El origen de los talibanes

Tras la caída de la monarquía, Afganistán atravesó un largo proceso de guerra civil que llevó a la invasión soviética de diciembre de 1979 y a la ocupación del país. Apoyados por Estados Unidos, los talibán desempeñaron un rol decisivo en la retirada soviética y luego asumieron el control del territorio. En este texto, tomado de su libro ¿Qué es Al Qaeda?, Pedro Brieger busca en la historia del talibán las claves para comprender su asombroso regreso al poder.

El desgaste de la monarquía afgana llevó a su caída en 1973 y a la formación de una república, que se extendió hasta abril de 1978, cuando un golpe de Estado llevado adelante por el comunista Partido Democrático de Afganistán (PDPA) instauró un régimen de corte marxista. Sin embargo, este nuevo régimen tampoco pudo estabilizarse debido a las disputas internas entre viejas fracciones comunistas que llevaron a diversos asesinatos en la cúpula del gobierno.

Ante la crisis interna, el 24 de diciembre de 1979 la Unión Soviética invadió Afganistán. Esto potenció la resistencia étnico-tribal a un régimen desprestigiado y consumido por sus purgas internas, que había fracasado en su intento de consolidar un Estado nacional y una identidad “afgana”, en realidad inexistente debido a la diversidad étnica, religiosa y lingüística del territorio. El 38 por ciento de la población afgana pertenecía a la etnia pashtu, el 25 por ciento era tayiko (persoparlantes, pero sunnitas). Los hazaras (chiítas apoyados por los iraníes) representaban un 19 por ciento, en tanto los uzbekos expresaban un 6 por ciento. El 12 por ciento restante incluía baluchis, chahar aimaks y turkmenos. Un verdadero rompecabezas.

Con la llegada de los soviéticos, lo que había comenzado como una resistencia al régimen comunista pronto se transformó en una típica lucha de liberación nacional contra una potencia ocupante. En el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos, el Reino Unido y sus aliados regionales, como Paquistán, aprovecharon para brindarles refugio y apoyo monetario y militar a las diferentes fracciones alzadas en armas.

La invasión soviética de 1979 se produjo un mes después de la toma de la embajada de Estados Unidos en Teherán, probablemente el momento de mayor auge de la retórica antiimperialista de la naciente revolución iraní y su inflamado discurso contra Washington, pero también contra Moscú. Ambos hechos se conjugaron en Afganistán para que miles de jóvenes árabes y musulmanes decidieran sumarse a la resistencia que –armas en mano– combatía al régimen comunista y la presencia militar soviética.

Entre los combatientes había un joven llamado Osama Bin Laden, nacido en Arabia Saudita. Desde que saltó a la fama se han escrito decenas de biografías sobre él –muchas de ellas parecen sacadas de libretos cinematográficos–, donde se expone la fortuna de su padre, sus vínculos con la realeza saudí, sus mujeres y su relación con la CIA. Sin embargo, cuesta creer que Bin Laden, a los 22 años y recién llegado a Afganistán, fuera una persona tan importante. De hecho, había líderes tribales con décadas de trayectoria político-militar a quienes los servicios de inteligencia conocían muy bien por su combate contra el comunismo y los soviéticos. Esto no quita que aún antes de la intervención soviética el Departamento de Estado norteamericano les hubiera brindado apoyo político y económico a los grupos islámicos que combatían al régimen prosoviético de Kabul y que ayudara a reclutar más de treinta mil combatientes de todo el mundo islámico, desde Argelia hasta Indonesia, para expulsar al invasor soviético.

Dilip Hiro, autor del Diccionario del Medio Oriente, sin abonar la teoría de que Al Qaeda es un invento de la CIA, asegura que “el entrenamiento guerrillero, inicialmente financiado por Washington y Riad y dirigido por la CIA junto con la agencia paquistaní Inter-Services Intelligence (ISI), fue completado con educación ideológica, cuya idea central afirmaba que el santo islam era violado por las tropas soviéticas ateas. Por esta razón los islámicos de Afganistán deberían reafirmar su independencia expulsando al régimen de izquierda afgano sostenido por Moscú”.

Retirada soviética

El 15 de febrero de 1989 el ejército soviético se retiró de Afganistán, aunque hasta 1992 una coalición liderada por los antiguos comunistas se mantuvo en el poder. No obstante, la caída y cuasi desaparición de los comunistas no terminó con los enfrentamientos étnicos que, al no contar ya con un enemigo en común, tomaron otro cariz. El principal productor de opio del mundo estaba desgarrado por una guerra civil que enfrentaba ahora a fracciones islámicas que pugnaban por hacerse del control del país, aunque la ubicación geográfica de las diferentes tribus impedía que una de ellas pudiera imponerse ante una autoridad central estatal que prácticamente había dejado de existir. El resultado: más de tres millones de exiliados.

Los únicos lugares con relativa estabilidad eran aquellos donde un grupo étnico había logrado someter a otro, desterrándolo. Fue en esa época cuando apareció un nuevo movimiento denominado “talibán”, plural de la palabra talib –estudiante, en árabe– de la etnia pashtún. Se trata de etnia mayoritaria en Kabul y la vecina Paquistán, que se dispersó durante la guerra contra los soviéticos mientras las otras se agrupaban detrás de partidos relativamente homogéneos. En su dispersión, varios miles de integrantes de este grupo se replegaron hacia Paquistán, donde poblaron las escuelas de formación teológica y comenzaron a ser conocidos como los talibán.

Adscriptos a una vertiente tradicionalista del islam –muy cercana ideológicamente al régimen de Arabia Saudita–, su aparición pública se produjo en octubre de 1994, cuando asaltaron un convoy de camiones paquistaníes y controlaron rápidamente dos provincias productoras de opio y el sur del país. Si bien es cierto que los talibán crecieron y fueron conquistando un pueblo tras otro, no hubieran podido tomar el poder en Kabul en 1996 sin el apoyo directo del gobierno de Islamabad, el indirecto de Arabia Saudita y el guiño de Estados Unidos, cada uno persiguiendo sus propios intereses: Paquistán y Estados Unidos, por motivos económicos y ambiciones geopolíticas; Arabia Saudita, por motivos teológicos y para ganar terreno en su disputa con Irán. Las armas modernas, los tanques y los misiles teledirigidos que utilizaron los talibán para combatir eran demasiado sofisticados como para ser usados por “simples” estudiantes de teología sin instructores con alto conocimiento tecnológico.

El día que los talibán tomaron Kabul, en 1996, la mayoría de los medios de comunicación occidentales “descubrieron” que estos estudiantes de teología islámica tenían una manera muy particular de entender la política. Sin embargo, el rechazo que provocaron en Occidente por cubrir a las mujeres de pies a cabeza y encerrarlas en sus hogares no es lo esencial del “fenómeno” talibán. Detrás de todo esto había una cruenta guerra civil, un país destrozado y cansado de los enfrentamientos bélicos, además de grandes negocios. La expectativa de vida en Afganistán en los 90 no superaba los 43 años, la mortalidad infantil era de 162 por mil, más del 70 por ciento de los afganos eran analfabetos y había 2 teléfonos por cada mil personas, por dar algunos ejemplos de la precariedad existente en este país de 22 millones de habitantes.

En un primer momento, los talibán fueron recibidos con la esperanza de que pudieran pacificar el país luego de años de guerra civil. De origen sunnita, los talibán eran considerados una fuerza moderada que podría acabar con los “fundamentalistas radicales” acusados de financiar el terrorismo internacional. Ellos mismos se presentaban como una fuerza pacífica, aunque siempre recalcaron que ejecutarían a los traficantes de opio. Nadie en la región desconoce la importancia de la “media luna de oro”, que atraviesa Paquistán, Afganistán e Irán y que constituye el primer centro de producción de opio del mundo. Se calcula que las ganancias de la heroína superan los dos mil millones de dólares por año, dinero que proviene, principalmente, del mercado europeo.

El desmembramiento de la Unión Soviética provocó un reordenamiento regional y la creación de nuevos Estados al norte de Afganistán, tales como Uzbekistán, Tayikistán, Kazajstán y Turkmenistán; todos ellos ricos en recursos naturales –petróleo, gas, oro y plata– codiciados por los demás países de la región y las grandes potencias mundiales. En Uzbekistán se ubica una de las minas de oro más importantes del mundo, en Tayikistán hay filones de plata, en el subsuelo de Kazajstán se encuentran importantes reservas de petróleo y Turkmenistán tiene el potencial petrolero como para convertirse en una nueva Kuwait. Aunque la capital paquistaní, Islamabad, está a menos de 500 km de Kabul, para Paquistán el territorio afgano es un paso clave para acceder a los mercados de Asia Central.

Bin Laden y los talibán

En mayo de 1996, presionado por Estados Unidos y para evitar quedar más aislado a nivel internacional, el gobierno islámico de Sudán le pidió a Bin Laden que abandonara el país. Poco tiempo antes, los talibán habían tomado el poder en Afganistán. El 7 de agosto de 1998 dos atentados con coches bomba contra las embajadas de Estados Unidos en Nairobi (Kenia) y en Dar es-Salam (Tanzania) provocaron la muerte de más de 200 personas. Washington acusó a Bin Laden, y el 20 de agosto de 1998, cuando Bin Laden ya se encontraba en Afganistán, el presidente Bill Clinton ordenó bombardear una fábrica de productos farmacéuticos en Sudán, a escasos 20 km de la capital Jartum, con el argumento de que allí se estaban fabricando armas químicas financiadas por Bin Laden. Al mismo tiempo, bombardeó supuestos campos de entrenamiento terrorista en Afganistán y exigió que el gobierno de los talibán entregara a Bin Laden.

En apariencia, los bombardeos eran una respuesta a los atentados contra las embajadas en Kenia y Tanzania. El gobierno de Sudán negó que se estuvieran fabricando armas químicas, los líderes talibán ratificaron que no entregarían a Bin Laden y Clinton le atribuyó planes para “asesinar al presidente de Egipto y al Papa” y “bombardear seis aviones 747 estadounidenses sobre el Pacífico”.

Los bombardeos de Estados Unidos coincidían con la declaración de la ex becaria de la Casa Blanca Mónica Lewinsky ante los tribunales federales de Washington sobre su historia de sexo con Clinton, un tema que mantenía en vilo a los norteamericanos. El corresponsal del diario mexicano La Jornada, David Brooks, escribía, horas antes de los bombardeos: “En este país, el mundo desapareció durante las últimas 48 horas (…) sólo existe el sexo, la mentira y la insistencia de que se trata de un asunto clave para todo el planeta”. Después del bombardeo, el senador republicano Dan Coats declaraba: “hay mucho que no sabemos de este ataque y por qué fue desatado hoy, en medio de los problemas personales del presidente. Es legítimo hacerse preguntas sobre el momento que se eligió para la acción’’. Pero claro, quién defendería al gobierno de Sudán…

La misma reflexión se hacían numerosos medios de comunicación europeos, que sostenían que el bombardeo era una forma de distraer al público del “sexgate” que afectaba a Clinton, cuya popularidad estaba en baja. Un año antes, el director de cine Barry Levinson había escrito el guión de la película Wag the Dog (Mentiras que matan) protagonizada por Dustin Hoffman y Robert de Niro, explicando cómo se crea una guerra para tapar el escándalo sexual de un presidente. En mayo de 1996 la revista Time había publicado una entrevista con Bin Laden en Sudán, en la que señalaba que era un virtual desconocido en Occidente y que todavía no había evidencias de que estuviera involucrado en actos terroristas. En 1998 ya se había convertido en el “enemigo público N°1” de Estados Unidos y su nombre aparecía vinculado a cualquier atentado que se producía en la región.

Pedro Brieger

Pedro Brieger: Periodista. Autor, entre otros libros, de ¿Qué es Al Qaeda? Terrorismo y violencia política, Capital Intelectual, 2007.

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