El Congreso de Xi Jinping

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El XIX Congreso que el Partido Comunista de China (PCCh) va a celebrar este otoño es uno de los más importantes de su historia reciente. En primer lugar, porque discurre en una etapa crucial del proceso de modernización que vive el país; también porque acelera la cuenta atrás para el primer centenario de la fundación del Partido (2021); en tercer lugar porque puede significar el nacimiento del “xiísmo” como inspiración teórica de la China del siglo XXI. La agenda china actual viene marcada por dos fechas referenciales: ese 2021 y 2049, cuando se celebre el primero centenario del triunfo de la Revolución de Mao.

Un lustro con Xi Jinping

El actual hombre fuerte de China es Xi Jinping. Su gestión en el primer lustro al frente del PCCh se salda con importantes cambios en la estructura general del poder, tanto a nivel central como territorial. En el plano de los efectivos, por ejemplo, 15 de los 171 miembros suplentes del Comité Central fueron purgados desde 2012. Cabe señalar que desde la fundación del Partido en 1921 sólo 9 fueron expulsados de dicho máximo órgano entre congresos. En el ámbito territorial tampoco se quedó atrás. Cada semana, los despachos de la agencia de noticias Xinhua abundan en las caídas de líderes provinciales o de nivel inferior, ya sea en el ámbito del Partido, del ejecutivo, legislativo o judicial.

En otro orden, Xi promovió reformas profundas. En el campo económico, la transformación de la estructura productiva para dejar de ser la “fábrica del mundo” fue su principal caballo de batalla. En lo social, la lucha contra la pobreza con el objetivo de la construcción de una sociedad acomodada alrededor de 2020. En el campo de la cultura, el fomento del neo-tradicionalismo cómo antídoto frente a la penetración liberal occidental. En lo político, la construcción de un Estado con pleno derecho capaz de reforzar la institucionalidad y la lucha contra la corrupción. En lo ideológico, un rearme mayor con la vista puesta en la multiplicación del control de los medios. En el campo de la seguridad, la mayor reforma militar de todos los tiempos y la afirmación de sus posiciones en áreas disputadas con terceros países. En lo diplomático, con la promoción de la Ruta de la Seda y el liderazgo de una mundialización inclusiva tras la victoria de Trump en los EUA, China pisa más fuerte que nunca.

Ampliamente considerado como el líder más poderoso del país en 40 años, Xi reforzó su control sobre todos los aspectos de la política china, desde sus militares a la sociedad civil. Cabe recordar que asumió el control de la Comisión Militar Central desde el principio de su mandato y su campaña contra la corrupción, que sigue viva, le permitió librarse de poderosos adversarios como Bo Xilai o Zhou Yongkang, triturando sus respectivas bases de apoyo. Todo eso le valió también para reforzar el poder personal pero también el poder del Partido sobre los gobiernos centrales o locales o las empresas. Además, preside varios importantes grupos dirigentes principales, incluyendo los de nueva creación relativos a la reforma económica, la ciberseguridad o la seguridad nacional, entre otros.

El barómetro territorial

En los últimos meses, hemos asistido a remociones de los cargos principales en algunas provincias, un hecho que actúa de barómetro del alcance del poder de Xi Jinping y de la evolución de la correlación de fuerzas entre los diferentes clanes internos de cara al XIX Congreso.

En tal sentido, cabe significar, primero, la importancia del hecho territorial como elemento caracterizador de estas facciones, tradicionalmente asociadas en su identificación a una provincia concreta. Así, históricamente, se habló del clan de Shandong, de Fujian, o de Shanghái, por citar algunos, de forma que una provincia determinada puede ser el origen de una base de poder más amplia y servir de trampolín para una estrategia más ambiciosa a nivel estatal. Obviamente, las provincias más ricas, las costeras, constituyen el referente idóneo para construir esa base de poder mientras que las provincias del interior ayudan a “hacer carrera” a los líderes. Aunque estas son paso obligado de la meritocracia, las primeras son las más disputadas.
En el poder territorial chino debemos distinguir cuatro niveles: los cuatro municipios subordinados directamente al poder central (Beijing, Shanghái, Tianjin y Chongqing), las provincias y las regiones autónomas (Mongolia Interior, Guangxi, Ningxia, Tibet y Xinjiang). A mayores tendríamos las regiones administrativas especiales de Hong Kong y Macau con un perfil diferente y asociadas a la política de “un país, dos sistemas”.

En la estructura de poder en estas demarcaciones territoriales se debe significar la importancia, en primer lugar, del jefe o secretario del Partido como referente máximo que acostumbra a actuar con sus dos secretarios adjuntos; el otro pilar efectivo es el gobernador, responsable del poder ejecutivo y que también actúa auxiliado por dos vicegobernadores. Habitualmente, los titulares de ambos cargos evidencian la nota característica de las afinidades principales en la provincia pero en algunos casos particulares conviene prestar atención al segundo escalón pues puede reflejar una complejidad mayor. Un buen ejemplo de eso, como veremos, es un municipio tan importante como Shanghái.

Tres clanes principales pugnan por la influencia de cara al XIX Congreso del PCCh. De una parte, el liderado por Xi Jinping, que algunos denominan como el clan de Zhejiang (aunque otra provincia favorecida en menor grado por Xi es Fujian), donde sirvió entre 2002 y 2007, contando también con el apoyo de los príncipes rojos, herederos de los revolucionarios veteranos. Cuenta además con su aliado Wang Qishan que aprovechó estos años al frente de la Comisión Central de Control Disciplinario (CCCD), el máximo órgano anticorrupción, para dar forma a una facción específica que rema a favor de Xi; la que agrupa a los tuanpai o líderes que presentan como denominador común su filiación en la Liga de la Juventud y la afinidad con Hu Jintao, a quien Xi relevó en la dirección del país; y el clan de Shanghái, asociado al también ex secretario general Jiang Zemin. Complementariamente, existen tanto personas (el ex primero ministro Wen Jiabao, por ejemplo) como territorios (Guangdong) que manifiestan bases específicas y más plurales pero igualmente más limitadas en su impacto global.

En estos años, Xi maniobró intensamente para aumentar su base de apoyo y reducir la de sus rivales, aunque siguiendo métodos diferentes y adaptados a cada caso. En el supuesto de la facción de Jiang Zemin, el ariete principal fue la reivindicación de la ética y la limpieza del Partido. Aunque hubo episodios similares en la facción relacionada con Hu Jintao (caso de Ling Jihua, por ejemplo), los métodos preferentes fueron otros, como la reducción del presupuesto de la Liga de la Juventud Comunista a la mitad. Hay tres figuras en activo de referencia de la Liga: el vicepresidente del Estado Li Yuanchao, el vice primer ministro Wang Yang y el jefe del PCCh en Guangdong, Hu Chunhua. Los tres son miembros del Buró Político. El clan de Shanghái sufrió una mengua considerable en estos años siendo el blanco predilecto de Xi.

Cabe señalar que los tres grupos no tienen grandes diferencias de política y todos coinciden en el mandato general del sistema, es decir, la apuesta por un “camino chino” y la senda nacionalista, aunque unos puedan ser más liberales que otros, especialmente en lo económico. A la facción de la Liga se le adjudican hasta 14 de los 25 miembros del Buró Político pero otros reducen ligeramente su entidad. Más unánime es la previsión de que tal significación se verá reducida sensiblemente tras el XIX Congreso.

De cara al conclave de este año, a partir del 18 de octubre, mucha atención se presta a los cinco miembros del Comité Permanente del Buró Político que deben abandonar el órgano por razones de edad, a la continuidad o no de Wang Qishan pues superaría la edad límite, a la preservación del consenso en la elección de los nuevos miembros, a la aceptación o no por parte de Xi del sucesor designado por su antecesor y la vigencia de la regla de la designación cruzada, al reflejo o no de la voluntad de Xi de aspirar a un tercer mandato, etc., pero no menos importante es la pugna por la composición del Buró Político del que deben salir en torno a la mitad de sus miembros y a las proyecciones territoriales de los respectivos clanes.

A estos efectos, una de las características del mandato de Xi es la vuelta de tuerca a la centralización del poder, una dinámica que puede tener consecuencias importantes. En primer lugar, puede dificultar las capacidades de adaptación del sistema ya que las autoridades locales tienen problemas para interpretar las directivas centrales y viven con el temor al castigo por desviarse de la ruta aprobada oficialmente. Es por eso que, a pesar de tantas sesiones de estudio de los documentos centrales, se reconoce la existencia de una cierta parálisis a nivel local tanto por la lucha contra la corrupción como por la demanda de disciplina y de lealtad máxima. En segundo lugar, esta política señala reservas a lo que fue habitual en tiempos de Deng Xiaoping, cuando la iniciativa y la experimentación eran la norma y se fomentaba. Las alternativas se probaban a nivel local y después, si valían, se extendían a nivel de todo el país una vez corregidas sus carencias. Ahora, el enfoque que prima es más de arriba hacia abajo. El número de documentos a nivel provincial que hacen referencia a experimentos o pruebas piloto en 2015 no fue ni la mitad del registrado en 2012. La recentralización reduce la margen de innovación de abajo hacia arriba, una de las características de mayor interés de la reforma china iniciada en 1978.

Los gobiernos locales nunca fueron totalmente autónomos pero disfrutaban de una significativa discrecionalidad mediatizada por el poder del Partido. Ahora, ser muy creativo no ayuda a la carrera, ayuda más ser leal y ejecutivo. En consecuencia, se reduce el espacio de decisión a nivel local. Con Hu Jintao (2002-2012) esta dinámica era más flexible, fomentándose la innovación política local y una mayor ductilidad para aplicar las consignas emanadas del poder central.

Xi no cambió las reglas, pero muchas variables dentro de ellas sí cambiaron. Objetivos políticos que marcan la propaganda del Gobierno central como el impulso a la urbanización o la lucha contra la pobreza incrementan su peso en la agenda local. Pero las autoridades locales se mueven en un marco de mayor inseguridad a la hora de su implementación, en parte porque predominan más los castigos que las recompensas.

El caso Sun Zhengcai

A finales de junio, el anuncio de la destitución e investigación de Sun Zhengcai, secretario del Partido en Chongqing, convulsionó la política china. Sun no es una figura menor: se trata de un firme candidato al Comité Permanente del Buró Político y señalado por muchos como probable substituto del primer ministro Li Keqiang a partir de 2023. Exponente de la sexta generación de dirigentes, Sun disfrutaba de prestigio por un talento reconocido a través del ejercicio de numerosos cargos de máxima responsabilidad a edad temprana, incluyendo su condición de miembro más joven del actual Buró Político. El principal hándicap de su carrera es la cercanía al ex primer ministro Wen Jiabao (así como a altos funcionarios jubilados como Jia Qinglin o Liu Qi) y la falta de afinidad con Xi Jinping, el actual secretario general del PCCh, aunque este alabó en alguna ocasión su labor. Tercero, el substituto de Sun es Chen Mín`er, igualmente talentoso pero con el añadido de una virtud iluminadora, su afinidad con Xi.

Versiones no oficiales sugieren que la investigación de Sun está relacionada con la comisión de “errores políticos”, en concreto, con su actitud ambigua a la hora de erradicar la influencia y los vestigios -léase, sobre todo, los cargos sobrevivientes- del período de Bo Xilai en Chongqing. Recuérdese que Bo fue objeto de un escandaloso caso previo al XVIII Congreso (noviembre de 2012). Esta “dejadez” de Sun afectaría a figuras como He Ting, al frente de la policía, o al antiguo alcalde Huang Qifan. Otras fuentes van más allá y relacionan la investigación con su esposa, Hu Ying, bien relacionada con las esposas de procesados como Su Rong o Ling Jihua con proyecciones en la banca Minsheng, aquejada de una gestión más que dudosa.

Sea cual fuere la causa cierta, la investigación de Sun es una advertencia clara de Xi a sus rivales en vísperas del cónclave de otoño. Xi reclama manos libres para hacer y deshacer a su antojo y la defenestración de Sun es el mensaje con el que aspira a neutralizar a sus adversarios, evocando la posibilidad de saltar las reglas al uso en materia de sucesión en el seno del PCCh. No obstante, la destitución puede abrir la caja de Pandora de la lucha de clanes si sus adversarios no se dejan intimidar, alentando las luchas internas.

El principal ariete de la estrategia de Xi es la comisión de disciplina y su titular y aliado, Wang Qishan. El mandato de Wang debe expirar este año atendiendo a razones de edad y uno de los caballos de batalla del próximo congreso será su continuidad o no. Está por ver igual como le pueden afectar a Wang y otros dirigentes las denuncias del magnate financiero fugitivo Guo Wengui, que asegura disponer de información comprometedora y que afectaría de lleno al propio Wang por sus vínculos anteriores con el sector financiero (Wang fue viceprimer ministro en la etapa de Wen Jiabao). Las normas relativas a la censura se están intensificando hasta niveles nunca conocidos al igual que la persecución de Guo en el exterior (reside en EEUU).

Xi y Wang abordan el congreso de otoño como la oportunidad para consolidar posiciones de sus redes de fieles con la lealtad ideológica y personal como fundamentos principales de la promoción pasando la meritocracia a segundo plano. Sobre esa base, en los últimos años, el tándem Xi-Wang avanzó posiciones muy amplias en los escalones del poder provincial y también en el central, desde los ministerios al aparato de seguridad y militar. Con tal nivel de poder acaparado podrán condicionar la sucesión en la próxima década y hasta imponer un inusual tercer mandato del propio Xi.

Paradójicamente, la esencia de la tan alabada propuesta de gobernanza de Xi Jinping es la habilitación y sistematización de controles institucionales del poder, sometiéndolo a una “jaula de regulaciones”. La realidad es que su poder, en un contexto de elogio creciente y chocante de sus habilidades de todo tipo, se afianza a medida que rasura los pocos controles que le quedan. Xi no se siente atado por criterios o preferencias anteriores e impone sus reglas.

El avance paulatino de los afines a Xi Jinping

La reconfiguración del poder territorial es un proceso en curso pero buena parte de los municipios y provincias más destacadas vivieron recientemente cambios significativos. Tradicionalmente, en verano, en encuentros paralelos, se deciden gran parte de los cambios a aprobar en el cónclave de otoño.

Consciente de lo que se juega, en estos meses Xi mostró más agresividad a modo de lanzamiento de advertencias a las facciones rivales. En el transcurso del pasado año, por lo menos una docena de próximos significados de Xi en Zhejiang fueron promovidos a diferentes cargos. Es el caso del ahora jefe del partido en Beijing, Cai Qi, quien antes fue nombrado alcalde (Guo Jinlong, del clan de Hu, fue relegado). Cai conoció a Xi en Fujian en los años 80 y le siguió en el nuevo siglo en Zhejiang donde ejerció como vicegobernador. También podemos citar a Li Qiang, jefe del PCCh en Jiangsu y ex gobernador de Zhejiang; a Lou Yangsheng, gobernador de Shanxi y ex jefe del departamento de frente unido en Zhejiang; a Hu Heping, gobernador de Shaanxi y ex jefe del departamento de organización del Partido en Zhejiang; o a Liu Qi, gobernador de Jiangxi y ex jefe del partido en Ningbo.

Por su parte, entre los candidatos de Wang Qishan favorecidos se debe citar a Chen Wenqing, ministro de seguridad pública, ex vicesecretario del Partido en la CCCD, o a Huang Shuxian, ministro de asuntos civiles que encabezó el ministerio de supervisión, un segmento de la CCCD que se ocupa de los funcionarios. Otro favorecido es Huang Xiaowei, miembro del Comité Permanente de la CCCD que pasó al comité del partido en Shanxi para liderar la lucha contra la corrupción. Esta provincia era considerada una base de Ling Jihua, muy próximo a Hu Jintao, condenado a cadena perpetua. Huang acabó como jefe adjunto del partido en esta provincia. Otras figuras aliadas de Wang: Jiang Chaoliang, actual jefe del Partido en Hubei o el gobernador de Gansu, Li Duo.
Una figura relevante y que para algunos podría llegar a ser el próximo líder chino es Chen Mín`er, jefe del PCCh desplazado de Guizhou para Chongqing. Es difícil por razón de su edad (nacido en 1960) pero es un gran apoyo de Xi. Chen es natural de Zhejiang. Rumores diversos apuntan a que podría reemplazar las preferencias por Hu Chunhua, el llamado a suceder a Xi siguiendo la lógica interna.

Xi prestó especial atención en estos años a remover los cuadros situados en la costa este en buena medida próximos a Jiang Zemin, Zen Qinghong o incluso a Zhou Yongkang, que fueron sustituidos por elites locales o afines a Xi o a Wang Qishan. En la vieja guardia de Jiang Zemin se incluye a Zhou Yongkang y Zen Qinghong, quien fue vicepresidente en el primer mandato de Hu Jintao, pero también a entes “menores” como la facción del petróleo, la banda de Jiangxi, la facción de secretarios o la facción de la comisión central de asuntos políticos y legales, todos ellos identificados como subclanes generados durante el largo mandato de Jiang (1989-2002, trece años).
Pero el clan de Shanghái, la red de influencia de Jiang Zemin, fue especialmente acosado por Xi y redujo ostensiblemente su proyección. En enero de este año, dimitía Yang Xiong como alcalde de Shanghái, una de las piezas más sobresalientes, aunque la nómina es más amplia. En el poder provincial afecta a personas como Chen Hao, secretario del Partido en Yunnan o Du Jiahao, secretario del Partido en Hunan. Xi Jinping recuperó a algunos de sus acólitos (Yang Xiaodu o Ding Xuexiang) pero unas veces la edad y otras la corrupción trazó caminos de salida. Yang Xiong nació en Zhejiang en 1953 y se considera muy próximo a Jiang Mianheng, hijo de Jiang Zemin.

El clan de Shanghái a día de hoy contaría apenas con cinco cuadros de gran importancia: Zhang Dejiang, Zhang Gaoli, Meng Jianzhu, Han Zheng y Wu Zhiming. Todos menos Han Zheng, por razones de edad, deben salir de escena. Y quien resta, jefe del Partido en Shanghái, está totalmente aislado.

Siguiendo los ciclos de la política china, Hu Jintao y sus aliados pueden contar con una docena de provincias mientras que Xi contaría con unas quince. En el ámbito de los gobernadores, Xi arrasaría con el control de unas 20, mientras que Hu sólo contaría con 4. De todas formas, estos datos pueden cambiar en el cómputo final, cuando el proceso concluya y no será hasta después del XIX Congreso.

En resumidas cuentas, Xi controla ya buena parte de la arquitectura provincial y preserva una gran influencia a través bien de gobernadores y, sobre todo, de secretarios del Partido. Esto le coloca en una situación de especial idoneidad de cara al XIX Congreso. Limpiar las provincias de antiguas facciones le ayuda a consolidar su posición. Cabe precisar que los jefes provinciales del partido son elegidos directamente por las altas instancias del Partido, siendo sancionados polos comités respectivos.

Complementariamente, otro tanto podríamos decir en el ámbito de la Administración del Estado. Entre 2016 y 2017, alrededor de la mitad de los principales órganos y departamentos ministeriales mudaron de responsables. Por esa vía, el presidente tomó el control de importantes instituciones, deshaciéndose de la presencia de antiguos aliados del tándem Hu Jintao-Wen Jiabao y culminando la “limpieza” de los partidarios de Jiang Zemin. Solamente unos seis ministerios estarían bajo la influencia de sus rivales, eso a pesar de que Li Keqiang, el primer ministro, figura entre ellos. Durante meses se especuló con la posibilidad de que Li no repitiera en el cargo a partir de 2018, pasando a desempeñar la presidencia del Parlamento chino.

El futuro de China

El balance de las políticas de Xi y el compromiso con su continuidad será el eje de este congreso en el que podría alumbrar el “xiísmo” como nuevo referente teórico de los comunistas chinos en el marco de un ascendente culto a la personalidad. En paralelo, una nueva cultura político-organizativa podría dar carpetazo al legado de Deng Xiaoping, surgido a rebote de la Revolución Cultural.

El retrato final del Comité Permanente del Buró Político, el máximo órgano de poder en China, también dará pistas fidedignas sobre las intenciones de Xi de permanecer en el poder, cuando menos, quince años (la regla son dos mandatos de cinco años cada uno).

La estrategia global de Xi persigue construir una base de apoyo más amplia y profunda entre la población en general alrededor de su persona y del PCCh solapando las voces disidentes y las quejas por las tensiones que suscita esa intensa campaña contra la corrupción que le proveyó a la par de una fama formidable, de igual manera que su voluntad de proyectar el nuevo poder de China en el mundo. Por otra parte, es común la convicción de que China se halla en una etapa crucial de su desarrollo y necesitada de un líder fuerte. Xi encaja a la perfección en ese esquema.

Pero el desempeño de un papel a cada paso más dominante como autoridad indiscutida en el partido y en el país supone un serio revés al modelo de liderazgo colectivo que preservó la unidad del partido en el período posmaoísta. Es como jugar con fuego.

Xulio Ríos

Xulio Ríos: Director del Observatorio de la Política China.

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