El ejemplo de Suecia
En esta pandemia, el gobierno sueco respetó los derechos de sus ciudadanos a circular libremente y su derecho como adultos a decidir lo que más les conviene. No ordenó un arresto domiciliario de toda su población. Los suecos no perdieron la cabeza ante la campaña de atemorización global con el COVID-19, orquestado por la gran prensa occidental y los gobiernos de algunos países.
Suecia registró apenas 3.040 muertes por coronavirus hasta principios de mayo, y la mayoría de ellos ancianos, que es siempre el grupo etario más afectado por cualquier epidemia de gripe. Eso demuestra que la peligrosidad del COVID-19 fue deliberadamente exagerada por supuestos expertos epidemiólogos. Sin duda, el objeto es aterrorizar la población mundial, para que acepte la orden, sin precedentes en países democráticos, de un arresto domiciliario global. Un poco el mismo objetivo de las acciones de grupos terroristas y de gobiernos totalitarios: someter con el miedo a pueblos acostumbrados al respeto de sus libertades.
Había que crear un precedente, para cuando, con el espantajo de un regreso del COVID-19 la población acepte sumisamente la orden de encerrarse en sus casas en cuanto comiencen las manifestaciones por el desastre económico mundial, cuyo estallido estaba previsto para el 2020. Es que antes de la pandemia, se estaba incubando una megacrisis económica global, causada por el unilateralismo de la política de EEUU, su enfrentamiento político a nivel planetario con China con impacto adverso sobre las cadenas globales de valor de producción de bienes y servicios, el descontrol del sistema financiero internacional y su consecuencia, la especulación financiera global. El COVID-19, anticipó y aceleró este estallido.
Suecia desafió las predicciones apocalípticas hechas por los críticos de su política de mantener la normalidad. La Agencia sueca de Salud Pública ha registrado 99 nuevas muertes de Covid-19, lo que eleva el número de muertos a 3.040. Suecia tiene actualmente 24.623 casos confirmados del virus. Suecia se puso a la vanguardia de un acalorado debate sobre la efectividad y la necesidad del arresto domiciliario y bloqueo de comunicación y transporte. El gobierno sueco no cerró escuelas ni negocios, optó por un enfoque estratégico inteligente: la protección de los grupos vulnerables. Se aconsejó a la gente acatar medidas prudentes como la distancia de un metro entre personas.
Sin embargo, el gobierno sueco jamás decretó el arresto domiciliario bajo vigilancia policial de personas sanas que tienen un bajísimo riesgo de morir o enfermarse gravemente por el COVID-19, como sería el caso de niños y adultos sanos hasta determinada edad (¿50? ¿60?). Mucho menos se le ocurrió al gobierno sueco amenazar con multas, arresto y denuncia penal, como en otros países que, a pesar de estas medidas totalitarias, han tenido unas tasas de mortalidad por habitante mucho más alta.
Anders Tegnell, epidemiólogo de una agencia estatal de Suecia, admitió que su país ha luchado para proteger a los ancianos de la enfermedad. Según el recuento oficial, las personas de 80 años o más son alrededor de dos tercios de las muertes. Muchas de estas muertes han ocurrido en hogares de ancianos, una tendencia trágica que se observa en gran parte de Europa, donde deshacerse de los ancianos es la costumbre.
Los críticos del enfoque sueco ante la pandemia han señalado que el país tuvo un número de muertos mayor que sus vecinos escandinavos. Sin embargo, los países con más muertes por millón de personas son Bélgica, Italia, Francia , España y el Reino Unido.
Todos ellos arrestaron bajo vigilancia policial a sus respectivas poblaciones.
Los expertos que profetizaron decenas de miles de muertes en Suecia han sido desmentidos por la realidad, que es la única verdad.
El modelo sueco fue muy criticado en instituciones de renombre como el Imperial College de Londres (ICL) que aseguró que Suecia pasaría las 40.000 muertes para el 1 de mayo; una mortalidad que continuaría aumentando hasta 100.000 muertes en junio. Nada de esto ha ocurrido.
Es que se quería disuadir a que un ejemplo real como el de Suecia desmintiera la campaña de terrorismo para someter y amansar la población para mandarla a casa con un espantajo sanitario, en cuanto comiencen los desórdenes por la próxima crisis económica mundial.
De hecho, los Presidentes Macron y Piñeira han sido los beneficiarios inmediatos del miedo orquestado en torno al COVID-19, incluso con algunas dudas sobre si podrían terminar sus respectivos mandatos.
Los Presidentes Bolsonaro y Trump también podrían habría logrado este milagro político, si no hubieran sido por sus torpes declaraciones durante la pandemia. La falta de sofisticación de esas dos conductas recuerdan al Rey Juan Carlos I, con su famosa increpación “por qué no te callas”.
En cambio en Suecia hubo una combinación de factores virtuosos:
– En lo político, un gobierno que no adoptó posiciones dogmáticas, ni tiene interés en someter a su población o en hacer un uso electoralista de la pandemia.
– En lo administrativo, una buena gestión regulatoria de sus instituciones, es decir, las medidas que se adopten frente a una crisis como ésta, deben ser proporcionales y focalizadas en la evaluación objetiva del riesgo, es decir, prevenir el contagio de los ancianos y otros grupos vulnerables. Todo ello con una visión de largo plazo, porque aún si fuera necesario el arresto domiciliario de toda la población (no era el caso), el mismo sólo puede ser una medida de corto plazo (onerosa en lo social y económico). Más importante que un control de la pandemia en un trimestre, es su control en este año y en los años venideros. Nos referimos a la sustentabilidad de la política.
– En lo institucional, el cumplimiento de las normas de fondo, como el respeto de derechos humanos fundamentales. O sea, medidas invocadas por la política sanitaria no pueden derogar la Constitución Nacional y demás leyes fundamentales, como ha ocurrido en ciertos países, porque constituye un peligroso precedente que podría ser invocado en otras ocasiones.
– En lo social, una población que tiene en claro que el ejercicio de la libertad está vinculado con la responsabilidad de cada uno; a la vez vigila bien lo que hace su gobierno. No debe confundirse el sentido de responsabilidad de la población sueca con la sumisión de un rebaño de sumisas ovejas que se ha visto en demasiados países, ¡todo lo contrario! Aquí se ve que la resistencia popular en defensa de derechos fundamentales no es cosa de apasionadas proclamas y más un asunto de conducta responsable, organización y disciplina.
Suecia demostró ser coherente con los Objetivos de Desarrollo Sustentable. Cumplió con el ODS n° 3: salud y bienestar.
Umberto Mazzei
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