El capitalismo de la pobreza y la pobreza del capitalismo

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Una de las virtudes que se le atribuye al capitalismo como sistema económico es la enorme capacidad para producir riquezas y la de producir bienes y servicios destinados al consumo humano. Sin embargo, esta idea que hasta cierto punto parece ser la única a favor del capitalismo, no es tan real. La riqueza ha sido producida desde la antigüedad por las manos esclavizadas, las del campesino, el obrero, los niños, las mujeres, las manos de los pueblos sometidos por diversos procesos coloniales clásicos y modernos. Son las mismas manos que sustentaron los grandes imperios y sus ostentosidades hasta hoy.

El capitalismo de la pobreza evoca a una filosofía que perpetúa las relaciones de explotación humana y de la naturaleza, se funda en sistema imparable de producción anárquica, pero bajo los lineamientos de un régimen estricto de distribución desigual de la riqueza y masificación de la miseria.

El capitalismo como dogma teológico idolatra la propiedad privada y la privatización de lo público que es la condición inherente de su existencia. Es un sistema que muta, se adapta a los devenires de la sociedad moderna, los vaticinios de su derrumbe desde principios del siglo pasado a la actualidad son profecías infundadas haciéndolas pasar por disquisiciones intelectuales que sirven para producir libros de estanterías como negocio de las editoriales sensacionalistas.

Las crisis cíclicas que parecen marcar su fin inminente son parte de su desarrollo hacia una fase superior y muchas veces sutil. La más reciente provocada por la pandemia del Covid-19 reafirma la preponderancia del Banco Mundial, el FMI u otros organismos internacionales a mantener una vigilancia global hacia los estados y sus políticas domésticas, a socavar las soberanías nacionales con el recrudecimiento de la deuda pública externa y directrices macroeconómicas impuestas a los países empobrecidos.

Esta pandemia no es el fin del capitalismo, al contrario, es una nueva etapa, es la transición hacia una era digital más globalizada pero excluyente como lo ha sido en sus otras esferas, hacia una redefinición y vulneración de los derechos laborales a favor de los grandes capitales, entre otras cosas más que poco a poco la humanidad irá aceptando con cierta nostalgia de aquella “normalidad” heredada del siglo XX.

Pensar el capitalismo como filosofía de la pobreza significa una desnaturalización de la condición humana, un idealismo de lo individual, de una promesa de realización utópica, un relato metafísico de la felicidad, la de una ética superficial con unos valores tan abstractos como aquellas premisas convertidas en consignas revolucionarias: “libertad, igualdad y fraternidad”, mismas premisas que inauguraron lo que hoy se ciernes sobre nosotros, el capitalismo de la barbarie como símbolo civilizatorio.

La pobreza y la riqueza no pueden entenderse en el capitalismo como dos categorías de análisis opuestas, sino que, ambas se producen y perpetúan como dos caras de una misma moneda. El sujeto estructural con el estatus y en circunstancias de pobre es aquel que enajenado de su propia condición social y subjetiva produce aquello que no puede tener.

Los pobres dentro de este sistema filosófico-económico solo pueden poseer y producir para sí mismos discursos que por lo general son el de la esperanza, la resignación providencial compensada con la utopía de una tierra prometida, de un paraíso ultraterreno, de la “Ciudad de Dios” de Agustín de Hipona.

Por otra parte, la pobreza del capitalismo que se esconde bajo la sombra del Norte opulento, y se recrudece en el Sur global, se refleja no solo en millones de cuerpos desnutridos sin certeza de lo que llevarán a su boca al despertar el día siguiente, sino en las 1, 300 millones de toneladas de alimentos que se pierden cada año, principalmente en los países industrializados, según estimaciones de la FAO (2012).

El otro rostro sumergido de la producción industrial se encuentra en los océanos inundados de plásticos, donde se vierten cada año más de 6 millones de toneladas. Los expertos estiman que para 2050 los océanos albergarían más plásticos que peces, sin embargo, parece ser un problema que todavía no preocupa a nuestra generación, hasta mientras tanto se pueda navegar y en tanto el mar sirva para un selfi de verano.

La pobreza del capitalismo se puede ver en los millones de personas que viven en techos inadecuados, en aquellos que todavía no pueden acceder a los servicios básicos de la salud. También se refleja en los 750 millones de personas analfabetas (4% de la población total) que tenemos en un mundo donde la ciencia y la tecnología avanzan sin precedentes en la historia.

En el capitalismo de la pobreza se han invertido con mayor frecuencia recursos financieros en intentar estudiarla o medirla que en erradicarla. Los organismos internacionales no solo han definido las referencias teóricas y metodológicas, sino que a medida de ellas se diseñan los planes y programas globales que por definición original terminan perpetuándola y diversificándola, propias de estas recetas exitosas ha sido el neoliberalismo con los planes de ajustes estructurales impuestos a países pobres y altamente endeudados.

No existen términos medios de la pobreza, siempre será extrema mientras haya cuerpos debilitados por el hambre, las manos temblorosas por el frío y la indigencia de las calles, mientras los grandes monopolios impongan los precios de los productos esenciales para la vida, mientras las industrias farmacéuticas etiqueten los medicamentos y las enfermedades según sus ganancias y mega negocios, mientras persista la pobreza de los salarios impuestos por las transnacionales.

El capitalismo es una negación del hombre, es la antítesis de la dignidad humana y la justicia social. El capitalismo solo calcula la pobreza para rentabilizarla, contamina los ríos porque es más rentable formular proyectos “ambientales” que preservarlos en su estado natural. El capitalismo es una filosofía de la pobreza, y la pobreza misma es una condición necesaria del capitalismo.

Jonathan Flores Martínez

Jonathan Flores Martínez: Docente/Investigador del Departamento de Filosofía de la UNAN-Managua, Facultad de Humanidades y Ciencias Jurídicas. Licenciado en Diplomacia y Ciencias Políticas, Máster en Estudios de Género y Políticas de Igualdad. Miembro del Colectivo de Investigadores del Centro de Estudios del Desarrollo Miguel d’Escoto Brockmann.

Nota del Editor: Este artículo fue publicado originalmente en el Semanario 11 del CEDMEB, 12 de julio de 2020.

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