Estados Unidos: El gurú de los golpes de Estado

Los antecedentes de intervenciones militares estadounidenses en América Latina son amplísimos, a lo largo de los cuales han ido “perfeccionando” su técnica, hasta maquillarla con razones humanitarias como justificación de una intromisión dentro de las estructuras de un Estado.

Adalides de la “democracia” se presentaron en Libia, lo intentaron en Siria y ahora persiguen entrar en Venezuela. Curiosa fijación demócrata mira al subsuelo petrolero para buscar represión, falta de libertades y cualquier tipo de titular que pudiera acaparar portadas y noticieros, asfaltando el camino para un “golpe maestro” que les proporcione vía libre para introducir sus zarpas en la economía y política del Estado que fagocitan.

Venezuela está siendo sin lugar a dudas, el escenario en el que actualmente se está focalizando toda la fuerza de la maquinaria propagandística estadounidense, buscando legitimar a una oposición venezolana con la cual crear un “Estado satélite”. Tan descarada es la pugna por los recursos naturales de Venezuela que Estados Unidos incluso ha mantenido conversaciones con las empresas que se encargarán de gestionar el petróleo del país, como anunciara abiertamente John Bolton. Gobiernos europeos y regionales siguen la melodía del Flautista de Hamelin, y hacen los coros de todo lo que suscriba la administración de Trump.

Estados Unidos, a pesar de tener una amplia historia de fracasos, tiene también un amplio repertorio de “ensayos” en distintos Estados en donde, con mayor o menor suerte, intenta implantar su modelo de sumisión. Hay dos momentos clave que vale la pena mencionar para contextualizar el ataque que actualmente se está proyectando sobre Venezuela. Paradójicamente, es una contextualización que no pasa directamente por Venezuela, sino por los precedentes que en la región se han ido fraguando con el fin de entender la autoproclamación de Juan Guaidó no de forma aislada sino en relación con desenlaces previos, de carácter muy desafortunado. Para ello es preciso tornar la vista a Honduras en 2009 y Paraguay en 2012.

En el año 2009, en Honduras, se produce un golpe de Estado contra Manuel Zelaya. La situación de “inestabilidad” política se fue fraguando paulatinamente alentada por los medios de comunicación, hasta que finalmente el 28 de junio se depuso a Manuel Zelaya, dejando de ser noticia las condiciones de violación de derechos humanos y la inseguridad. Por arte de magia parece no ocupar ya más portadas, sin importar que los informes de Naciones Unidas lo catalogue como uno de los países más violentos del mundo, tienen que ocurrir acontecimientos como los de la caravana migrante para que vuelva a ponerse la vista en un país que arrastra grandes problemas estructurales.

En el año 2012, en Paraguay, se produce un golpe de Estado contra Fernando Lugo, ya con toda la parafernalia de procesos de judicialización, en donde a la prensa convertida en papel caché le importaban más los hijos que pudieran salirle a Fernando Lugo, que la propuesta política que se avecinaba.

Ambos procesos parecen inconexos, distantes, pero en la partida de ajedrez global constituyeron movimientos clave para llegar a un escenario regional en el que EEUU se encuentra mucho más cómodo que hace una década. No es baladí, que en Honduras en la actualidad gobierne Juan Orlando Hernández del Partido Nacional de Honduras, de derecha, y en Paraguay nada menos que Mario Abdo Benítez, el hijo del secretario privado de Alfredo Stroessner, dictador apoyado por Estados Unidos, quien mandaba a la Escuela de las Américas a sus militares para convertirlos en expertos torturadores.

Estas situaciones fueron primeros espacios en donde lamentablemente los procesos que se habían tratado de desarrollar, muy distintos a los de Venezuela por supuesto, pero sí de carácter más autóctono mirando a las necesidades sociales de la población de estos países, se vieron paralizados. Las circunstancias concretas fueron distintas y los apoyos internacionales muy diferentes, pero esos cambios de gobierno, esas intervenciones soslayadas les permitieron ir ganando fuerza regional, que se veía acrecentada con el resto de cambios regionales que llevaban al gobierno paulatinamente a personajes cada vez más derechistas, y por supuesto cada vez más cercanos a Washington.

Este halcón que sobrevuela el globo está recién llegado de Siria, un sitio donde no ha podido cumplir con sus objetivos de dominación. Está sediento en sentido metafórico, pero también en sentido práctico, puesto que necesita colocar sus tropas en algún sitio.

Hace ya más de una década, América Latina comenzó a levantarse, con una nueva estampa que brillaba de esperanza unitaria, y no lo hizo para acomodarse las rodillas y seguir serviles a Estados Unidos y oligarquías locales, como parecen mostrar los actuales gobiernos de Argentina o Brasil, sino que se levantó para caminar, y en ese caminar es en el que todo internacionalista ha de sentirse interpelado, a defender las causas justas de los pueblos.

Ivana Belén Ruiz Estramil

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