Elecciones en Argentina: ¿Es malo que una empresa del Estado tenga déficit?
El candidato presidencial argentino Javier Milei ha vuelto a insistir que “es un oxímoron tener un Estado empresario, porque no cumple el rol de un empresario. La realidad es que debería correrse del medio, porque cuando lo hace el sector privado lo hace mucho mejor”. Cuando Milei dice que el Estado “no cumple el rol de un empresario” está en lo cierto, por las razones equivocadas.
Las empresas estatales suelen tener déficits porque cumplen una función social que, más que a los pobres, beneficia a las empresas privadas. Por las buenas razones y por las malas también.
Washington y las corporaciones que lo asaltaron a finales del siglo XIX (en reemplazo de los esclavistas derrotados en 1865) siempre lo tuvieron claro: un déficit del gobierno es un superávit de las empresas privadas. De hecho, cada vez que el gobierno tuvo superávit, se debió inventar una guerra para convertirla en déficit, como fue el caso de la Guerra de Corea, harto estudiado por economistas de verdad.
“El mejor sistema de salud posible ―complementó el candidato libertario― es un sistema de salud privado donde cada uno pague sus servicios; debemos eliminar la asistencia social directa”.
Puede que parezca repetitivo: el ejemplo de “las empresas privadas que lo hacen mejor” se prueba como una falacia en los mismos “países exitosos” como Estados Unidos. Bastaría con volver a los múltiples ejemplos que prueban la función central en la economía de los Estados y del gobierno.
En Estados Unidos, la educación y la salud son las más caras del mundo. Si todavía las universidades (antros progresistas, según los libertarios) mantienen un prestigio en investigación, se debe a dos razones: 1. La creación de dólares de la nada; el privilegio de ser un país imperial hace que el Estado y sus instituciones privadas inviertan en investigación mucho más que cualquier otro país. 2. Históricamente, esa misma facilidad económica para la investigación y la enseñanza ha absorbido los mejores estudiantes y académicos de todas partes del mundo, los cuales han sido autores de la mayoría de las patentes e investigaciones producidas en este país.
El caso de la salud es aún más evidente: por lejos, es el sistema de salud más caro e ineficiente del mundo. Sus médicos suelen estar atrapados en la maraña de las empresas privadas, como las farmacéuticas. No es raro que alguien que no procede de esa área de especialidad deba informarle a los médicos de las últimas investigaciones producidas en las universidades de donde estudiaron ellos mismos. Para no hablar de la responsabilidad de estas compañías privadas en generar la epidemia de opioides y su inefectividad en prevenir los millones de adictos y los cien mil muertos por año por sobredosis, con un sistema que privilegia el tratamiento antes que la prevención. Business.
¿Por qué? Aquí viene otra depravación del mega negocio privado: el sistema de salud aquí está comercializado, inflado en sus precios por los beneficios desorbitantes de las aseguradoras, corporaciones que se benefician de una población enferma, no sana. Si la situación no es peor, es porque hay un Estado poniendo algunos límites, como controles de calidad… Todo en detrimento de “la libertad de hacer grandes negocios”.
En educación, las escuelas chárteres y los váuchers han canalizado el dinero de los impuestos a través del maldito Estado hacia el sector privado, lo que no solo ha producido un empobrecimiento de la educación pública sino también una comercialización de la educación privada, donde los jóvenes no son estudiantes sino clientes. ¿Esto es hacerlo mejor?
Un Estado no es una empresa cuya razón de ser son las ganancias propias, no la vida ajena. Un Estado debe cumplir con múltiples servicios sociales, incluyendo el apoyo a las empresas privadas, por lo cual, frecuentemente, tiene déficits. Estos déficits son ganancias, no solo de los de abajo; sobre todo de las mismas empresas privadas de los de arriba.
Milei and Co.: “¡La libre competencia es la libertad que lo resuelve todo!”.
El dogma de la “libre competencia” (el mercado desatado) no sólo es contradictorio sino también autodestructivo. La libre competencia del mercado lleva en su interior la semilla de la destrucción de la libre competencia.
¿Cuál es el ejemplo más perfecto de libre competencia en cualquier sociedad? Podemos encontrarlo en los deportes, desde el fútbol hasta las carreras de atletismo. Allí están los ejemplos más radicales de libre competencia (si dejamos de lado las condiciones sociales, como el capital de un club para comprar los mejores jugadores del mundo). Tanto el fútbol como una carrera de atletismo son lo más aproximado a una verdadera libre competencia porque están rodeados de múltiples y estrictas reglas restrictivas.
La lista de prohibiciones es numerosa (una de mis preferidas en el fútbol es la ley del offside) y sólo deja libre lo que se intenta medir: la resistencia, la técnica, la superioridad de un atleta o de un equipo. Estas reglas apuntan a la abstracción de toda ventaja que no sea el talento y el mérito táctico del individuo o del equipo.
Diferente, el dogma del libre mercado es autodestructivo porque cualquier ventaja lograda por cualquier competidor (supongamos el caso utópico de que todos los competidores partieran con las misma igualdad de condiciones) es usada a favor del individuo o del grupo para limitar y destruir la libre competencia. A medida que la diferencia de poder entre el “exitoso” y el “perdedor” aumenta, la libre competencia disminuye hasta desaparecer. Las grandes corporaciones no compiten; destruyen la competencia.
El principio de que mi avaricia y mi egoísmo es bueno para los demás, nunca fue verificado. Todo lo contrario. Recientemente, el experimento de microcréditos fue un éxito en muchos países pobres (hasta en Estados Unidos) y un fracaso en otros países como Camboya, donde creó endeudados. El misterio se debe, según el premio Nobel Muhammad Yunus, a que todos los fracasos se dieron cuando se administró el microcrédito como un negocio y no como un instrumento social. El objetivo natural de la avaricia benéfica de los liberales nunca funcionó, aparte de ser la primera responsable de la destrucción del planeta que sus creyentes niegan contra toda evidencia. No sólo fue un dogma, sino la ideología más perversa de los últimos cuatro siglos.
Las ideas ultraliberales de La Libertad Avanza ni siquiera son ideas. Son viejos dogmas que nunca se aplicaron en sus imperios amados, sino en las colonias donde fracasaron de forma repetida y sistemática. Al inicio del Postcapitalismo, son una reacción apasionada y visceral, propia de todo dogma moribundo. Pero todavía tienen oportunidades de ganar elecciones y de fracasar aún más estrepitosamente que antes.
Ahora, supongamos que Milei se convierte en presidente de Argentina, que la princesa besa un sapo que se convierte en un príncipe y que Argentina se convierte en Estados Unidos. Aun así, habrá que preguntarse si vale la pena una civilización asentada en la insensibilidad psicópata, en el desprecio por “el perdedor”, por el semejante que nos da todo el sentido de estar vivos.
Jorge Majfud
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