Helsinki el 2 de junio, Antony J. Blinken, secretario de Estado de Estados Unidos, dio la bienvenida a Finlandia como nuevo miembro de la OTAN. Belicista inquebrantable cuando de Rusia se trata, Blinken ha llevado su compromiso feroz con la guerra de Ucrania hasta un nuevo límite al rechazar una vez más las negociaciones de alto el fuego –una necesidad que apremia a la ciudadanía y el ejército ucranianos, cada vez más asediados–.

“En las semanas y los meses siguientes –expresó–, algunos países pedirán un alto el fuego. Y, a simple vista, puede parecer una idea sensata, incluso atractiva. A fin de cuentas, ¿quién no va a querer que los contendientes depongan las armas? ¿A quién no le gustaría que cese la matanza? Sin embargo, un alto el fuego que simplemente suspenda los frentes de combate tal y como están y le permita a Putin consolidar el control sobre el territorio que ha ocupado, descansar, rearmarse y volver a atacar no es una paz justa y duradera: es una paz de Potemkin. Legitimaría la apropiación del territorio por parte de Rusia; recompensaría al país agresor y penalizaría a la víctima”.

¿Acaso el secretario de Estado de Estados Unidos no está al tanto –o no quiere estarlo– del éxito y la importancia histórica de las fuerzas internacionales de paz? ¿Acaso no es consciente del trabajo que hizo el diplomático Richard Holbrooke, por muy polémica que fuese esta figura? En 1995, Holbrooke negoció el final de la sanguinaria violencia étnica en Bosnia y Herzegovina entre los serbios, los croatas y los musulmanes. El odio de unos por otros era tan intenso como el que ahora se está desatando entre la ciudadanía y los militares ucranianos por sus adversarios rusos.

El discurso de Blinken terminó así: “[…] cuando un pueblo libre como el ucraniano está respaldado por naciones libres de todo el mundo –que reconocen su destino y su libertad–, sus derechos y su seguridad son indisociables; la fuerza que poseen no solo es arrolladora: es imparable”.

Hablando en plata: odio a los rusos; que corra la sangre.

Blinken volvió a relatar la historia de cómo en febrero de 2022 advirtió al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –un viejo instrumento político estadounidense, apenas contrarrestado por el poder de veto de Rusia y China– de que la invasión rusa era inminente y, en cuanto se desencadenase, Estados Unidos intervendría con sus aliados de la OTAN para ayudar a Ucrania a defender su territorio.

Más de quince meses después, afirmó frente a la multitud finesa que proseguir con la carnicería tiene su lado positivo. “Está claro que a día de hoy la situación de Rusia es mucho peor que antes de la invasión a gran escala de Ucrania, tanto a nivel militar, económico como geopolítico”. La Unión Europea está más unida que nunca –aseguró– y ha proporcionado a Ucrania más de 75.000 millones de dólares en ayuda militar, económica y humanitaria. Además, ha acogido a más de ocho millones de refugiados ucranianos. (En otro texto he hablado sobre el aumento creciente de los costes y las ansiedades que genera la crisis de refugiados derivada de la guerra en la región. A pesar de ser enemigos de Rusia y de Putin, muchos países vecinos de Ucrania han instado subrepticiamente al presidente ucraniano Volodímir Zelenski a que procure un alto el fuego y el final de la masacre).

Si bien es cierto que el crecimiento económico de Rusia ha menguado por el coste de la guerra, el país está muy lejos de quedarse aislado. En marzo, un año después de la ofensiva rusa sobre Ucrania, la Economist Intelligence Unit (EIU) reveló que “cada vez más países se alían con Rusia. Hay países que antes se posicionaban como neutrales o no alineados y desde el inicio de la invasión han cambiado su postura”. En esa línea, el informe de la EIU explica que “hubo un gran cambio en la postura de los países que se inclinan por Rusia, cuyo número se ha incrementado de 29 a 35. De entre ellos, China sigue siendo el más relevante, pero otros países en vías de desarrollo –concretamente cita a Sudáfrica, Mali y Burkina Faso– también se han desplazado hacia este grupo, que representa el 33% de la población mundial. Esta tendencia pone de relieve la creciente influencia de Rusia en África”.

El informe agrega que el número de países que condenan activamente la guerra rusa en Ucrania ha disminuido, “ya que algunas economías emergentes se han desplazado hacia una posición neutral”. Así pues, el bloque de países que apoya firmemente a Ucrania comprende ahora el 36% de la población mundial.

Cualquiera creería que el secretario de Estado de Estados Unidos, con la influencia internacional que tiene, estaría obligado a no menoscabar la credibilidad de este país tergiversando el panorama mundial. ¿O será que solo ve el panorama de la parte del mundo que defiende el poder estadounidense?

Y es que ha declarado, por ejemplo, que “Europa dio un giro rápido y decisivo al volver la espalda a la energía rusa”, cuando Berlín “suspendió inmediatamente la aprobación del Nord Stream 2”, un nuevo gasoducto que discurría entre Rusia y Alemania. Si hubiera llegado a ponerse en funcionamiento, se habría duplicado el volumen de gas a precio reducido que fluye desde Rusia a las empresas y los hogares alemanes. Ante la presión de Occidente, el canciller alemán Olaf Scholz cerró el grifo del nuevo gasoducto y nunca recibieron ese gas. (Los operativos de inteligencia de Estados Unidos asignados a la misión autorizada por Biden para volar los gasoductos –a quienes les he dedicado otro artículo– ignoraban que estas tuberías de 1.234 km que tenían que destruir contenían gas natural ruso).

Es posible que Estados Unidos no contara con la información suficiente para llevar a cabo su misión secreta, pero también puede ser que Scholz hubiera dado la orden de llenar el gasoducto de gas para disponer de margen de maniobra en caso de que la guerra no saliese bien. Quizás eso también hubiera aumentado la peligrosidad de la misión secreta estadounidense. No obstante, el presidente Biden le arrebató esa posibilidad –si es que era lo que pretendía Scholz– al ordenar la destrucción del gasoducto el 26 de septiembre de 2022. Se desconoce si el canciller pudo manifestar su opinión al respecto, pero la jugada temeraria de Biden lo dejó en una encrucijada. Por un lado, ya no podía retirar su apoyo en la guerra de Ucrania; por otro, necesitaba el gas para mantener en funcionamiento las fábricas y los hogares con calefacción. Ahora bien: ese suministro se iba a cortar sí o sí.

Scholz y Alemania sobrevivieron este último invierno, a pesar de la falta de gas ruso, gracias a unas reservas suficientes, un invierno más cálido de lo habitual y miles de millones de euros en subsidios que el Gobierno alemán concedió a las familias y las empresas. Así las cosas, en mayo, Politicopublicó un sombrío pronóstico titulado: “Alemania ha caído en recesión y todo el mundo debería preocuparse”. El reportaje de Johanna Treeck señala que, según los últimos datos, la principal economía de la eurozona, azotada por los altos precios de la energía, y de otros insumos, lleva tiempo contrayéndose. Los expertos confirman el diagnóstico, recalca Treeck: “No se trata de un bache aislado”.

Pues bien, me dirigí a Sarah Miller, una especialista en energía que ha sido editora de las publicaciones privadas sobre el mercado de la energía más importantes de Estados Unidos, para preguntarle acerca de la situación de las economías alemana y europea. “Lo que me sorprende –me comentó– es que la recesión de Alemania no sea peor de lo que es y que no se haya reflejado antes en los datos. Por supuesto, la pérdida del gas ruso y los consecuentes altos precios de la energía son factores determinantes de la crisis. No creas que hay mucho debate al respecto. La decisión alemana/europea del otoño pasado [tras la explosión de Nord Stream] de pagar lo que fuese necesario para comprar GNL [gas natural licuado] con sobreprecio ha afectado a esta industria en crecimiento en todo el mundo”.

Samuel Charap, académico experto en Rusia, acaba de publicar un ensayo en Foreign Affairs sobre la estrategia de Washington en Ucrania. Charap formó parte de la Administración Obama y en la actualidad trabaja en RAND Corporation. No es fanático de Rusia ni de lo que él denomina las “vagas” ideas de Estados Unidos sobre el (no) final de la guerra y tiene muchas sugerencias acerca de los pasos que podrían conducir a unas negociaciones de paz efectivas o, como él dice, a “facilitar el final de la partida”. Por ejemplo, un acuerdo de armisticio, zonas desmilitarizadas, comisiones conjuntas de resolución de conflictos y garantías de terceros. Movimientos afables para que unos enemigos acérrimos puedan alcanzar la paz sin resolver sus diferencias sustanciales.

No es gran cosa, pero al menos es un comienzo. Qué pena que el nombre de Antony Blinken no aparezca en su artículo.

Seymour Hersh

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Este artículo se publicó originalmente en inglés en Substack.

Traducido al Español por Cristina Marey. 

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