El odio delirante a la República: El mal del político narcisista
Desde hace años y bajo el dominio «teológico»del neoliberalismo han invadido el espacio político personalidades absolutamente dominadas por sus pulsiones narcisistas. Así como en su día se habló de «personalidad autoritaria» para dar cuenta del nacionalsocialismo, en la razón neoliberal, la megalomanía, el odio a todo lo que en la patria supo mostrar su vida soberana y el narcisismo impune y destructivo intentan por todos los medios de apoderarse del Estado.
No se trata de la famosa banalidad del mal de Arendt sino de una nueva forma del mal de la banalidad. Se trata de una pulsión destructiva que si bien está anudada a las exigencias de la reproducción del Capital, añade un plus suplementario, una serie de procedimientos que pueden estar al servicio del espionaje y control de la población pero exceden el marco de la utilidad del control propio de los servicios de inteligencia.
Más bien es un puro ejercicio sádico de identificación narcisista que no sólo apela a las apariencias democráticas sino que incluso se victimiza mientras hace daño. Algún día el mundo deberá considerar el nudo entre patología, subjetividad y política para que las megalomanías payasescas de Trump, Bolsonaro, Macri, Áñez, etc. hayan sido posibles y sostenidas por un consenso que en ocasiones ha confinado con la locura social en sus aspectos más paranoicos.
Pero no es cuestión de psicología ni de psiquiatría ni de patologías mentales. Es una necesidad estructural del neoliberalismo que cada vez más exige para su sostenibilidad a dirigentes con la suficiente impunidad, irresponsabilidad y «superficialidad» que encarnen con su carácter insustancial y paródico la dimensión acéfala y descabezada a la que tiende el capitalismo contemporáneo bajo el nombre de neoliberalismo.
El mando neoliberal dictamina: la marcha económica para las Corporaciones, la política para narcisistas al servicio de la pura conspiración. Los tiempos donde personajes banales han generado odio hacia el propio pueblo del cual procedían parecen dar la señal de un verdadero final de época «donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo recién está naciendo». Aún no ha nacido, hubiera dicho Gramsci.
Los sectores de la política que aún guardan la noble responsabilidad ética de la construcción política de lo social, los políticos y políticas que aún intentan pensar en un modo antifascista del vivir deben confrontar sin miramientos con el carnaval macabro de los políticos que vendieron su alma las pulsiones narcisistas, esas que le hacen el trabajo al despliegue neoliberal ciego, sin cabeza, pero reproduciendo siempre su proceso de acumulación ilimitado.
Jorge Alemán
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