El romántico milagro

Siento que las trágicas muertes de Cristo y del Che señalan una misma profecía. Estos dos seres están unidos por un mismo halo romántico. Ambos nos alertan, desde sus altares redentores, sobre la imposibilidad del paraíso de la justicia y la equidad humanas si el hombre convierte el escepticismo en religión, y si no desencadena sus sueños hasta alturas celestiales.

Sus finales se me antojan idénticos en el “calvario” y sobrecogedores por su trascendencia, pese a que hubiera querido detener las postreras escenas y transformar esos destinos.

Hasta el rostro de estos íconos se me confunde a veces. Quién Che, quién Cristo. He llegado a creer que la casualidad “providencial” quiso que en el semblante del Guerrillero se materializara la tan discutida imagen de Jesús: si alguien dudaba de que El Nazareno había tenido cuerpo, lo alcanzaba en La Higuera.

Creo que el mundo no ha conocido otros ídolos superiores a su alcance, ni con tal disposición al martirio con idéntico fin: la salvación humana. Aunque uno llame a la purificación del pecado y el otro a la creación de un hombre nuevo.

¿Acaso no es romántico asumir que puede salvarse al hombre de la muerte, purificándolo con la propia sobre la cruz? ¿O entregar la vida en la “aventura” de librarlo de la cruz de la injusticia?

Del milagroso poder de esos actos dan fe también hechos reveladores, como esas cientos de personas del planeta que van de peregrinación a Vallegrande, en una Bolivia presidida ahora por las ideas Guevarianas.

Evo Morales ha saboreado la divinidad de estos prodigios. Así lo refería en junio de 2008, a propósito de la presentación de un libro que resume una visita histórica de Fidel al corazón de América Latina, y que fuera presentado entonces en el Palacio de Convenciones habanero.

El viaje del líder cubano resumido en el texto fue el centro de acontecimientos sumamente simbólicos. De esos que, mirados románticamente, casi pueden considerarse extraordinarios: 26 años después de la muerte del Che, el pueblo boliviano acogió a Fidel como su héroe; y 13 años más tarde el líder sindical indígena, que siguió ansioso en la distancia la visita, se había convertido en el primer presidente boliviano de su raza. Tres años más tarde le escribía a Fidel para recordarle los increíbles saltos que las pasiones y las enterezas le regalan a la historia.

Pero esto solo puede ocurrir si vencemos, con los arrestos y los sueños, a la inercia y la desidia; si no abandonamos a nuestros héroes en el calvario mientras Cuba o la humanidad esperan su romántico milagro.

Ricardo Ronquillo

Ricardo Ronquillo: Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba. Premio Juan Gualberto Gómez. Fue subdirector editoral y columnista de Juventud Rebelde.

Nota del Editor: Fragmento de un artículo publicado en Juventud Rebelde el 8 de octubre de 2017.

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