El militarismo en Estados Unidos y su deber moral como nación “predestinada”
“La Guerra es la progenitora de los ejércitos; de ellos se derivan las deudas y los impuestos. Y los ejércitos, y las deudas y los impuestos son los instrumentos para ocasionar la dominación de los muchos por unos pocos… Ninguna nación puede preservar sus libertades en medio de continuados conflictos bélicos”. James Madison, Abril 20, 1795.
El militarismo es un cáncer que ha calado a fondo en la economía y la sociedad de EE.UU. Bien sea en tiempos de vacas gordas o en malos momentos, y sin importar lo que de hecho esté aconteciendo en el mundo o qué partido ocupe la Casa Blanca, de una cosa podemos estar seguros: a corto o a largo plazo el presupuesto militar del país no dejara de crecer.
Están lejos los días en que, con el derrumbe de la Unión Soviética y fin de la “guerra fría”, en Estados Unidos se especulaba acerca de beneficiarse con un dividendo que la paz traería y que permitiría asignar recursos para otros fines de gobierno y necesidades de la sociedad.
Es decir, para esferas que durante décadas han sido desatendidas, sectores de población que se han sentido desprotegidos y donde se han generado situaciones críticas tales como infraestructuras deterioradas, problemas ambientales, merma en los sistemas de atención médica y educacional, así como un aumento dramático de la desigualdad, la desaparición de las clases medias, etc..
Esa oportunidad nunca se materializó ni los beneficios esperados. Nuevas y convenientes tensiones y conflictos aparecieron en el horizonte, mientras que por años se han seguido buscando pretextos y enemigos creíbles para seguir justificando la economía de guerra, aun cuando se han escuchado crecientes alertas de que esa sobre expansión militar estaba coadyuvando a la declinación del país.
P oderosos intereses, rasgos propios del sistema y ramificaciones a lo largo del país dependientes de esa economía de guerra alimentan la continuidad del militarismo y las políticas belicistas.
El Complejo Militar Industrial y su arraigo político
Esa economía tiene su centro o entramado en el llamado Complejo Militar Industrial, que incluye principalmente las industrias fabricantes de armas, medios y equipos militares, sus contratistas, subcontratistas y suministradores de componentes, todo tipo de insumos y servicios, los que le proporciona cimentar una extensa red de intereses a lo largo del país.
Ahora bien, ese Complejo militar cuenta también con grupos de presión (lobbys) y políticos dóciles en la capital del país, funcionarios de alto nivel del gobierno y buena llegada con las oficinas legislativas importantes, el aparato “civil” del Pentágono y de sus cuerpos armados así como toda una red de funcionarios y burócratas afines.
Tiene ramificaciones en sofisticados centros de investigación, tanques pensantes, universidades, así como con altos ejecutivos de los grandes medios de difusión y otros a lo largo del país, firmas de propaganda y relaciones públicas y toda una extensa red de ideólogos, entidades públicas y privadas. También lo integran compañías militares privadas, subcontratadas para múltiples servicios bélicos, que han proliferado mucho en las últimas décadas.
El arraigado poder de los fabricantes de armas y de sus aliados en el Pentágono y en los corredores del Congreso tiene su asiento en la distribución estratégica de plantas de producción y bases militares a lo largo del país, en estados y distritos claves. Se ha creado un interés material y una dependencia económica estratégica tanto de comunidades enteras donde están en juego cientos de pequeñas empresas subcontratistas y miles de puestos de trabajo que se benefician con el gasto militar, como los congresistas que los representan.
En todos los rincones de EE.UU. subcontratistas y suministradores (unas 28 mil compañías, aproximadamente) son fuente no despreciable de empleos e intereses creados. La ubicación estratégica de todas esas plantas de producción bélica, de las bases y establecimientos militares en estados y distritos claves del Congreso ha creado una dependencia económica y una base social y política respecto al gasto militar .
Las grandes empresas, los contratistas de primer nivel son solo seis: Lockheed Martin, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, BAE Systems y Boeing.
Es una enorme red de intereses creados e instituciones que rige buena parte de la política de gobierno, independientemente del presidente de turno o de qué partido cuente con la mayoría parlamentaria. Es un núcleo central y permanente del poder en EE.UU. que ha devenido prácticamente intocable en el transcurso de los últimos 70 años, agitando tensiones en el marco de la guerra fría o de conflictos militares.
Hace más de tres decenios, George F. Kennan, autor de la Doctrina de la Contención y figura clave de la Guerra Fría escribió:
“Si la Unión Soviética se hundiera mañana bajo las aguas del océano, el complejo industrial-militar estadounidense tendría que seguir existiendo, sin cambios sustanciales, hasta que inventáramos algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un choque inaceptable para la economía estadounidense”.
Predominio neoconservador en Washington
La sospechosa acción calificada de “terrorista”, e indescifrable en sus orígenes, que destruyó las Torres Gemelas en Nueva York en septiembre de 2001, les vino como anillo al dedo. La “guerra contra el terrorismo” les permitió escalar el armamentismo, y las ganancias de las elites. Era la “gallina de los huevos de oro” para los militaristas estadounidenses: una guerra sin frentes definidos, sin límites geográficos donde desarrollarla y contra enemigos imprecisos, siempre cambiantes.
Resultó, precisamente en aquel prolongado momento de triunfalismo, cuando los círculos militaristas y el Complejo Militar Industrial ganarían el incuestionable predominio que mantienen en Washington y en el curso político del país.
Vale la pena citar estas palabras del entonces vicepresidente Dick Cheney ante los cadetes en West Point en 2002:
“El plan para los EE.UU. es dominar el mundo. Se habla de unilateralismo, pero esto realmente se trata de una cuestión de dominación. Es una demanda para que los Estados Unidos mantengan su abrumadora superioridad y para evitar que nuevos rivales surjan y se levanten a desafiarlo en el escenario mundial. Es una demanda de dominación tanto sobre amigos y enemigos por igual. No expresa que los EE.UU. deben ser más poderosos, o el más poderoso, sino que deben ser absoluta y abrumadoramente poderosos”.
En ese ambiente se han acumulado décadas de dominio neoconservador en la conducción de la política exterior. Sectores de la oligarquía cultivan renacidos sueños geopolíticos de dominación global. Al tratar de negar y contrarrestar su pérdida de hegemonía se tiende hacia una doctrina de guerras permanentes; conflictos bélicos interminables o recurrentes, generadores de desastres humanitarios.
Ha habido una progresiva militarización de la política exterior estadounidense. Actualmente, neoconservadores y liberales intervencionistas se han apoderado de posiciones claves en el Departamento de Estado y han generado purgas en el Pentágono. A través de esa infiltración de la rama ejecutiva han tomado el control del aparato de diseño de políticas. La acción bélica en el exterior se ha emprendido con escaso debate público y sin el establecido escrutinio del Congreso.
Detrás del poder ejecutivo actúa una especie de ‘Estado de seguridad nacional’ empoderado, en todo su esplendor; una fuerza cada día más independiente en la capital de la nación que de facto manipula los entresijos del poder. Grupos neoconservadores, vinculados con tanques pensantes, firmas de lobby y medios de prensa se dedican a identificar o hacer aparecer la existencia de ostensibles alarmas y desafíos de seguridad nacional, y a diseñar las respuestas a los mismos”.
Tradición violenta y Destino Manifiesto
La conocida y evidente vocación bélica estadounidense, que en las últimas décadas se ha manifestado en proporciones extraordinarias, tiene nítidas raíces en la historia y en las tendencias a la violencia de un país que ha estado en paz durante sólo 16 de sus 243 años como nación.
Recordemos no solo los decenios de operaciones militares libradas para el exterminio de los pueblos originarios y la expansión territorial, sino la violencia derivada de los repetidos discursos incendiarios en el marco de las pugnas políticas internas, de fanatismo religioso y anti inmigrantes, así como la derivada de la esclavitud y el racismo.
La etapa imperialista del desarrollo capitalista estadounidense llegó aparejada con una expansión extraordinaria de las capacidades y proyección de su poder militar en el exterior, que vino acompañado de una gran agitación y efervescencia nacionalista. Hasta el presente grandes segmentos del público estadounidense son sistemáticamente seducidos por la glorificación bipartidista de las guerras o se muestran indiferentes ante ellas, o se les oculta la magnitud de lo que realmente ocurre.
De manera natural sectores oligárquicos empeñados en la expansión de sus negocios y su predominio en diversos confines del planeta echaron mano a la añeja y arraigada creencia en la excepcionalidad de la nación estadounidense y de un supuesto destino manifiesto que le habría sido “asignado por la Providencia”.
Esa creencia originalmente asumida por los primeros peregrinos que tocaron tierra hace 400 años en el actual territorio de EE.UU., quienes entendieron que Dios los había guiado hasta allí para la ulterior realización de una misión especial piadosa, ha sido instrumentalizada por las fuerzas políticas militaristas para justificar su agresividad detrás de una llamada responsabilidad de proteger y el ‘deber moral’ que asumen como nación “predestinada” e indispensable.
Visto racionalmente es una concepción pretensiosa y absurda, pero que ha sido utilizada por líderes estadounidenses para engatusar al público, desviar su atención de lo que realmente ocurre, y pasar por alto el desacato por el gobierno del derecho internacional…. Como tal es una idea que ha tenido y tiene consecuencias reales.
Sobre expansión imperial y declinación
Por otra parte, el efecto acumulado de su sobre expansión imperial ha sido factor clave en la declinación que el país experimenta. Agota sus recursos decrecientes con pretensiones que ya le resultan insostenibles. Sin embargo pareciera que sectores de la elite están obcecados hasta el punto que les impide discernir las transformaciones que están ocurriendo. Aunque desde hace algún tiempo hay un debate al respecto en los círculos de poder, no obstante la política que se sigue ante esa situación parece conducir a hacer más de lo mismo que ha estado causando el decline.
Hay un marco nacional y geopolítico internacional que condiciona particularmente ahora la política estadounidense. Por una parte tiene que ver con la declinación de su economía y la pérdida de su peso en los indicadores internacionales y, por otro lado, aunque es en parte consecuencia de lo anterior, la pérdida de su hegemonía y predominio imperial en el contexto de una dinámica global en la que las más importantes oportunidades estratégicas de desarrollo se dan en la zona euroasiática.
Se ha generado toda una dinámica de muy serias contradicciones que se están produciendo en los círculos de poder al seno de la oligarquía yanqui respecto a cómo preservar o restablecer su predominio. El presidente Trump es meramente reflejo coyuntural de esa ecuación. Ese pulseo se expresa también en cierta incoherencia en el manejo de su política exterior y de la exagerada recurrencia del país a utilizar sus instrumentos militares.
El sobredimensionamiento del gasto para fines militares durante varias décadas, generador de fabulosas ganancias para las corporaciones del sector y utilizado coyuntural y abusivamente para estimular la economía, ha tenido un efecto acumulativo nefasto que está en el origen de la declinación estadounidense.
(continuará)
Fernando M. García Bielsa
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