Es el sistema, estúpido

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El racismo y el desprecio hacia pobres e inmigrantes están instalados en la dinámica de funcionamiento de un sistema que coloca las cosas por encima de los seres humanos.

“Protestar en nombre de la moral contra «excesos» o «abusos» es un error que sugiere complicidad activa. No hay «abusos» o «excesos» aquí, simplemente un sistema que lo abarca todo”.- Simone de Beauveoir.

Hay una escena del documental I am not your negro (Raoul Peck, 2017) en que el escritor afroamericano James Baldwin es entrevistado en la televisión de los años setenta del siglo XX,  y el conductor del programa le pregunta por qué los negros en Estados Unidos no son optimistas «…si hay negros que son gobernadores, hay en negros en la política, otros en todos los deportes, hasta han sido premiados dándoles oportunidades en los comerciales en comerciales de televisión…».  Precedida de una sonrisa sarcástica, la respuesta de Baldwin, quien vio asesinados por el sistema a sus amigos Medgar Evers, Malcom X y Martin Luther King, fue «no es una cuestión de lo que pasa con los negros aquí… la verdadera pregunta es qué pasará con el país».

De aquella entrevista a hoy continuaron muriendo negros a balazos en Estados Unidos abundantemente. El sistema siguió adelante barriendo el racismo estructural debajo de la alfombra, hasta que el huracán Katrina  lo mostró en toda su crudeza y entonces surgió la fórmula mágica: ¡Un Presidente negro!

Como ha dicho Cornel West, uno de los intelectuales negros más influyentes en Estados Unidos, que a pesar de su radicalidad ha sido convocado en estos días de protestas antirracistas por televisoras como  Fox y CNN: «Sólo quieren mostrar más rostros negros, más rostros negros… Pero ahora esos «rostros negros» pierden legitimidad también. Porque el movimiento Black Lives Matter nació bajó un Presidente negro, un Fiscal General negro y un Director de Seguridad Nacional negro y ellos no pudieron cumplir… Por eso cuando hablas de las masas negras, los pobres y trabajadores, pobres y trabajadores marrones, negros y amarillos de cualquier color, ellos son los que están marginados y se sienten sin poder, sin ayuda, sin esperanza y ahí es cuando llega la rebelión…»

Pero quién le pone los rostros a los administradores del sistema. En plena campaña electoral entre Hillary Clinton y Donald Trump, la organización Wikileaks reveló varios correos electrónicos  enviados por Michael Froman, entonces alto ejecutivo de Citibank,  a John Podesta, quien era parte del equipo de transición del candidato a las Presidencia de EEUU Barack Obama. Un mes antes de las primeras elecciones que ganara Barack Obama,  Podesta recibió de Froman un correo con “una lista de candidatos afroamericanos, latinos y asiáticoamericanos… más una de estadounidenses nativos, árabes/musulmanes estadounidenses y discapacitados» con los nombres de las personas que debían integrar el gabinete del nuevo presidente y qué cargo ocuparía cada una.

Así, Citibank indicó quién iba para “cada puesto” un mes antes de que los votantes norteamericanos acudieran a las urnas supuestamente a elegir gobierno y Obama lo cumplió: Eric Holder en Justicia, Janet Napolitano en Interior, Robert Gates en Defensa, Rahm Emanuel como Jefe de Personal, Peter Orszag en la Oficina de Administración y Presupuesto, Arne Duncan en Educación, Eric Shinseki en Asuntos de Veteranos, Kathleen Sebelius en Salud y Servicios Humanos, Melody Barnes en el Consejo de Política Nacional, Timothy Geithner en el Tesoro, Susan Rice a la ONU…

Es a lo que Baldwin se refería al decir que «lo blanco es una metáfora del Chase Manhattan Bank», que, por supuesto, no inauguró Obama. A inicios  de este siglo, ya el gobierno  extremista de George W. Bush tuvo un Secretario de Estado negro que mintió en la ONU para invadir Irak y una Consejera de Seguridad Nacional de piel negra que estructuró la vigilancia ilegal, la tortura y el secuestro por el mundo entero. No se ha filtrado cuál banco los nombró pero de que respondían a uno, o a varios, no caben dudas viendo su ejecutoria desde el gobierno contra los no blancos de Irak y Afganistán que han muerto por millones gracias a su gestión.

En el libro La doctrina del shock de la escritora y activista social Naomi Klein dedica un capítulo de su obra a analizar los efectos de Katrina en Nueva Orleans en su relación con el neoliberalismo impuesto desde Estados Unidos al mundo, y su práctica extrema por la administración de W. Bush. La autora titula esa parte de su investigación “El apartheid del desastre”,  y cita allí a un arrepentido creyente del libre mercado que afirma: “El derrumbe de los diques de Nueva Orleans tendrá consecuencias tan profundas para el neoconservadurismo político como el hundimiento del Muro de Berlín las tuvo para el comunismo soviético”. Y -junto a la guerra en Iraq y la debacle financiera- las tuvo, la derrota del Partido Republicano en 2008 así lo demuestra. Sin embargo, como apunté en otro texto, alentado por la crisis económica, se estaba produciendo un  reagrupamiento de fuerzas ultrareaccionarias y revanchistas en Estados Unidos que  se parece demasiado a lo acontecido en la Alemania pre-hitleriana. El “honor alemán” y  la xenofobia  fueron banderas agitadas por Hitler para ascender al poder en una Alemania golpeada por la crisis. ¿Qué otra cosa sino hemos visto en los lemas de campaña de Donald Trump: América First y Make America Great Again?

El racismo y el desprecio hacia pobres e inmigrantes están instalados en la dinámica de funcionamiento de un sistema que coloca las cosas por encima de los seres humanos. La orden que recibieron los policías de Nueva Orleans después del Katrina fue “disparad a los saqueadores”, como revelaron algunos de aquellos funcionarios cinco años después. “Cualquier cosa que cruce la calle y que sea más oscura que una papel marrón va a recibir un disparo”, es la frase con que se lanzó a la cacería humana un grupo de espontáneos vigilantes blancos por aquellos días.

Pocos días después del impacto del huracán sobre el Sur de los Estados Unidos, Fidel presidió en La Habana la constitución del Contingente Médico Henry Reeve. Era una oferta rápida y eficaz de ayuda a los damnificados de Katrina. La filosofía que proclama las “personas primero” fue rechazada por la soberbia de quienes se obsesionan en “proteger la propiedad”. Los pobres, abandonados a su suerte por lo que Naomi Klein llama  capitalismo del desastre, no pudieron ser atendidos por los médicos cubanos. El mismo gobierno que persigue la colaboración médica cubana por el mundo entero es el que ha instalado en su máximo nivel la xenofobia y el racismo en su propio país.

Hace ya algún tiempo, Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del planeta, estremeció al mundo con una frase asombrosa por su sinceridad: «Está bien la guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando».

Ya en el Manifiesto comunista Carlos Marx y Federico Engels definieron la lucha de clases como el motor de la historia. Sin embargo, cuando Barack Obama habló en el Gran Teatro de La Habana dijo que el motor de la historia era otra cosa: internet. Un importante  asesor de su gobierno,  Alec Ross, director de innovación del Departamento de Estado, al que la revista Foreing Policy señala como clave en las primaveras árabes y especialmente involucrado en los sucesos que desestabilizaron Siria y Libia, fue más lejos al decir a un grupo de activistas digitales latinoamericanos que internet es el Che Guevara del siglo XXI; o sea no luchen, no se organicen, no salgan a las calles, no estudien la sociedad, sólo usen internet. Ya fuera de la presidencia, Obama dijo en una entrevista con el príncipe Henry de Inglaterra que las redes sociales corren el riesgo de dividir las sociedades y que internet promueve la desigualdad. No sabemos si  los actuales sucesos lo harán llegar tan lejos como para decir dónde está el verdadero motor de la historia, aunque un hombre culto e inteligente como él no debe ignorarlo.

En un obvio control de daños, Nancy Pelosi, líder del Partido Demócrata en la Cámara de representantes, ha «exigido» retirar del Congreso estadounidense las once estatuas de esclavistas confederados que hasta el otro día le parecieron muy bien y Obama ha llamado «con sentido de urgencia» a una «reforma policial». Habría que decir, parafraseando a Bill Clinton, el mismo que controla la élite del Partido Demócrata para la que es inaceptable un programa como el de Bernie Sanders: «Es algo más que estatuas y policías, estúpido». Es evidente que la actuación racista de la policía, las estatuas de esclavistas  y colonizadores, el lugar que ocupa la misma Pelosi, como también  Obama, Clinton, y por supuesto Trump,  son resultado de la «metáfora del Chase Manhattan Bank» de la que habló Baldwin.

Más claro que los políticos estadounidenses parecen tenerlo las doscientas personalidades de la cultura y la ciencia occidental que antes del asesinato del afroamericano George Floyd, lideradas por la actriz Juliette Binoche y el astrofísico Aurélien Barrau, lanzaron desde el periódico francés Le Monde un manifiesto por un cambio de sistema económico y social.

Cuando en el mundo se unen las protestas antirracistas en Estados Unidos  con el derribo de estatuas como las del rey  belga Leopoldo, expoliador del Congo, y la visión de Cornel West sobre «las masas negras, los pobres y trabajadores, pobres y trabajadores marrones, negros y amarillos de cualquier color» se abre paso en importantes medios de comunicación que no suelen hablar de ello, la cinematografía del haitiano Raoul Peck (LumumbaThe young Marx y I am not your negro) entrelaza las causas profundas de una rebelión, cuyo origen se hunde en siglos de explotación y desigualdad: El capitalismo.

Iroel Sánchez

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