Estados Unidos: El fin de la era Trump

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Después de cuatro días de espera, el triunfo de Joe Biden en el estado de Pennsylvania ha dado lugar a que se convierta en el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos. La diferencia de votos entre ambos candidatos en algunos de los estados que definen la elección es reducida, pero el triunfo es indudable. Sin embargo, el presidente Trump no reconoce la victoria del candidato demócrata y ha dicho que impugnará los votos “ilegales” en los tribunales.

Las elecciones del 3 de noviembre en Estados Unidos han tenido un significado histórico toda vez que el presidente electo tendrá la oportunidad de conciliar una sociedad crispada y extremadamente polarizada, uno de los mayores legados del presidente Trump. Además, su obsesión por mantenerse en la Casa Blanca, ha dado lugar a que diversas organizaciones, intelectuales y representantes de gobiernos manifestaran su preocupación por una posible ruptura del orden institucional en ese país, que hoy se vislumbra más lejana­ debido a la pérdida de legitimidad de sus reclamos, en la medida que varios de sus correligionarios, y líderes de la comunidad internacional, han felicitado al presidente electo. En América Latina lo han hecho todos sus líderes, con excepción de los de Brasil y México. Recordemos que, con el irrespeto a la institucionalidad y el desprecio por la verdad que caracterizan al presidente, este se autoproclamó ganador la noche del día de la elección, cuando había decenas de millones de papeletas sin contar. Pero no tuvo respaldo interno.

La contabilización de votos, en el que también se eligen 35 de los 100 miembros del Senado y los 435 escaños de la Cámara de Representantes, no ha concluido todavía, pero se proyecta que mantendrá la mayoría en la Cámara de Representantes, mientras que en el Senado hay un empate que será definido en una elección el 5 de enero en el estado de Georgia. Por ahora, Joe Biden (50,6%) supera en 4,6 millones de votos a Donald Trump (47,7%). Pero en Estados Unidos el sistema de elección presidencial es indirecto. Es decir, los ciudadanos no definen directamente la elección, algo profundamente antidemocrático y obsoleto.

Lo hacen a través de un Colegio Electoral compuesto por 538 delegados repartidos en los 50 estados en proporción al tamaño de su representación en el Congreso. El sistema establece que el ganador en un estado (salvo Maine y Nebraska) se lleva todos los votos de los delegados. Por eso, ganar en los denominados estados pendulares —aquellos que no tienen un patrón definido de voto— es fundamental para llegar a la Casa Blanca. En estos (Florida, Wisconsin, Michigan, Minnesota, Ohio, Pennsylvania y Carolina del Norte) se concentra la campaña electoral. El candidato que alcanza 270 votos, gana la elección.

El operativo para ser reelecto

Desde que Trump asumió el gobierno, uno de sus objetivos centrales ha sido lograr la reelección y ha estado dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo. El irresponsable manejo de la pandemia, poniendo sus intereses electorales por encima de la vida de sus compatriotas, lo pintan de cuerpo entero.

Meses antes de la elección, el presidente de la primera potencia del mundo declaró en reiteradas oportunidades, y con total desenfado, que no reconocería los resultados de la elección, salvo que le fueran favorables. Según Trump, su derrota solo podría explicarse por la existencia de un fraude en el conteo de los votos. Una afirmación de este calibre, en otro país del continente, hubiera encendido las alarmas de la OEA y se hubiera invocado la Carta Democrática Interamericana. Pero no todo se mide con la misma vara.

Asimismo, Trump había manifestado que, si todos los estadounidenses votaran, no podría ganar la elección; ni él, ni ningún candidato republicano. Por eso lideró un operativo que incluyó dos componentes: el primero, instalar en la opinión pública la desconfianza en el proceso electoral. Sin ninguna prueba, predicó, recurrentemente, que las elecciones de 2020 estaban manipuladas, que habría fraude en el conteo de los votos emitidos por correo y, por ello, el ganador debería ser proclamado el mismo día, sin esperar su contabilización que, debido a la pandemia, fue una vía muy utilizada para la votación, especialmente por los demócratas.

Descalificaciones e insultos, una constante durante la campaña electoral

De nada sirvió que el director del FBI, Christopher Wray, afirmara, en septiembre, que “históricamente, nunca se ha detectado ningún tipo de esfuerzo coordinado de fraude electoral nacional en una elección importante, ya sea por correo o en persona”. Fiel a su estilo imperial, Trump despediría a Wray “cuando gane el segundo mandato”.

Debido a la pandemia se estima que dos de cada tres demócratas votaron por correo, cuyo conteo toma más tiempo en ser cotejado. Los votos presenciales emitidos el día de la elección, en los que se estima que participan más republicanos, son fáciles de contabilizar y son los primeros en difundirse. Es por eso que parte del plan de Trump ha sido instalar la idea de su triunfo, de un fraude en el conteo y apelar a los tribunales para suspender el conteo de votos. Además, se utilizarían las redes sociales para divulgar información falsa.

El segundo componente del operativo fue dificultar el voto anticipado con medidas, que varían según los Estados, pero que pueden resumirse en la presión para impedir el voto por correo, reducir el presupuesto del Servicio Postal de Estados Unidos (USPS), restringir el número de urnas en los estados donde se permite la votación anticipada, así como también el día de la elección, entre otras. Por ejemplo, en Texas, un Estado tradicionalmente republicano, que en las encuestas estaba siendo disputado fuertemente por los demócratas, se estableció que para la votación anticipada solo habría una urna por condado, inclusive en aquellos que superan los dos millones y medio de habitantes.

En un intento por restringir el número de votantes, se apeló a la Corte Suprema para que esta eliminara la prerrogativa histórica del estado de Pennsylvania de permitir el conteo de las papeletas recibidas hasta tres días después del día de elección. A pesar de que seis de sus nueve miembros son allegados a Trump ­—tres de ellos nombrados por él— la Corte rechazó el pedido y mantuvo el plazo de tres días adicionales para el recuento.

Esta decisión encendió la ira del presidente quien la víspera de la elección señaló en un tweet que la decisión de la Corte Suprema sobre el voto en Pennsylvania es MUY peligrosa”. Sin fundamento añadió que “permitirá mucho fraude y socavará todo nuestro sistema de leyes. También provocará violencia en las calles. ¡Algo tiene que hacerse!”. En efecto, imponer el miedo y la violencia es parte del plan. No en vano muchos comercios en las principales ciudades del país han sido cubiertos por placas de maderas, y la Casa Blanca se ha convertido en un bunker rodeado por vallas metálicas.

El triunfo de Biden en la muralla azul

Hasta el miércoles, Biden había triunfado en dos de los tres estados que conforman la “muralla azul” —Wisconsin y Michigan— todos ellos en manos del partido republicano. Faltaba Pennsylvania, donde Trump le llevaba una larga ventaja. Biden no necesitaba ese estado para ganar porque superaba a Trump en Arizona y Nevada, donde si mantenía la tendencia hubiera alcanzado los 270 votos electorales y, con ello, la presidencia. De hecho, los consiguió también, paralelamente a su triunfo en Pennsylvania el día sábado, que aseguró de forma contundente el triunfo del candidato demócrata.

En dicho estado, que otorga 20 delegados, el conteo de los votos emitidos por correo, se inició recién el jueves. La amplia ventaja que Trump tenía al inicio del conteo empezó a disminuir rápidamente, hasta revertirse a favor de su contrincante en 24 horas. Lo mismo ocurría en el estado republicano de Georgia, que otorga 16 delegados. Es entonces cuando el presidente Trump se proclamó nuevamente ganador desde la Casa Blanca y señaló, sin prueba alguna, que los demócratas le estaban robando la elección.

Joe Biden, virtual presidente de Estados Unidos

Las cadenas televisivas privadas (ABC, NBC, CBS, MSNBC y Univisión) así como la televisora pública PBS cortaron la transmisión de su mensaje debido a afirmaciones falsas o sin sustento.  Asimismo, la CNN y algunas redes sociales alertaron sobre la falta de pruebas en las acusaciones realizadas por el presidente.

A pesar de las invocaciones realizadas a los republicanos por los hijos de Trump para apoyar a su padre, la mayoría de sus correligionarios enmudeció. De los que se pronunciaron, solo una minoría lo respaldó, como la gobernadora de Dakota del Sur, Kristi Noem, al afirmar que Trump estaba luchando contra “sistemas electorales manipulados”. La mayoría criticó duramente sus comentarios pues “socavan el proceso político de Estados Unidos y la noción fundamental de que todos los estadounidenses deberían tener su voto contado.”  Inclusive algunos como Adam Kinzinger, un republicano de Illinois, tuiteó que las afirmaciones de fraude del presidente se están “volviendo locas”. En general, coincidieron en señalar que, si el presidente Trump tiene preocupaciones “legítimas” sobre el fraude, debe basarse en pruebas y llevarse a los tribunales. Hasta el senador republicano Marco Rubio, expresó que “tomarse días para contar los votos emitidos legalmente NO es un fraude”.

Impugnar los resultados e incitar la violencia

Donald Trump no está acostumbrado a perder, aunque sí conoce la experiencia. En las elecciones legislativas de 2018, el partido demócrata le arrebató el control de la Cámara de Representantes, cuya presidencia fue asumida por la demócrata Nancy Pelosi, una de las figuras más perturbadoras para el todavía presidente.

Es difícil imaginar que Trump se resigne a ser el cuarto presidente de la historia de ese país en no ser reelecto. Además, lo estarían esperando los tribunales de justicia. Entre otros, Trump deberá enfrentar dos investigaciones llevadas a cabo por el fiscal de Manhattan, Cyrus Vance Jr, sobre asuntos penales derivados de actividades empresariales y financieras presuntamente delictivas, que podrían llevarlo a prisión.

Sus probables reacciones preocupan a muchos gobiernos. La ministra de Defensa de Alemania, Annegret Kramp-Karrenbauer, advirtió que Estados Unidos está enfrentando una “situación muy explosiva”. El anuncio del presidente Trump de impugnar el resultado de las elecciones en los tribunales puede desencadenar “una crisis constitucional en Estados Unidos”.

Un informe publicado días antes de la elección, por el International Crisis Group (ICG), advirtió que “un Estados Unidos amargamente polarizado enfrentará un peligro desconocido» en los próximos días. El ICG enumera varios factores que podrían resultar en violencia. Entre otros, menciona la proliferación de desinformación en línea y discursos de odio, controversias recientes en torno a la justicia racial en Estados Unidos y el aumento de grupos armados. Asimismo, responsabiliza al presidente Donald Trump de la violencia potencial y señala que su «retórica tóxica y su voluntad de cortejar conflictos para promover sus intereses personales no tienen precedentes en la historia moderna de Estados Unidos».

Estados Unidos, una sociedad muy polarizada

A pesar del triunfo de Biden, y el hecho de que Trump enfrenta un camino difícil para lograr que la Corte Suprema intervenga mientras no demuestre pruebas de fraude, el escenario no está del todo despejado. Voceros de la campaña de Trump han señalado que esta elección no ha terminado y que nadie debería esperar una concesión de su parte, a lo que un portavoz de Biden ha respondido que si Biden gana y Trump´se niega a ceder, “el gobierno de Estados Unidos es perfectamente capaz de echar a los intrusos fuera de la Casa Blanca”.

Esta elección ha demostrado que Trump tiene el respaldo de casi la mitad de los estadounidenses y el triunfo de Beiden, se da por un margen relativamente estrecho. Las encuestadoras han fracasado nuevamente, y no se ha producido la marea azul que pronosticaban. En cualquier caso, Joe Biden, con un triunfo legítimo, es la mejor opción para intentar conciliar una sociedad polarizada, reconstruir las organizaciones y acuerdos multilaterales que Trump destruyó a lo largo de su mandato y enfrentar la pandemia del covid-19.

Ariela Ruiz Caro

Ariela Ruiz Caro: Economista por la Universidad Humboldt de Berlín con maestría en procesos de integración económica por la Universidad de Buenos Aires, y consultora internacional en temas de comercio, integración y recursos naturales en la CEPAL, Sistema Económico Latinoamericano (SELA), Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL), entre otros. Ha sido funcionaria de la Comunidad Andina entre 1985 y 1994, asesora de la Comisión de Representantes Permanentes del MERCOSUR entre 2006 y 2008 y Agregada Económica de la Embajada de Perú en Argentina entre 2010 y 2015. Es analista del Programa de las Américas para la región andina/cono sur.

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