Estados Unidos: ¿Quién paga la cuenta por el desastre?

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Mucho más que una simple crisis coyuntural, el sistema capitalista se está confrontado a fallas de fondo que dicen relación con las contradicciones que se generan en su fase imperialista monopólica. La pandemia del COVID-19 ha mostrado como nunca antes las costuras de la estructura de dominación mundial en las que los ciudadanos son simples espectadores que asisten al drama de su propio sacrificio en pro del sostenimiento del capital.

Ante esto, los grandes centros del poder de Occidente se han abocado a la búsqueda de antídotos que permitan el tratamiento del mal no solo en lo inmediato de la crisis, sino sobre todo preocupándose de actuar hacia lo profundidad del sistema.

Pero como no se puede curar el cáncer con aspirina, se está recurriendo a terapias de shock para exterminar a quien consideran un virus maligno que ha penetrado en sus entrañas para desestabilizarlo.

Así, alejados de las potencias, varios de los países que se han esgrimido como modelo en la implementación de sistemas neoliberales de democracia representativa autoritaria y violenta, se desmoronan bajo el impulso de pueblos que acusan el cansancio ante una exclusión que los coloca en niveles infrahumanos de subsistencia. Son los casos de Yemen, Chile, Colombia y Palestina por solo citar algunos donde la crisis se torna más dramática.

En los propios centros del poder mundial, los gobiernos se apresuran a tomar medidas que manifiestan la desesperación ante la necesidad de salvarse. En el discurso del presidente Joe Biden ante el Congreso al cumplirse cien días de su asunción a la más alta magistratura del país, se puso de manifiesto la necesidad de incrementar la inversión social “a tono con las más ortodoxas tradiciones del liberalismo demócrata” según el analista cubano Jesús Arboleya. Al anunciar algunas medidas en este sentido, Biden pretendía dar respuesta a sectores cercanos a Bernie Sanders que tras la defección del senador, se vieron compelidos a apoyar al ex vicepresidente ubicado políticamente en las antípodas dentro de su partido.

Según Arboleya, el problema que emana de estas propuestas viene dado por la capacidad de concretarlas. Las medidas que se inscriben dentro de una típica orientación keynesiana, refieren a lo que cada vez más analistas advierten en cuanto al interés de Biden por parecerse a su homólogo Franklin D. Roosevelt. Pero tal hecho recuerda que Roosevelt tuvo que responder de esa manera para enfrentar la que hasta ahora era considerada la mayor crisis en la historia de Estados Unidos: la ocurrida entre los años 1929 y 1933. Esta situación da cuenta del tamaño de la crisis actual que atraviesa la potencia del norte.

Entre las medidas tomadas más recientemente que están incluidas en un paquete que asciende a 1.8 billones de dólares, destacan –según Arboleya- “…planes multimillonarios de alivio a los efectos económicos de la pandemia y grandes inversiones estatales en la infraestructura civil, […] miles de millones de dólares para garantizar el acceso gratuito a universidades comunitarias, el cuidado infantil y mejoras en el sistema de salud, lo que se ha denominado como el Plan de la Familia Americana, a lo que se sumó la convocatoria a enfrentar problemas sociales relacionados con la equidad social, el racismo sistémico, los derechos de las mujeres, la protección del voto universal, el control de las armas, el cuidado del medio ambiente y un mejor trato a los inmigrantes”.

Este nuevo plan, se suma a uno anterior por 2 billones de dólares dedicados a infraestructuras, el cual se agrega  a los 4,3 billones de dólares que se han destinado a acciones legislativas desglosados (3,8 billones) y administrativas (0,5) de los 6,8 billones comprometidos y a los 2,9 billones (de los 6 comprometidos) de la Reserva Federal, todo lo cual  -de todas maneras- resulta insuficiente si se considera que el costo total de la pandemia en Estados Unidos es de 16 billones de dólares  según lo señala Juan Torres López,  economista español, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, citando  a David M. Cutler y Lawrence H. Summers (The Covid-19 Pandemic and the $16 Trillion Virus).

El problema del problema es, entonces, buscar los recursos para hacer realidad estas propuestas. En este sentido la administración Biden puede recurrir a la emisión inorgánica de dinero. Más que más, ellos son los dueños de la maquinita que los fabrica y no tendrán inconvenientes en hacerlo, cargando de esa manera la salvación de Estados Unidos a todo el planeta. A esto se va a sumar otra opción encaminada a elevar los impuestos a los sectores más altos de la sociedad, los dueños del capital y las grandes empresas, lo cual podría contrariar a los millonarios y generar conflictos.

Pero, ¡oh sorpresa! Aunque se trata de aumentar los impuestos a los ricos del 20 al 40% no se ha conocido la menor oposición de su parte. Se dan cuenta que es eso o iniciar el tránsito por la ruta del infierno toda vez que no es posible sostener un país que se precia de ser la mayor potencia mundial con un ingreso mínimo de 8 dólares por hora de trabajo.

Por otro lado, en un escrito de Luis Casado ya citado en artículos anteriores, este analista chileno nos recuerda que Estados Unidos llegó a tener impuestos del 90% cuando disfrutaron de sus más altos niveles de crecimiento. Citando a “The History of Taxation in the USA”, Casado refiere que: “Para los años fiscales de 1944 a 1951, la tasa marginal máxima para el impuesto a la renta individual fue de 91%, subiendo al 92% para los años 1952 y 1953, y regresando al 91% para los impuestos de los años 1954 a 1963. Para el año fiscal 1964 la tasa marginal más alta para el impuesto a la renta fue reducida a un 77%, y luego al 70% para los años fiscales de 1965 a 1981”.

También nos dice que últimos 6 presidentes en los 40 años transcurridos desde 1981 dieron continuidad a la disminución de la carga impositiva a los millonarios llevándola al 20%. He ahí la razón, por la que -visto en perspectiva histórica- este “aumento” del 20%, en realidad significa una reducción de un 50%, todavía altamente ventajosa para incrementar ganancias. Los hechos recientes, sobre todo desde el inicio de la pandemia, así lo demuestran.

Alguien podría decir que Biden se volvió “socialista” tomando medidas típicas de los gobiernos de esa orientación que asumen la prédica de la una alta intervención del Estado en la gestión de la economía. Sin embargo, en el fondo, esta realidad es manifestación clara de la dimensión de las dificultades que aquejan al sistema, sin que ni siquiera los grandes capitalistas manifiesten preocupación por el “decrecimiento” de sus niveles de ganancia si son obligados por ley a asumir un mayor protagonismo para solventar los costos de la crisis.

Sergio Rodríguez Gelfenstein

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