Esta guerra no es nuestra

La crisis que vivimos no es un juego ni mucho menos una alegoría de la alucinación, el estruendo de la guerra entre potencias imperialistas cumplió su primer año y los bloques en confrontación se delinean con más claridad.

La reconquista del mundo está en marcha y la algidez de la conflagración se incrementa al incorporarse la amenaza nuclear, las manos de los monopolios se frotan frente al jugoso manjar que, de un lado o del otro, buscan devorar.

La invasión rusa a Ucrania sólo es la apertura de una mayor guerra que tristemente se avizora venidera a corto y/0 mediano plazo, a los ya antiguos anuncios de la crisis de hegemonía del imperialismo estadounidense y su desvanecimiento ante el avance de China y Rusia, debe recordarse la advertencia de Mao Tse-tung cuando afirmó en 1956 que ese imperio inhumano es “es un tigre de papel”, pero que siempre ha tenido dientes de sable, es decir, aunque la injerencia norteamericana ceda terreno; es un grave error pensar que sus heridas ya son en lo absoluto mortales.

La pasada visita de Joe Biden a Ucrania no fue otra cosa que demostración de poder y provocación, además de un pase de lista a sus aliados de la OTAN, mismos que ahora se verán más obligados a apoyar al interés de Occidente, es una muestra de fuerza que a su vez delinea su propia crisis, pues del consenso histórico que fortaleció a ese imperio en decadencia, hoy queda el uso de la coerción y la fuerza como elementos garantes de su permanencia. El bloque de Occidente cierra sus filas con rigidez ante lo que será pronto una contraofensiva tras la tardanza rusa de alcanzar sus objetivos en territorio ucraniano.

Por la otra parte, Rusia y sus núcleos de injerencia penetran la realidad latinoamericana y caribeña, llevándose entre las patas a la naciones cuya relación económica los condiciona a sujetarse en una especie de alianza sin pacto, pero que reposiciona en el campo de la geopolítica la presencia de dicha nación más allá de las fronteras de nuestros pueblos hermanos. La alianza, esa sí bien establecida, entre China y Rusia, gana terreno al reivindicarse antinorteamericana, pero convirtiéndose en una nueva dominación mediante la presencia de sus monopolios que controlan lo que alguna vez tuvo la señal del águila calva.

Esta guerra no es nuestra, ni de uno u otro lado, no es por el bien de las y los proletarios, no es por el bien de nuestras naciones y su autodeterminación. No lleva la bandera de nuestras reivindicaciones de pan, tierra, justicia, democracia, libertad, trabajo, hogar, salud y mucho más. La sangre derramada no es en el nombre de la humanidad, no lo es, y no niego para nada la brutalidad de la OTAN y del imperialismo estadounidense, pero sí desligo mi sentir de la ausencia de esperanza en quienes hoy se combaten sin la causa y sólo el efecto; los fusiles acuñados unos contra otros, al final de la guerra, marcarán las vidas de quienes los cargaron y no de quienes alentaron su uso sin importarles en realidad los pueblos confrontados.

El imperialismo (del color que sea), el neofascismo y la falsa libertad deben ser combatidos, no tengo duda, pero no por el nombre de los poderosos, sino por la prosperidad de la humanidad, y, nuevamente, digo que esta guerra no es nuestra, sólo es de los intereses de las potencias a los que no les importa nuestro bienestar.

Cristóbal León Campos

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