El estancamiento

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La pandemia del SARS-Cov-2 ha dejado por el mundo una recesión muy diferente de otras recesiones. La de 2008-09 fue un colapso financiero en el sistema bancario; en la crisis de 1929 y en la de 2001 el crac se inició en el segmento económico que Marx llamó capital ficticio de las acciones y los bonos.

La crisis actual venía gestándose, pero fue definitivamente impulsada por la epidemia. No pocos analistas la señalan como un factor exógeno, pero nada hay exógeno al capitalismo. El afán de lucro rapaz de las petroleras, la tala inmisericorde de selvas y bosques, la minería, la expansión urbana desenfrenada en todas partes crearon las condiciones para el salto de esos pedazos de ARN o de ADN –los virus–, desde su hábitat en alguna especie animal, al género humano.

El desplome actual provino del vasto cierre de la producción y el comercio que arrastraron consigo los ingresos y el gasto. Fue un shock de oferta y de demanda. Pero no ha habido un colapso financiero y la razón parece clara: gobiernos y bancos centrales inyectaron billones para reforzar a empresas y bancos, sin precedente histórico, especialmente en el mundo desarrollado.

Estados Unidos destinó cerca de 1.5 billones de dólares en subvenciones y préstamos para apoyar principalmente a las grandes empresas, sin contar los recursos entregados a los ciudadanos. No es extraño que las ganancias corporativas se hayan sostenido: aumentaron 495 mil millones en el tercer trimestre de 2020, en contraste con una disminución de 209 mil millones en el segundo trimestre, y sus balances son más sólidos, según datos de la OCDE.

El aplazamiento del pago de los impuestos equivalen a 13 por ciento del PIB en Italia y a 5 por ciento en Japón. Por supuesto, todo a costa de niveles también sin precedente del déficit fiscal y el consecuente aumento de la deuda pública. De acuerdo con el Institute of International Finance de la Unión ­Europea, la relación entre la deuda mundial y el producto interno bruto aumentará de 320 a 365 por ciento de 2019 a 2020 y concluye: más deuda, más problemas. Por supuesto el nivel de la deuda pública ha vuelto a ser un tema de debate acalorado en Estados Unidos. Comenzando con Paul Krugman cuya tesis es que el nivel de deuda no importa porque nos prestamos a nosotros mismos.

En estos días la esperanza renace por todos lados, mientras las vacunas han comenzado a distribuirse. Durante 2021 –abundan las voces optimistas–, con el final de los cierres los ahorros de las familias y las ganancias acumuladas de las empresas harán su aparición y, así, la demanda reprimida será liberada, desencadenando la inversión y el gasto en consumo, favoreciendo la acción de la economía capitalista.

Hay voces menos optimistas. La OCDE es una de ellas, al señalar su preocupación por la concentración de los ahorros personales entre los ricos, que gastan un fracción mínima de sus ingresos en consumo. Además, la mayor parte del apoyo gubernamental en ­préstamos y subvenciones se ha concentrado en las grandes empresas, especialmente en el sector de las tecnológicas, el menos afectado por la recesión. El probable fin de los apoyos gubernamentales durante 2021 podría deteriorar la situación de la coyuntura presente. De modo que una crisis crediticia y financiera pudiera presentarse cuando las empresas de todo tamaño sufran quiebras debido a las deudas acumuladas y a la falta del apoyo del gobierno. La OCDE señala especialmente a las aerolíneas, la automotriz, el sector turístico en general.

Entre los economistas otro gran tema de debate es el misterio de la productividad. Para volver a citarlo, Krugman dijo alguna vez que en economía la productividad no lo es todo, pero que es casi todo en el largo plazo. Y ocurre que su estancamiento de larga data sólo produce asombros y amarguras mientras oímos y leemos todos los días las mil maravillas de las innovaciones tecnológicas.

A partir de la década de los 70 la productividad se desaceleró bruscamente, aunque grosso modo en el quinquenio 1995/2000 tuvo un estallido de crecimiento en el mundo desarrollado encabezado por Estados Unidos. Además, algunas economías emergentes vivieron también un crecimiento notorio de productividad en el decenio anterior a la crisis financiera de 2008-09, merced a altos niveles de inversión aunados a una acelerada expansión del comercio mundial, con sus tecnologías en las cadenas internacionales de suministro, especialmente el celebrado just in time. La desglobalización en curso derribó tales cadenas.

La productividad paralizada es una fuente de estancamiento. Según el Banco Mundial, en este siglo los países afectados por epidemias –sin contar el Covid– sufrieron un decenso de su productividad laboral de 9 por ciento en relación con los no afectados. Pero ahora hay Covid en todo el mundo.

Por su impacto en el crecimiento económico Robert Gordon, de la Universidad Northwestern, ha recordado que la humanidad podría no volver a inventar nunca más algo tan transformador como el WC con cisterna.

José Blanco

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