Estados Unidos: La violencia interior ¿explica la exterior?
En lo que va del año, en Estados Unidos han ocurrido 565 tiroteos mortíferos: en el último, Robert Card, un hombre blanco de 40 años, instructor de tiro y parte de las reservas militares, asesinó al menos a 18 personas en una sala de boliche y un restaurante del norteño estado de Maine. Para tranquilidad del gobierno, Card fue encontrado muerto por un disparo “autoinflingido”: ya no es amenaza para nadie.
El ataque de Cast conmocionó de manera particular a los pobladores de un estado con una población tranquila y mayormente rural, fronteriza con Canadá. Ante la masacre, el presidente Joe Biden expresó que demasiados estadounidenses han sufrido la muerte o lesiones de un familiar como consecuencia de la violencia armada: “eso no es normal y no podemos aceptarlo”, dijo, sin definir qué significa “normal” para él.
La crítica presidencial se produce en medio de una profunda esquizofrenia en torno a las causas del American way of killing, esa peculiar forma de violencia aleatoria que no tiene paralelo en ningún otro rincón del mundo y que somete a los estadounidenses a unas tasas de muerte inexistentes en el resto de las naciones ricas.
Hacia adentro, la estadounidense es una sociedad altamente armada y con gran capacidad de aniquilación. Hacia afuera, su política es exportar armas, asistir a militarmente a otros países y participar en múltiples frentes y matanzas aún cuando no se haya declarado formalmente la guerra. Esta belicosidad aumentó en forma exponencial debido a un clima electoral cargado de racismo.
La relación de Estados Unidos con la posesión de armas es única, y su cultura armamentística es un caso atípico en el mundo. Es la única nación del mundo donde hay más armas que civiles: hay 120 armas de fuego por cada 100 estadounidenses, según la organización suiza Small Arms Survey (SAS), que estima que los estadounidenses poseen 393 millones de los 857 millones de armas civiles disponibles, lo que supone alrededor del 46% del arsenal civil mundial.
Alrededor del 44% de los adultos estadounidenses viven en un hogar con un arma, y aproximadamente un tercio posee una personalmente, según una encuesta de Gallup de octubre de 2020. Estados Unidos es uno de los tres únicos países del mundo en los que la portación (o tenencia) de armas es derecho constitucional. La tasa de posesión en los otros dos países, Guatemala y México, es casi una décima parte de la de EEUU.
Para Clara Ibarra -de Democracy Now-, los continuos hechos de violencia son reflejo de la agresividad estadounidense pero además son una reacción a la desigualdad económica, política y estructural que vive una comunidad históricamente discriminada como la negra.
“Las estadísticas indican no sólo que los negros son la mayor población carcelaria en el país sino que son también las principales víctimas de los asesinatos policiales a quemarropa y son los más hostigados y controlados por los agentes de tránsito.”, señala.
Como si no fuera corresponsable de esta matanza, Biden calificó como absurdos y carentes de sentido los tiroteos masivos que se replican a un ritmo de casi dos diarios.Pero tiene la habilidad de soslayar el origen del desenfreno armamentista de los estadounidenses, que no es nada nuevo y se remonta a las bases en que está fundada esa nación y al papel triste que brinda el Estado.
Estados Unidos se dirige a una temporada electoral sin precedentes, donde el presidente Biden, quien espera ser reelecto, tiene bajos índices de aprobación y enfrenta a dudas sobre si su avanzada edad le permitiría enfrentar a un posible candidato republicano que podría ser un delincuente acusado el día de las elecciones.
El favorito republicano Donald Trump se apresuró a explotar la crisis para su beneficio político, acusando al presidente Joe Biden de provocar el conflicto por «debilidad». «Joe Biden traicionó a Israel, traicionó a nuestro país. Como presidente, volveré a estar al lado de Israel», dijo Trump.
Exterminio interno y externo
Los panegiristas de la “democracia” estadounidense olvidan que el país se erigió sobre el exterminio deliberado de la población nativa, uno de los mayores genocidios de la historia, y el confinamiento de los escasos supervivientes en campos de concentración llamados “reservas” .
Estados Unidos es también el mayor iniciador de guerras en el último siglo, que mantiene un gasto bélico que excede al de los siguientes 10 países combinados y posee bases militares alrededor de todo el planeta pasando por encima de la soberanía de los países. Ha hecho de la violencia su reacción automática y su recurso primordial ante cualquier problemática.
Los ejemplos pueden abarcar desde sus incontables incursiones en América Latina hasta las invasiones de Afganistán e Irak; su incitación activa hasta hoy al conflicto en Ucrania que incluye la provisión de armas cada día más mortíferas a Kiev. Y ahorita no más, el envío de dos grupos de ataque de portaviones a Israel para ayuda en el genocidio de los palestinos, insistiendo en poner los misiles por delante de las palabras.
Naciones Unidas advirtió que la catastrófica escasez de alimentos, agua y medicamentos en la Franja de Gaza provocará más muertes de palestinos al tiempo que Israel continúa bombardeando el estrecho ocupado por vigésimo segundo día consecutivo. Y dejó en claro que el asedio de Israel constituye un “castigo colectivo” a más de dos millones de personas, la mayoría mujeres, niños y niñas.
El Ministerio de Salud de Gaza publicó los nombres de casi 7.000 palestinos muertos en los ataques israelíes, entre ellos 2.665 niños y niñas. El ministerio hizo públicos los nombres de las víctimas después de que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pusiera este miércoles en duda el número oficial de muertes en Gaza.
“No sé si los palestinos dicen la verdad acerca de cuántas personas han muerto. Sí estoy seguro de que han muerto inocentes, y ese es el precio de librar una guerra”, dijo Biden.
Omar Shakir, de Human Rights Watch, señaló que “esto crea una ‘niebla de guerra’, una niebla de desinformación, que puede proporcionar una protección política para que se cometan más atrocidades a gran escala. El debate debe enfocarse en cómo los líderes mundiales pueden prevenir que se cometan nuevas atrocidades masivas y no en discutir si las cifras que, en general, han demostrado ser precisas”.
El despliegue de los portaviones en Medio Oriente deja en claro las prioridades y el pensamiento del mandatario: cada uno de estos buques, cuyo costo es de unos 14 mil millones de dólares y requiere un mantenimiento por seis millones de dólares diarios, es escoltado por un crucero de misiles, dos buques portahelicópteros, dos destructores o tres fragatas, un número indeterminado de submarinos nucleares y otros navíos de apoyo, como buques cisterna.
Toda esta tecnología mortal fue enviado por Biden para contener a milicianos que combaten con proyectiles artesanales, antes de siquiera entablar negociaciones para poner a salvo a los rehenes o de intentar la vía diplomática. Por eso es imposible imaginar que el presidente se sorprenda cuando un ciudadano echa mano de las armas para arreglar cualquier desavenencia o, simplemente, cualquier malestar emocional.
Biden instó a los legisladores del Partido Republicano a trabajar en la aprobación de un proyecto de ley que prohíba las armas de asalto y los cargadores de gran capacidad, para promulgar controles universales de antecedentes, para exigir el almacenamiento seguro de las armas y para poner fin a la inmunidad de responsabilidad de los fabricantes de armas.
Son los representantes republicanos y también los demócratas quienes bloquean de manera sistemática todo intento de introducir normas con un mínimo de sensatez en torno a la venta, posesión y portación de dispositivos de alto poder que no tienen ninguna razón plausible para encontrarse en manos de civiles.
Beverly Fanon-Clay
Beverly Fanon-Clay: Socióloga estadounidense, profesora universitaria, colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la). Traducción de Maxime Doucrot.
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