El futuro se llama China

El Gobierno de El Salvador, liderado por el Presidente Salvador Sánchez Cerén, ha tomado una decisión histórica que supera una anomalía que era necesario corregir. El reconocimiento de la República Popular China pone fin a un error, probablemente mantenido en el tiempo por los gobiernos de la derecha en base a un anticomunismo impropio del siglo XXI.

Hay que citar que actualmente de una comunidad mundial de 195 Estados, solamente 18 reconocen a la república de Taiwán. Es cuestión de tiempo que otros países sigan el ejemplo salvadoreño. En un mundo globalizado, seccionar o sectarizar las relaciones internacionales por razones ideológicas no es de sentido común.

El presidente norteamericano Jimmy Carter lo supo ver hace cerca de cuarenta años y abrió relaciones con la China comunista con esta frase: «Estados Unidos reconoce al Gobierno de la República Popular China como el único Gobierno legal de China». Así es como el 1 de enero de 1979, se normalizaron las relaciones entre los dos gigantes. Resulta extraño que ahora algunas voces desde Estados Unidos cuestionen la idoneidad de la decisión salvadoreña. ¿Por qué ellos sí, y un pueblo soberano no? ¿Será que Estados Unidos quiere imponer de facto que las relaciones internacionales de los países centroamericanos estén tuteladas por Washington, por aquello del patio trasero?

En Centroamérica, Oscar Arias en 2007 y el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela en 2017, utilizaron la frase “la República Popular es un país que ya no podemos ignorar” reconociendo implícitamente el error de no haberlo reconocido mucho antes. Por su parte, Nicaragua, hizo lo propio entre 1985 y 1990, siendo la presidenta Violeta Chamorro la que retornó las relaciones con Taiwán. De modo que lo que El Salvador hace es adaptarse a nuevos tiempos que requieren políticas nuevas. Sería un error grave atrincherarse en una posición de puertas cerradas cuando el mundo es de puertas abiertas.

China (RPC) es un gigante demográfico (1300 millones de personas) y está colocada en segundo lugar como potencia económica. Ocupa un lugar privilegiado en el Consejo de Seguridad de la ONU y todo apunta a que en un futuro será el país más poderoso de la tierra. ¿Qué sentido tendría no reconocer esta realidad? Ya la apertura de relaciones entre EEUU y la República Popular China marcó una nueva era en las relaciones internacionales. La lógica era que los enemigos debían normalizar el diálogo, preservar la paz y establecer relaciones comerciales de manera normalizada. Hoy día, se impone esta lógica con más razón, habida cuenta la apertura china al mundo y la evidencia de que sus dirigentes desean el progreso colaborativo entre naciones y no la confrontación militar.

¿Saben ustedes que todas las encuestas realizadas en EEUU dan por encima del 60% a favor de las relaciones con la RPC y sólo un 17% en contra? ¿Por qué la derecha salvadoreña es tan contumaz en la crítica al Gobierno que ha cambiado, para bien, el lugar de El Salvador en el mundo? La respuesta, además de un anticomunismo que ya no se lleva (la guerra fría terminó) puede estarlo en la diplomacia de chequera practicada por Taiwán. Es una diplomacia que ha dejado “mucha generosidad” no controlada en manos de algunos presidentes de la región centroamericana. Un buen número de edificios públicos en la región han sido construidos con igual generosidad, comprando unas relaciones internacionales que Taiwán necesita para poder sobrevivir ante el gigante continental. También es verdad que la cartera de inversiones taiwanesa deja en la región algunos beneficios. Pero es evidente que el peso económico y comercial de la RPC traerá para El Salvador réditos mucho mayores.

Hoy día, la política de expansión económica de China no recurre a los recursos del neoliberalismo generador de conflictos y guerras para hacerse con el dominio de materias primas. Al gigante chino le basta con extender su músculo productivo y económico para estar cada día más presente en el resto del mundo. Al utilizar el recuso financiero y comercial como vía más directa de influencia y cooperación su comportamiento internacional se apoya en una opinión independiente de los problemas internacionales. Mientras Estados Unidos y Rusia se pegan a través de terceros, los chinos está a los suyo: crecer y crecer.

El marco de sus relaciones internacionales está definido en torno a cinco principios de coexistencia pacífica que regulan sus relaciones con otros países: respeto mutuo a la soberanía y la integridad territorial, no agresión, no intervención en los asuntos internos, igualdad y beneficio recíproco y coexistencia pacífica. Son objetivos objetivamente progresistas. Desde esta posición la RPC se opone a la hegemonía de un solo país o de una alianza de países y defiende la multilateralidad.

Es cierto que sus relaciones internacionales sufrieron un frenazo tras lo acontecido en la plaza de Tiananmen en 1989, en un contexto de cambio de época con la crisis de los países del Este. Es cierto que se encuentra envuelta en diversas reclamaciones territoriales. Es cierto que comportamiento en lo referente al cambio climático no es precisamente ejemplar. También es cierto que en el campo de las libertades políticas tiene un camino a recorrer. Pero, con todo, China es reconocida por todos los actores internacionales como una superpotencia emergente con un rápido progreso económico, una enorme población y el incremento de su influencia internacional, todos ellos signos de que jugará un papel global prominente en el siglo XXI. Y lo está haciendo.  Y sería absurdo que El Salvador siguiera dando la espalda a esta realidad con la que conviene establecer relaciones a todos los niveles, a fin de estar mejor colocados en un mundo globalizado. Unas relaciones que también se tienen con Estados Unidos, a pesar de que el historial de esta potencia es de imposición, dominio, golpes de estado, bombardeos y guerras.

Iosu Perales

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