Eso de Venezuela y sus varias trampas

La ofensiva desestabilizadora, centrada ahora en la militancia por la devaluación, adquiere una magnitud que, quizá, no termina de asumirse entre la gente “del palo”. El Gobierno asoma sin reacción por sus fallas ejecutivas, ya abordadas en este diario y en medios afines; por versiones de cambios necesarios de gabinete a unos meses de asumido; por yerros de coordinación que provendrían de la falta de una jefatura “unificada”; por las dudas en torno de cómo juega y jugará Cristina; por la falta de un relato con alguna “épica”, que sin duda falta.

En éste, uno de los países probable o seguramente más vertiginosos del mundo si hablamos de producción político-informativa, de hechos desencadenantes de no se sabé qué, de violencias discursivas, acaba de sumarse –es un decir– todo lo que faltaba.

Las posturas del gobierno argentino en la ONU, en el episodio respecto de Venezuela pero podría citarse cualquier otro, le interesan a los sectores politizados del tronco K y a los de la oposición que encontraron en el asunto una magnífica oportunidad a fin de provocarle otro agujero al oficialismo.

En sus alcances masivos, dicho de otro modo, la cuestión le atrae mayormente a nadie y menos todavía en medio de la angustia pandémica sumada al desquicio generado por la herencia macrista, que el Gobierno sobrelleva con aciertos y errores pero, con honestidad intelectual, sin que pueda acusárselo de agachadas intolerables.

Por las dudas seguras, sirva el oxímoron: que equis materia carezca de interés popular no significa reducir su importancia.

De hecho, cabe preguntarse si por una acción de política internacional era necesario que el Gobierno asumiese el riesgo de dispararse a los pies, justo en este momento, sin siquiera haber tomado el recaudo de anticipar la movida para disminuir el impacto entre los propios.

¿Cuál es esa importancia de ser por efectividades conducentes, si la pregunta es cómo pararse –cómo seguir haciéndolo, sobre todo– frente a la gestión de los Fernández?

¿Ahora resulta que el Gobierno que le dio asilo a Evo, que no reconoce a los golpistas de Bolivia, que el Presidente que apoya a Lula sin cortapisas, que la actitud de enfrentarse a Estados Unidos por la titularidad del BID, debe desconsiderarse de la noche a la mañana por un voto que fue “trabajado” con las autoridades venezolanas?

¿O acaso alguien supone seriamente que Argentina votó como votó, en una resolución que a la par rechaza toda intervención extranjera y el bloqueo de Washington contra Caracas, sin previo aviso?

Ojalá fuera increíble, como también se señaló tantas veces, creer que esta movida en las Naciones Unidas es una decisión personal (???) del canciller Felipe Solá y no un enlace al más alto nivel.

La fácil solución deductiva de por qué no hay el mismo énfasis ecuménico para condenar o advertir sobre las gravísimas violaciones a los derechos humanos en Colombia (donde sólo en lo que va de 2020 ya fueron asesinados más de 80 referentes sociales), o en Chile, o en torno del mismísimo odio racial que se enseñorea en los Estados Unidos, es cosa de tareas y gestos que en el mundo diplomático se toman a su turno. No cuando se les ocurre a los barrabravas del confort ideológico.

Una de las voces más filosamente críticas del Gobierno, sin perjuicio de apoyarlo en forma conceptual indubitable, decía por estas horas –a propósito de lo ocurrido entre la tropa adicta por el voto sobre Venezuela– que hay un kirchnerismo flotante, desamparado, individualista, sin contención de bajada de línea oficial.

Es decir: hay gente que ha comenzado casi a delirar, despreocupada por la suerte de Alberto Fernández como si en ella no se jugase la de la mismísima Cristina y, por tanto, la de la única herramienta de que hoy se dispone para enfrentar el ataque descomunal de la derecha.

Son gente sin responsabilidad de gestión alguna, que actúa en las redes y en el columnismo a falta de todo compromiso ejecutivo y que se provoca el goce de la imputación, o la crítica destemplada, porque el problema, pareciera, es que no encuentra lugar donde ubicarse que no sea aquello del denuncismo y la impolutez político-ideológica.

¿Es un sapo dificilísimo de digerir que Argentina haya votado como votó?

Sí.

Más que un sapo, un batracio gigantesco acerca del que tampoco está clara su contrapartida porque, obvio de toda obviedad, nadie infiere seriamente que el FMI tomará en cuenta haberse tragado ese anfibio para beneficiar los intereses argentinos.

¿Es o pudo haber sido una tontería comprarse un/otro conflicto hacia la interna del Frente de Todos, nada menos que ahora?

Sí.

Todo lo que se quiera, pero ninguna conclusión debería llevar a que contradicciones secundarias se transformen en prioridad.

Repudiar ese voto argentino en la ONU es necesarísimo, pongámosle, para marcar cancha desde izquierda; para que en el Gobierno tomen nota de que hay reflejos activos; para que al margen de los errores y horrores del otrora chavismo no se aparezca como lamebotas imperiales.

¿O no nos pondríamos de acuerdo en que Maduro tiene poco que ver con los sueños y las concreciones de Chávez?

La diferencia entre ese apunte y ser funcional al ataque de la derecha es muy estrecha.

Mejor preocuparse, primero, por las fallas de gestión gubernamentales; por la pérdida de iniciativa política, por los pifies de comunicación subsecuentes, por la falta de un relato entusiasmante; por de dónde se extraerá renta para soportar la emergencia y algún proyecto de desarrollo por cómo se activarán sujetos de la economía popular para aguantar la parada.

¿Qué es esto de “Alberto tibio y traidor”, siendo que las grandes líneas del Gobierno son acordadas con CFK?

¿Es un diagnóstico o un deseo?

Acá sigue habiendo que las medidas tomadas y el esfuerzo de médicos y trabajadores de la salud, agotados y a los que hemos dejado de aplaudir por las noches, permitieron no tener que seleccionar quién vive y quién muere por covid; que el Estado ha dicho presente en el asistencialismo, a pesar del cóctel insoportable de herencia y pandemia; que viene conteniéndose, a través de él, la ausencia de estallido en el conurbano bonaerense, sin ir más lejos, aunque debe estarse atentos porque los comedores andan por el límite y no está claro qué sucederá con el IFE u otros mecanismos paliativos; que la inflación podría desmadrarse, mientras se reabrió el intento de establecer vías de negociación con sindicatos y grandes empresas.

Y que la extorsión del “mercado cambiario” es extenuante. Son actores escasos, dicen en el oficialismo, pero nunca dejan claro por qué, entonces, resulta imposible domesticarlos.

Atravesados por semejantes cuestiones y sin perjuicio del sapo instalado, ¿en serio es hora de flagelarse por el voto sobre Venezuela, para que se haga un festín la oposición articulada entre AEA, el trío mediático y su pata judicial?

Una fuente también cercana a la simpatía con el Gobierno, pero que no come vidrio, sintetizaba sus percepciones de esta manera: “Me parece que está reeditándose lo de haber cascoteado a Scioli, desde adentro, en 2015”.

¿Objeciones a esa percepción?

Eduardo Aliverti

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