El eje del mal suramericano

En el discurso que Donald Trump brindó ante la 72ª Sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas 12 fueron las menciones a Irán, 8 a Corea del Norte, 4 a Cuba, 2 al islamismo (para adjetivarlo de terrorista o extremista), 1 a China y 1 a Rusia (para agradecerles su punitiva solidaridad contra el régimen aludido 8 veces). Venezuela fue mencionada en 8 oportunidades, la misma cifra que dedicó al país que amenazó arrasar con “fuego y furia”, en tanto que el Estado Islámico no contó con referencia alguna. Sobre la república bolivariana, expresó:

También hemos impuesto sanciones duras y calibradas al régimen socialista de Maduro en Venezuela, que ha llevado a una nación próspera al borde del colapso total. (…) Maduro ha desafiado a su propio pueblo, robando el poder de sus representantes electos para preservar su desastroso régimen. El pueblo venezolano está muriendo de hambre y su país está colapsando. Sus instituciones democráticas están siendo destruidas. Esta situación es completamente inaceptable y no podemos quedarnos mirando. Como vecino y amigo responsable, nosotros y todos los demás tenemos un objetivo.

Ese objetivo es ayudarles a recuperar su libertad, recuperar su país y restaurar su democracia. Quisiera agradecer a los líderes en esta sala por condenar al régimen y brindar un apoyo vital al pueblo venezolano. (…) Estamos dispuestos a tomar más medidas si el gobierno de Venezuela persiste en su camino para imponer un gobierno autoritario al pueblo venezolano. (…) Pido a todos los países aquí representados que estén dispuestos a hacer más para hacer frente a esta crisis tan real. Llamamos a la restauración plena de la democracia y las libertades políticas en Venezuela. (Aplausos). (…) Estados Unidos está junto a cada persona que vive bajo un régimen brutal. Nuestro respeto a la soberanía es también un llamado a la acción.

El “llamado a la acción” es invocado a continuación de la condena a la ideología socialista, tal como fue implementada por Venezuela y Cuba. Aparentemente, para Trump, las implementaciones comunistas chinas o vietnamitas no merecen tantos reparos. Es cierto que el ex animador de realitys shows fue mucho más duro con el territorio que gobierna Kim Jong-un, al que anticipó está dispuesto a “destruir totalmente” si no tiene otro remedio, pero uno sospecha que, más allá de la fanfarronería verbal, los incentivos para arriesgar intervenciones al norte del paralelo 38 son nuclearmente menores.

Las alusiones a la República Islámica de Irán, con todo lo agresivas que cabe imaginar, no informaron interés en propiciar un cambio de régimen, por el contrario, haciendo propio el “animémosnos y vayan”, Trump alentó a la ciudadanía iraní a cumplir con esta meta: “El mundo entero entiende que las buenas personas de Irán quieren el cambio (…) Los regímenes opresores no pueden durar para siempre, y llegará el día en que el pueblo iraní tendrá que elegir.” También, caracterizó el acuerdo celebrado por Obama con Teherán como “una de las peores y más unilaterales transacciones que Estados Unidos haya hecho nunca”, sobre el cual, notificó con suspenso de novela policial barata, no se ha “oído lo último al respecto”.

Los que deben registrar el trato dispensado al Estado persa son los decisores públicos norcoreanos, cuestión de confirmar la inconveniencia de suscribir acuerdos con Washington. En rigor de verdad, es asunto que tienen en claro, ya que ellos mismos conocieron el paño, cuando George W. Bush boicoteó el Acuerdo Marco negociado entre Kim Jong-il y Bill Clinton. ¿Alterará Trump la palabra empeñada por su antecesor, como lo hizo con el Acuerdo de París sobre el cambio climático? Dicho sea de paso, esto último también cuenta con un antecedente “blando”: el rechazo al protocolo de Kioto por parte de George W. Bush, pese a la pretérita firma impresa por el demócrata Clinton (las internas norteamericanas existen y no dudan en proyectarse globalmente).

Existen, como sucede con cualquier cambio de administración gubernamental, rupturas y continuidades en las políticas exteriores norteamericanas. Las rupturas estéticas, verbales y twitteras no deben distraer de las continuidades esenciales, posiblemente intensificadas, de las políticas estadounidenses a Irán, Corea del Norte y las amenazas “terroristas”, las últimas regularmente vinculadas a funcionales blancos móviles supuestamente islámicos.

Las cancillerías y los decisores públicos de la geografía latinoamericana deben tomar nota de la introducción de dos países de la región a una suerte de Eje del Mal recargado, mucho más decidida en el caso venezolano. Las dirigencias opositoras a los conservadurismos gobernantes deben estar atentos a las cooperaciones securitarias-policiales que se formalizan con la gran potencia del Norte. Casos de estudio son los de la Alianza para la Prosperidad, destinada a los países centroamericanos del Triángulo norte y, especialmente, el de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) creada el 12 de diciembre de 2006, iniciativas estimuladas por el muy demócrata vicepresidente de Obama, Joseph Robinette “Joe” Biden Jr., pero que contaron siempre con respaldo bipartidario (y financiamiento para la primera, condicionado a la prorrogada existencia de la CICIG). La retracción soberana que significa la CICIG es la diferencia específica a tener en cuenta.

El rompimiento de acuerdos o negociaciones no es algo novedoso en el repertorio de prácticas imperiales, en todo caso sí lo es el estilo de Trump, que no materializa acciones tan innovadoras, pero que desnuda con impudicia la verdadera naturaleza y propósito de muchas de ellas. Esto último es lo que escandaliza a sus colegas del centro global, esa parte del orbe que gestores de concepciones culturalmente subordinadas suelen denominar “el mundo”.

Los países del Mercosur -mucho mejor fuera del bloque suramericano- tienen como imperativo categórico dejar de lado voluntarismos sustentados en abstracciones tales como las relaciones Sur-Sur, para edificar las políticas más coherentes a sus intereses, que pueden coincidir en algunos puntos con los países emergentes, y en algunos menos con los Estados civilizacionales re-emergentes. Es necesario aplicar las estrategias y medidas que impidan que un futuro presidente norteamericano agradezca en algún foro multinacional la solidaridad de Beijing y Moscú en las sanciones aplicadas a Venezuela, Ecuador, Brasil o Argentina.

Fredes Luis Castro

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