El escorpión y la rana: Biden, la supremacía belicista

El documento de seguridad estratégica presentado por Joe Biden y el regreso al belicismo globalista.

El último miércoles el presidente de Estados Unidos Joe Biden calificó a su par ruso Vladimir Putin como un asesino y al líder chino Xi Jinping como un matón, en una sobreactuación orientada al doble objetivo de licuar la grieta con los republicanos trumpistas y al mismo tiempo recuperar un liderazgo global que cada vez se ve más desafiado por el multilateralismo creciente. La bravuconada que tensa las relaciones internacionales muestra que el regreso a la diplomacia anunciado por los aparatos de propaganda mediáticos globales fue solo un espectro: el bombardeo a Siria a fines de febrero y la seguidilla de agravios contra dos de los líderes más importantes del mundo exhiben una lógica estructural.

Una semana antes, el 3 de marzo, el Presidente Biden presentó junto a la Vicepresidenta Kamala Harris y el Secretario de Estado Antony Blinken la nueva Guía Estratégica Provisional de Seguridad Nacional, orientada a reemplazar la estrategia de seguridad nacional difundida en 2017 por la administración de Donald Trump. Durante la conferencia celebrada en la Casa Blanca, se informó que el documento pretende alinear a todas las agencias gubernamentales en una política exterior unificada.

El contenido de la Guía es coherente con el discurso belicista aplicado por las administraciones precedentes, todas ellas opuestas a la cooperación y al respeto de la soberanía de terceros países. La única diferencia planteada con la gestión anterior es que el trumpismo planteaba la inserción global como secundaria, mientras que Biden pretende recuperar el liderazgo para garantizar la supremacía hegemónica. Ambos modelos piensan sus relaciones con el resto del mundo en términos de subordinación y sometimiento.

El documento se plantea un doble objetivo. Por un lado, marcar las diferencias con el modelo trumpista en gestión global. Por el otro, otorgar certezas al entramado corporativo monopólico trasnacionalizado –de cuño neoliberal y financiarista– acerca de la defensa irrestricta de sus prerrogativas internacionales, tanto en sus aspectos de presencia como de acceso a los recursos naturales. El documento hace una única referencia explícita a América Latina y el Caribe para detallar el incremento de la pobreza, la corrupción, la violencia criminal, la recesión y la crisis de deuda, que se han agravado por la pandemia. No se nombra a Cuba ni a Venezuela, pero el documento señala como alarmante la presencia de  China y Rusia en el hemisferio occidental, dando por sobreentendido que dicho espacio continental es de su incumbencia exclusiva.

En las dos docenas de páginas, China es aludida en 15 oportunidades y se la califica como potencia asertiva. Rusia, por su parte, es denominada como potencia desestabilizadora y es mencionada en 5 oportunidades. Para el Departamento de Estado, Beijing desafía la visión del mundo exigida por Washington porque no reproduce el sistema institucional estadounidense: la concepción subyacente muestra que la única forma de gestión social estatal legítima, según Washington, debe imitar el modelo impuesto por el Departamento de Estado, so pena de ser considerado réprobo e ilegítimo. Salvo en los casos, como Arabia Saudita, en que los intereses estratégicos permiten omitir esas nimiedades.

El documento se compromete a que “países como China rindan cuentas» ante una coalición democrática formada por sus socios y aliados, articulados a través de una ofensiva diplomática a formalizarse durante los próximos años. Con ese cometido, la Guía adelanta que intentará fragmentar a la Asociación Económica Regional Integral (RCEP, por sus siglas en inglés), de la cual forman parte Beijing y otros 14 países del sudeste asiático. La RCEP fue suscrita en noviembre de 2020 y congrega un mercado de 2.200 millones de personas, equivalente a un tercio de la producción económica mundial. Para ese cometido, diversos medios de Washington anuncian una próxima reunión virtual del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, conocido como QUAD, conformado por Estados Unidos, Japón, Australia e India, los tres últimos integrantes del RCEP.

De Beijing a Moscú

Según la Guía, China es el único competidor capaz de articular potencialidad económica, diplomática, militar y tecnológica para sostener un desafío al actual equilibrio global. Para legitimar el enfrentamiento contra Beijing, Washington ha necesitado –al igual que en periodos anteriores– estereotipar al nuevo enemigo: en una reciente encuesta del Pew Research Center, el 67% de los estadounidenses tiene una opinión negativa o muy negativa hacia los chinos. La misma pesquisa de opinión pública realizada en 2017 mostraba a un 46% de opiniones similares. En el último informe de 2021, el 89 % considera a Beijing como un competidor o un enemigo. El 84% considera peligroso su creciente poder tecnológico y la mitad de la población considera que es necesario y/o imprescindible limitar el poder y la influencia china en el mundo.

La construcción del enemigo en la que está comprometido Estados Unidos desde hace una década –cuando advirtió que el desarrollo económico y tecnológico implicaba un desafío a su hegemonía– ha llevado a una creciente estigmatización de los poseedores de rasgos fenotípicos orientales. El martes 16 un supremacista asesinó a ocho personas en Atlanta, seis de ellas asiático-estadounidenses, en un atentado que las autoridades caracterizaron de racista contra esa minoría. En 2020 las personas de esa identidad fueron víctimas de 3.800 incidentes de odio.

Tanto Beijing como Moscú han sido exitosos en sus esfuerzos destinados a limitar las históricas ventajas de Estados Unidos. Ambos han aprovechado la última década para extender sus espacios de interacción: China en América Latina, África y el sudeste asiático, y Rusia en el Cáucaso y en Medio Oriente. Si bien la Guía no menciona a la vacuna Sputnik, el texto deja entrever que la innovación del laboratorio Gamaleya ha lesionado la pretendida superioridad científico-tecnológica de Occidente, sobre todo después de las dudas planteadas en torno a la británica AstraZeneca.

Una de las imputaciones contra Moscú es su creciente presencia en Medio Oriente, sobre todo en Siria, y la cooperación regional desarrollada entre Vladímir Putin, el premier turco Recep Erdoğan y el jefe del gobierno iraní, Hasán Rohaní. Este triángulo, conformado en los últimos 4 años, desalojó a Washington de la región y reconfiguró el tablero geopolítico sin abordar una de las problemáticas más acuciantes, el apartheid israelí sobre el pueblo palestino.

Como ejes regionales del mal –un segundo escalón de peligrosidad comparado con China y Rusia–, la Guía presenta a Irán y Corea del Norte. En referencia a la nuclearización persa, Biden plantea el regreso a la política de disuasión diplomática (algún compromiso similar a lo que fue el 5+1), manteniendo un distanciamiento relativo con sus competidores regionales, las monarquías arábigas patrocinadas durante el último cuatrienio por el trumpismo.

La Guía prevé como el corazón del conflicto estratégico –donde se señala a China como antagonista principal– a la dimensión científico-tecnológica: la inteligencia artificial, la computación cuántica, la biotecnología y la infraestructura de la 5G (la autopista central por donde pasarán los datos agregados). Esto requiere, según la Casa Blanca, de una supremacía explícita para darle continuidad a la lógica trasnacional de cuño neoliberal. Los think-tanks más cercanos a la actual administración vienen advirtiendo, hace un lustro, que el equilibrio estratégico futuro depende cada vez más de estas nuevas tecnologías, básicas para el control de los algoritmos de la vigilancia, la manipulación informativa y la monetización económico-financiera.

Jorge Elbaum

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