El golpe contra Trump

Hay una red transversal de intereses y políticos de ambos partidos que obedecen a los mismos amos nacionales y transnacionales

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Después de los ridículos intentos de atribuir a la intromisión de Rusia la victoria electoral de Trump después del colapsado intento por el Sr Moeller de probar contactos secretos de Trump secretos con Putin (lo que sería normal). Después del intento de impeachment de Putin por no haber dado mucha relevancia al rollo del envenenamiento de Zalensky.

Todo esto hecho con apoyo y promoción de los grandes medios y las redes sociales. Nadie podía creer que los opositores de Trump iban a desaprovechar las elecciones para deshacerse de él con un fraude electoral.

Hay una red transversal de intereses y políticos de ambos partidos que obedecen a los mismos amos nacionales y transnacionales. Si se mira la actitud con respecto a Trump de republicanos como Rudy Giuliani, Jenna Ellis, Sidney Powell y Lin Wood, es obvio que no trabajan para el mismo bando. Líderes europeos involucrados en las agresiones contra Libia y Siria, la Merkel y Macron, rechazan sin siquiera evaluarlas las bien documentadas acusaciones de fraude electoral de Trump; todo esto muestra una tendencia a manipular en sentido criminal las acciones pacíficas en apoyo de Trump. Hay muchos hechos que recuerdan el derrocamiento del Presidente Yanukovich en Plaza Maidan, en parte porque los dirigentes demócratas que apoyaron por control remoto la campaña de Biden son los mismos que dirigieron entonces la maniobra mediática y las acciones violentas para el derrocamiento del Presidente de Ucrania y dieron apoyo a acciones a terroristas islámicos contra Gadafi y Assad.

Las plataformas de comunicación llamadas redes sociales hace ya un rato que se han demostrado propicias a censurar contra Trump.

Tres semanas antes de las elecciones norteamericanas, el 30 de septiembre del 2020, el New York Post publicó una noticia embarazosa para el candidato Biden. Unos emails encontrados en el computador de su hijo Hunter demostraban que éste recibe una subvención del gobierno ucraniano para que influya en las decisiones de su anciano padre. La revelación de esa información tropezó con una censura en Facebook y Twitter, dos plataformas devotas, como todo el mundo sabe, a la libre comunicación de las ideas y las informaciones. Una información tan peligrosa para Biden las decidió a no permitirla en sus espacios su difusión. Pocas horas después, Andy Stone, responsable de Relaciones Públicas de Facebook y antiguo responsable de comunicación del Partido Demócrata, anunciaba que reducía la difusión de esa noticia. Al mismo tiempo Twitter prohibía cualquier comentario sobre la investigación del New York Post, antes de suspender la cuenta de ese diario en su plataforma. Los demócratas hicieron mil acrobacias retóricas para justificar esa flagrante censura.

La censura, como hemos visto en el caso del Coronavirus equivale a una reeducación de la opinión y creencias del público como ya lo sabían los jefes del catolicismo y el calvinismo en tiempos de la Reforma religiosa. Hoy es una práctica conocida del Partido Comunista Chino. Es parte del sistema dictatorial de tipo orwelliano que hemos entrevisto en estos días con la narrativa deliberadamente aterrorizante del COVID; cuyo mensaje en el fondo no es otra cosa que Big Brother knows better.

La estratagema de dejar acusar a Trump de incitar a la toma violenta del Congreso (falso, Trump pidió manifestar delante del congreso en apoyo a dos senadores de Georgia que presentaban pruebas del fraude electoral), luego de dejar que se le acusa, se cerró su cuenta en Twitter para impedir que se difundiese el mensaje auténtico de Trump y se escuchase sólo la voz de sus acusadores domésticos e internacionales. Los atropellos contra la libertad individual cometidos después de una campaña mundial de aterrorizamiento con el cuento del Coronavirus y la abierta censura de las opiniones en las redes sociales de la que no escapa ni el mismo Presidente en ejercicio de los Estados Unidos, nos permite imaginar que quedarán pocos vestigios de libertad de expresión al final del 2021.

Umberto Mazzei

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