El tablero actual en Medio Oriente

El Estado Islámico (Daesh), que creía ser inmortal y pensaba poder ocupar toda Siria e Irak con la ayuda de Estados Unidos, Qatar, Israel y Arabia Saudita, ahora casi no tiene un territorio donde ubicar sus arsenales y esconder a sus jefes, vender el petróleo iraquí y sirio a precio viles y comercializar los tesoros arqueológicos robados, antes de destruir inmensos bienes culturales de la humanidad.

Ahora sus militantes dispersos se retiran en los transportes turcos que combaten en la frontera siria con los kurdos socialistas, van a Afghanistán o retornan a Europa –muchos son ciudadanos franceses, alemanes, ingleses, belgas– para organizar algún atentado mal ideado y peor organizado, algo así como un saludo a la bandera. Eso plantea la estabilización y reconstrucción de una región estratégica por su riqueza en gas y petróleo y también táctica porque es la bisagra entre Occidente y el Lejano Oriente.

Washington fue derrotado en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán, y hace tiempo que no es una gran potencia en la región e incluso Donald Trump habla de retirar las tropas que aún tiene ahí.

La guerra comercial con China y el rearme acelerado concentran las pocas neuronas disponibles del presidente de Estados Unidos; y la burguesía de ese país está dividida entre los mundialistas y los predominantes proteccionistas a los que el Americafirst tiende a disuadir de nuevas y costosas aventuras internacionales.

Por su parte, las viejas potencias coloniales –Inglaterra en Irak y Palestina, Francia en Siria y Líbano– no están en condiciones militares que les permitan aspirar a algo más que jugar un papel diplomático menor. Actualmente, en la zona kurda, en el Norte de Siria, quedan algunos efectivos militares estadounidenses y franceses –los cuales apoyan a las Fuerzas Democráticas Sirias, predominantemente kurdas, y tienen sus antenas coloniales, o sea, el espionaje militar–, pero esos contingentes cumplen más con una función de escudos humanos, para evitar bombardeos, que de fuerzas operativas. En cuanto a Arabia Saudita y Qatar, sólo les queda seguir utilizando la vieja arma del soborno, porque apenas controlan algún grupo armado.

Las reales tres grandes potencias regionales, como los mosqueteros de Dumas, son cuatro: Irán, Turquía y Rusia, los tres anti-israelíes, e Israel, que tiene bandera de pirata y que para romper su aislamiento hace una política antiraní sumamente pragmática y desprejuiciada (ayudó a crear Hamas contra la OLP laica que tenía alas socialistas, pero se le fue de las manos; quiso igualmente desarrollar a Hezbollah como adversario religioso de los palestinos en Líbano para desestabilizar a ese país y el tiro le salió por la culata).

Entre las tres potencias antioccidentales hubo y hay enormes diferencias y conflictos, pero ahora hay coincidencias. Turquía, por ejemplo, estuvo aliada con Israel cuando el Estado Islámico (EI) aparecía fuerte, pero en su calidad de vieja potencia colonial en Medio Oriente hasta 1919, tiene una política árabe y, en particular, interés por la paz con los gobiernos de Irak y Siria porque su problema central son los kurdos del PKK turco, y Ankara sabe que ni Irán ni Irak ni Siria ven con buenos ojos la unificación de los kurdos en un Estado independiente, sobre todo cuando en la zona siria de Rojaya los kurdos atraen socialistas e internacionalistas de muchos países, como la joven médica argentina muerta cuando peleaba contra el EI.

Hace poco, Turquía estuvo al borde de la guerra con Moscú, cuando derribó un avión ruso, y siempre ha temido a Rusia desde que los zares le quitaron territorio en varias guerras. Teherán tampoco olvida las sucesivas invasiones zaristas y la ocupación del norte del país por los soviéticos hasta el fin de la guerra mundial, pero la necesidad obliga, y ahora el país de Vladimir Putin está instalado en Siria, donde tiene una base naval y bases aéreas y es posible llegar a un acuerdo que pueda asegurar la gestión tripartita de la región.

El 4 de abril, en efecto, se reunieron en Ankara el dictador turco Recep Tayyib Erdogan, Putin, ex general de la KGB, convertido en nuevo zar ruso, y Hassan Rouhani, presidente del régimen de los ayatollahs iraníes.

A quienes creen analizar Medio Oriente recurriendo a las diferencias entre las sectas del Islam, esta reunión entre un sunní, un cristiano ortodoxo activo y un ayatollahchiíta les debe resultar incomprensible. Es que la geopolítica y la economía se imponen a las ideologías. Moscú, Ankara y Teherán están hoy de acuerdo en mantener al régimen dictatorial sirio de Bachir al Assad a costa de los kurdos estabilizando de paso, si fuese posible, el mercado petrolero y del gas que el fracking estadounidense descompagina haciendo bajar los precios.

Es una alianza entre intereses dirigida contra Israel (que quiere atacar a Irán, a Siria y a Hezbollah ocupando el Líbano) y contra las monarquías árabes del Golfo, los países europeos y Estados Unidos. La Conferencia de Ginebra, de las diversas oposiciones a Assad respaldadas por Francia y Estados Unidos, ha perdido así gran parte de su importancia potencial debido a esta conferencia de Ankara que preanuncia otras maniobras con países, como China, interesados en el petróleo de la zona y en la reconstrucción de Irak y Siria.

Tanto el acuerdo en Ankara como los pactos entre Corea del Norte y Corea del Sur, tendientes a su futura reunificación, ponen a China en el centro del tablero medioriental y oriental –esté o no presente en las negociaciones puntuales–, pues ésta tiene necesidad de nuevos órdenes regionales y una pacificación relativa para comerciar y desarrollar su nueva ruta de la seda por medio de esa parte convulsionada de Asia. Esos mismos acuerdos excluyen a estadounidenses y europeos y marcan su decadencia. Ni Bruselas, París o Washington (intoxicado por el proteccionismo) piensan estratégicamente: Putín y Xi Jinping sí.

Guillermo Almeyra

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