El virus pone en más aprietos a la globalización
La globalización se encuentra a merced de la tormenta de la covid-19 y también de la suerte que corra el ordenamiento jurídico de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que a su vez depende del futuro del debilitado multilateralismo de las Naciones Unidas.
Lo paradojal es que este trabalenguas institucional está sometido a los impredecibles designios de quien lo imaginó y lo creó, que no es otro que el ganador de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Estados Unidos, el mismo que ahora lo hace tambalear.
Las perspectivas de la OMC, bajo la permanente presión de Estados Unidos, mejorarán si la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sale adelante.
El miércoles 1 de julio hubo un atisbo favorable cuando su Consejo de Seguridad, de 15 miembros, atendió el llamado desesperado del secretario general, António Guterres, para demandar un cese de fuego humanitario en los actuales conflictos armados entre países seriamente amenazados por el virus.
El Consejo de Seguridad adoptó la decisión 111 días después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara a la covid como una pandemia global. El acuerdo demoró por discrepancias entre China y Estados Unidos, cuyo presidente, Donald Trump, anunció el 29 de mayo que su gobierno abandonaba la OMS.
La ofensiva de Trump contra el sistema de la ONU incluye el retiro de su país del Consejo de Derechos Humanos y de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), como también la persecución desatada contra los miembros de la Corte Penal Internacional (CPI), con sede en la ciudad neerlandesa de La Haya.
Aunque no pertenece a la arquitectura institucional de la ONU, la OMC ha sido uno de los blancos predilectos de la animosidad de Trump.
Las embestidas de Washington acabaron en diciembre con el Órgano de la Apelación, la instancia superior del sistema de solución de diferencias de la OMC. Estados Unidos fue obstruyendo durante dos años el proceso de renovación de los jueces del organismo hasta que en diciembre de 2019 quedó con un solo magistrado, insuficiente para dictar justicia.
Se advierte la coincidencia. Dos cortes judiciales, el CPI y el Órgano de Apelación de la OMC irritan a Estados Unidos. Es la excepcionalidad que se arroga buena parte de la población de esa potencia y casi la mayoría del mundo político y empresarial. Nunca un ciudadano estadounidense se sienta en el banquillo de un tribunal extranjero.
Esa presunción de privilegio dificulta la adopción de fórmulas democráticas, como la simple de un voto por cada Estado miembro, en la gobernabilidad de las instituciones multilaterales.
El Consejo de Seguridad de la ONU, con sus cinco miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) con derecho a veto y avalados únicamente por su incalificable poder de destrucción, es un ejemplo
En el campo estricto del comercio la supremacía no es tan ostensiva pero igual de contundente.
Las potencias comerciales dominantes, pueden mantenerse siglos en esa condición, actúan con más sigilo. Prefieren las negociaciones en grupos reducidos donde el desequilibrio en las relaciones de intercambio arroja mejores resultados que el poder de convicción.
Todo transcurre sin una pizca de transparencia. No se elaboran actas y los entresijos de los tratos se conocerán, acaso, en las memorias de algún diplomático retirado.
Así se mueven en la OMC los negociadores de Estados Unidos, la Unión Europea, Gran Bretaña (ya separada del bloque por el Brexit), Canadá, Australia, Nueva Zelanda y unos pocos países en desarrollo que deslumbrados por el poder cada tanto se les acercan, como acontece ahora con Brasil.
El grueso de los países del Sur en desarrollo intenta defender sus intereses que consisten en escasos avances obtenidos en la negociación de la Ronda Uruguay (1986-1994) y apenas promesas conseguidas en la Conferencia Ministerial de Doha (Catar) de 2001. Desde entonces siguen abriendo sus mercados a las exportaciones de los países ricos que a su vez son reacios a desmontar su proteccionismo agrícola.
En esos escenarios y sin olvidar la presencia amenazante del virus, se juega la suerte del comercio internacional y de la globalización, una de sus consecuencias.
En cuanto a la marcha del comercio, el combustible de la globalización, el último informe de la OMC, del 22 de junio, confirmó que el comercio “cayó a plomo” en la primera mitad de 2020, un período prácticamente dominado por la expansión de la covid y la parálisis sin precedentes de la actividad mundial, para controlarla.
Y guiándose por las estimaciones del segundo trimestre del año, cuando los efectos de las medidas de confinamiento se hicieron sentir en las economías de los países afectados, los estadígrafos de la OMC proyectan una caída para todo el 2020 del comercio del mercancías de 18,5 por ciento.
Con datos como ese, la directora de la Escuela de Asuntos Globales y de Política Pública de la Universidad Americana de El Cairo, Magda Shahin, vaticinó que “la globalización ya exhala su último suspiro”, durante un seminario virtual, promovido por la organización india CUTS International. Sin embargo, la profesora rescató el papel de la OMC. “Es irremplazable por su condición simultánea de órgano legislativo y arbitral”, dijo. “No hay instituciones multilaterales de las mismas características, capaces de dictar normas y fallos arbitrales”, insistió.
A su vez, Faizel Ismail, director de la Escuela Nelson Mandela de Gobernanza Polītica en la sudafricana Universidad de Ciudad del Cabo, consideró en otro encuentro digital de CUTS que lo que va a desaparecer es la hiperinflación, el consumismo sin límites que irrumpió en las dos últimas décadas del siglo XX. “La crisis de la globalización es una consecuencia de las desigualdades, porque la hiperglobalización ignoró las necesidades de los marginalizados y de los pobres”, adujo.
Ismail, diplomático y negociador comercial que durante más de un decenio representó a Sudáfrica ante la OMC, en esta ciudad suiza de Ginebra, estimó que esos efectos de la hiperinflación “condujeron al populismo en varias fases, con cambios de poder dinámicos en los países y en sus relaciones externas”. “La crisis de la covid-19 expuso las contradicciones del sistema de comercio conducido por la OMC, que ya era de naturaleza asimétrica. Como resultado, estamos viendo movimientos crecientes de restricción de exportaciones y de desplazamiento de empresas. Sus consecuencias son y serán graves en África”, vaticinó.
Gustavo Capdevila
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