El perro no se llama Trump

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El pasado viernes 9 de agosto se cumplieron 74 años del bombardeo atómico de Nagasaki. Tres días antes Hiroshima había sido arrasada por otra bomba nuclear. Entre ambas ciudades perecieron más de 150 mil civiles. Los ataques fueron ordenados por el presidente Harry S. Truman, del Partido Demócrata. 

Años antes todavía era habitual en Estados Unidos que la prensa sureña anunciara, a título de espectáculo, el linchamiento de un negro. El anuncio invitaba a las familias de la localidad respectiva a presenciar la macabra función. Desde hace décadas se repite como un gracejo el texto aquel que, colocado a la entrada de un establecimiento comercial cualquiera, prohibía la entrada a negros y mexicanos.

Quién no recuerda a Hillary Clinton celebrando a carcajadas la violación y el linchamiento del presidente Muamar el Gadafi por las tropas mercenarias al servicio de EE.UU. que destruyeron Libia para adueñarse del país y de sus vastas riquezas petroleras. Y quién no recuerda igualmente las guerras de EE.UU. contra Afganistán e Irak que produjeron más de un millón de muertos. Y la guerra contra México en 1847 que representó para los mexicanos la pérdida de dos millones de kilómetros cuadrados.

Esto es EE.UU. Una sociedad dominada por la ideología racista, guerrerista, supremacista. Y el gobierno emanado de ella está hecho a su imagen y semejanza. Donald Trump es un perfecto producto de esa sociedad. Un producto, no la fuente originaria.

Supremacismo, racismo y guerrerismo no desaparecerán con la salida de Trump, cuando ello acontezca, de la Oficina Oval, vendrán otros mandatarios semejantes a Truman, Clinton, Bush, Obama, Kennedy, Nixon.

Quizás la única diferencia entre Trump y sus antecesores sea la rudeza con que hace pública su ideología. No quiere a los mexicanos y lo dice a voz en cuello. Nada de hablar suavemente empuñando un gran garrote. Sólo empuñar el garrote.

Para México y otras naciones de piel oscura no cabe la esperanza de un cambio en la relación con EE.UU. ¿No decía Fidel Castro que los partidos Demócrata y Republicano eran el mismo perro con diferente collar? Pues igual pasa con los ocupantes de la Casa Blanca: cambia el collar pero ahí está el mismo perro.

El gran problema, el gran enemigo de México no es Trump, sino EE.UU. Pero la ideología pro yanqui y los mexicanos pro yanquis prefieren mirar de soslayo: “Cuando muera el perro se acabará la rabia”. Pero el perro no se llama Trump. Su nombre es imperialismo.

Miguel Ángel Ferrer

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