Estados Unidos y México: ¿Nueva vía para un trato igualitario?
El crítico más talentoso desde el interior de la Cuarta Transformación de la política migratoria del presidente Andrés Manuel y de buena parte de la acción legislativa de Morena en la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, estima que AMLO “se volvió a poner la banda presidencial como jefe de Estado” con los encuentros que sostuvo miércoles 8 con Donald Trump. También calificó la gira de trabajo de “histórica”, es una “proeza diplomática”, la cual “abre una nueva vía para un trato igualitario” entre Estados Unidos y México.
El expresidente de la Mesa Directiva de San Lázaro avaló que el tema migratorio no figurara como eje central de la conversación, lo que todavía critican organizaciones de mexicanos en Estados Unidos, incluso legisladores demócratas de origen mexicano, porque “la política migratoria no debe tratarse con discursos, sino en la vía bilateral”. Cierto que partir de la no reelección de Muñoz Ledo en el cargo porque le correspondía a Acción Nacional, agudizó su visión crítica sobre el trabajo de sus compañeros de bancada.
Matices aparte, el hecho es que pocas veces a la luz de lo sucedido en la Casa Blanca, incluida la suscripción del comunicado conjunto, los críticos fueron capaces de corregir con sus apuestas harto pesimistas hasta el punto de oponerse a la visita porque, aducían, Donald John la utilizará en su brega por un nuevo mandato, tesis que a mi juicio sobrestima en exceso la fuerza y el liderazgo moral de López Obrador entre los 38 millones de mexicanos que viven en la Unión Americana, en particular entre los que podrán votar el primer martes de noviembre.
Por ello es certero el resumen de la visita formulado por Obrador: “Fallaron los pronósticos, no nos peleamos, somos amigos y vamos a seguir siendo amigos”. Y su anfitrión coincidió al afirmar que “tanto en México como en Estados Unidos han aprendido a no apostar en contra de nosotros”.
Naturalmente que el vocablo tiene interpretaciones, la mía es exagerada: Me sobran dedos de las manos para contarlos, pero no niego a nadie que me brinda su amistad. Y el lugar común que no por ello carece de veracidad, dice: Estados Unidos tiene intereses, no amigos.
El hecho es que para los intelectuales orgánicos que subestiman las lecturas globales del tabasqueño, escucharon interpretaciones y cotejos de la historia bilateral que no caben en sus cabezas, acostumbrados como están a ver al imperio del norte de abajo hacia arriba, como Leo Zuckermann quien justificó la usencia de referencias internacionales en el VI Informe de Gobierno de Enrique Peña con: “La verdad es que para México el mundo es Estados Unidos” (sic neocolonial).
Me refiero a que “hay agravios” que no se olvidan. A la relación sostenida por los presidentes Benito Juárez y Abraham Lincoln, así como el caso del general Lázaro Cárdenas y Franklin D. Roosevelt, e incluyó una mención sobre el respeto del estadunidense a la decisión de nacionalizar el sector petrolero (tema que otra vez está en la mesa por la reapertura del sector a la inversión extranjera). Y el extraordinario remate nunca escuchado en la Casa Blanca: “Lo que más aprecio es que usted nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía. En vez de la Doctrina Monroe, usted ha seguido el consejo de George Washington, quien advertía que las naciones no deben aprovecharse del infortunio de otros pueblos. Usted no ha pretendido tratarnos como colonia sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente”.
Palabras y discursos que serán sometidos a la severa prueba del presente y el futuro inmediato de una relación bilateral impar en la aldea global, sumamente asimétrica y compleja, alimentada por una dinámica económica y social harto estrecha, en la que profundos lazos culturales y familiares se mezclan y contradicen con un largo historial de agravios, así como con una política injerencista inaceptable.
Eduardo Ibarra Aguirre
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