Estados Unidos: El fundamentalismo religioso como rasgo del estilo de vida gringo

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La mayoría, si no todos, los fundamentalistas religiosos de Estados Unidos coinciden en algo: unas mismas ideas xenófobas, racistas y anticomunistas, las cuales, por cierto, marcan -indiferentemente de quien esté ocupando la Casa Blanca- la conducta imperialista de sus gobernantes.

Tales ideas impregnan cada aspecto de su sociedad y le da la razón de ser a todas las acciones llevadas a cabo en cada rincón del planeta, todo en nombre de la libertad y la democracia; es decir, de su libertad y de su democracia, las que sostienen la libertad de empresa sin límites, la propiedad privada y, en consecuencia, la hegemonía del capitalismo.

Al considerarse un nuevo pueblo en alianza con el Dios bíblico (al modo del antiguo Israel), Estados Unidos asume para sí la titánica labor de «civilizar» al mundo entero, transmitiéndole e imponiéndole sus valores, valores que tienen su génesis en territorio europeo y son vistos como universales, independientemente de cuál sea la cosmogonía y la cultura que caractericen a los demás pueblos. Esto les permitió a sus pobladores iniciales desestimar cualquier derecho preexistente de los pueblos originarios sobre las tierras por ellos ocupadas desde tiempos inmemoriales, al igual que lo hecho respecto a los hombres y las mujeres que fueran secuestrados en África para esclavizarlos, sin reconocérseles bajo ninguna circunstancia su condición humana, lo que explica en buena parte la permanente actitud racista de la policía estadounidense y, por ende, de las demás instituciones del Estado.

Esto, al margen de la historia transcurrida y de los derechos alcanzados por la población negra y amerindia (a quienes habría que agregar los inmigrantes provenientes de distintas latitudes) es lo más característico del ser estadounidense. Porque hay que entender que lo que en Estados Unidos se pregona como libertad y democracia no son otra cosa que el disfrute del poder y de un cúmulo de privilegios por parte de una clase dominante que, de acuerdo a la lógica calvinista heredada de los denominados padres fundadores, se juzga a si misma siempre bendecida y protegida por la providencia, lo que es evidenciado por el alto éxito económico que le acompaña.

Con esta ideología dominando su existencia, es difícil que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses lleguen a aceptar como algo natural que existan otras culturas y otros dioses tan legítimos y verdaderos como los suyos; cuestión que los empuja a entablar guerras y confrontaciones con aquellos que consideran inferiores culturalmente y cuyas religiones no son más que productos de Satanás, el eterno oponente de su dios al cual deben ayudar a derrotar, en un escenario apocalíptico, impidiendo a sus seguidores cualquier posibilidad de divulgar y consolidar sus creencias.

Con tal convicción, etiquetan de comunistas a sus «enemigos», siendo éstos parte de lo que el presidente Ronald Reagan catalogó de eje del mal, correspondiéndole al país del norte la defensa del bien, sin importar los métodos empleados para lograrlo ni el saldo de muertes que esto causare en vista que sólo a Dios le compete juzgarlo, otorgándoles a sus ciudadanos el Paraíso como morada definitiva. Este plan «sagrado» ha dado por resultado la conformación de un imperio amplio que se extiende a todos los continentes, subyugando diversidad de naciones mediante el poder militar y el poder económico (sin obviar su influencia ideológica a través de la industria cinematográfica y del entretenimiento) y que, en el presente siglo, les empuja a mantener una peligrosa confrontación con Rusia y China al verse desplazado en su condición de potencia unipolar.

Estados Unidos es manifestación innegable de una estructura de clases en la que una minoría corporativa, basándose en su insaciable poder económico, impone sus intereses a una mayoría excluida, lo que deja ver una sociedad donde imperan la injusticia social y la discriminación racial y no precisamente una democracia real, al modo como se le presenta al mundo. Luego de tanto tiempo y del paréntesis retrógrado que significó la presidencia de Donald Trump, a Estados Unidos se le augura un mayor resquebrajamiento de sus estructuras internas, lo que, sin duda, tendrá sus repercusiones en el ámbito externo, debilitando el fundamentalismo religioso con que fuera arropado su nacimiento como república hace más de doscientos años.

Homar Garcés

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