Eurasia: Pivote de una nueva geopolítica

Difícilmente sea secreto para alguien que la segunda economía mundial, China, elemento principal de despegue del desarrollo planetario, se ha trocado también en actor geopolítico inapelable. No en vano Occidente se desgañita tildándola de imperio cuando repara en las abultadas cifras de sus inversiones en lugares disímiles, tales África, América Latina, los Balcanes…, y los círculos de poder arremeten, en nefando intento de desacreditarla y coartarla, contra la modernización del Ejército Popular de Liberación, que a fin de cuentas vendría a constituir la reafirmación, defensiva, de una posición labrada en más de 30 años de exitosas reformas.

Empero, en el rejuego de factores emergentes, de aguda forma constatado en 2017, el “dragón” no representa una golondrina sola en grima. Más allá de una cohorte de pujantes países, miembros de organizaciones regionales como la Asean –y qué decir del Brics-, si algo sobresale en el ámbito y se proyecta en el mapamundi es el triángulo estratégico configurado por Beijing, Moscú y Teherán. Harto sintomático, porque según el experto norteamericano F. William Engdahl, en artículo aparecido en Journal-Neo y Rebelión, Donald Trump ha hecho lo imposible por alejarse de Irán y China y ha andado en pos de un relajamiento del enfrentamiento con Rusia, con el fin de evitar una guerra en dos frentes, hoy imposible para el Tío Sam.

La dorada figura geométrica de Eurasia no se da por aludida ante los reclamos de la Oficina Oval, y la dinámica de una cooperación más estrecha está adquiriendo imponentes aires. ¿Un ejemplo? Engdahl lo tiene a mano. “El 15 y 16 de noviembre en Teherán, durante el encuentro de alto nivel entre el ministro chino de Defensa, general Chang Wanquan, y el presidente iraní, Hassan Ruhani, y el ministro de Defensa Hossein Dehghan, los dos principales países euroasiáticos han firmado un acuerdo para mejorar su cooperación militar. El acuerdo prevé la intensificación de la formación militar bilateral y una cooperación más estrecha respecto a lo que Irán considera cuestiones de seguridad regional, con el terrorismo y Siria a la cabeza de la lista. El Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas iraníes, general Mohammad Hossein Baqeri, ha dicho que Irán está dispuesto a compartir con China su experiencia en la lucha contra los grupos terroristas en Irak y en Siria. Dehghan ha añadido que ese acuerdo representa una ´mejora en la cooperación militar y de defensa a largo plazo con China´”.

En esos días Beijing se comprometió directamente con Teherán, en unión con Moscú, y a demanda del gobierno del presidente Bashar al-Assad, en la batalla sin respiro contra el Califato Islámico y otros grupos fundamentalistas, incluyendo el Frente Al-Qaeda/Al Nusra y sus numerosos asociados. A todas estas, la Federación Rusa revelaba a RIA-Novosti las conversaciones sostenidas con el objetivo de una venta a la nación persa de alrededor de 10 000 millones de dólares en tanques T-90, sistemas de artillería y helicópteros, entre otros artilugios.

Siguiendo la lógica expositiva de la fuente citada, el ahondamiento de los vínculos castrenses entre los tres puntos podría comportar enormes consecuencias no solo para la estabilización de la situación en Siria, Irak y el Oriente Medio todo –por cierto, zona soliviantada por la decisión trumpiana de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, y el consiguiente traslado de la embajada gringa de Tel Aviv a la disputada ciudad-. “También [se] dará […] un impulso a las relaciones económicas emergentes entre las tres grandes potencias del Corazón de Eurasia”, acto sumamente importante, tomada en cuenta la significación del petróleo y del gas del área.

Como si no bastara, desde 2013 opera la iniciativa del mandatario Xi Jinping de atravesar “el conjunto de Eurasia e incluso del sur de Asia” por “Un cinturón, una carretera”. “Rusia ha acordado oficialmente colaborar con China en este vasto proyecto de infraestructuras por valor de muchos miles de millones de dólares, para enlazar los mercados emergentes de Asia central a Irán, y potencialmente a Turquía, gracias a una red de trenes de alta velocidad e infraestructuras portuarias conectadas que, de aquí a finales de esta década, comenzarán a transformar el valor económico de toda Eurasia”.

Rusia, Irán, Siria

Desde la recuperación de la ciudad de Alepo por el gobierno legítimo, apoyado por Moscú, se preveía la debacle del terrorismo en la nación de las reverberantes dunas. Como afirma Augusto Zamora R, en la digital Rebelión, con la irrupción, en septiembre de 2015, de las proverbiales fuerzas aeroespaciales, Damasco no cesó de recuperar territorios y quebrantar a los opositores, respaldados por EE.UU., Occidente y algunas satrapías árabes. El asunto es que el Kremlin no se ha mostrado dispuesto a perder al solitario aliado con costas en el mar Mediterráneo que le quedaba. “Tampoco iba a vacilar Irán por razones no menos poderosas, como ser el gobierno sirio, además de su único socio chiíta sin influencia de Washington, el único que limita con Líbano, sede del más potente movimiento armado chiita, como es Hezbolá. Rusia e Irán, en fin, compartían la voluntad de defender sus intereses contra la política de expansión de la OTAN, dirigida a expulsar a estos dos países de Oriente Próximo y a privarles de prácticamente toda influencia en esta región”.

No olvidemos que, nos recuerda Zamora, el bloque belicista trató, en 2013, de derribar a Bashar al-Asad, como había hecho en 2011 con Gadafi, en Libia, disfrazando su política imperialista de defensa de la población. “Si Rusia hubiera seguido gobernada por el alcohólico Yeltsin y no por Vladimir Putin, lo habrían conseguido, y, con ello, habrían expulsado a Rusia -puede que para siempre- del mar Mediterráneo. Putin entendió el desafío y plantó cara con una firmeza tal que dejó pasmada a la OTAN. En 2013 quedó establecido el estado de guerra entre Rusia, Irán y China, por una parte, y la Alianza Atlántica por otra, guerra subterránea, sórdida, pero no menos implacable. Hasta septiembre de 2015, la OTAN fue ganando esa guerra, merced al flujo incesante de armas que llegaban a ‘rebeldes’ y yijadistas islámicos desde territorio turco, procedentes de EE.UU., Israel, Qatar y Arabia Saudita. Pero ese septiembre de 2015 Putin decidió intervenir con sus fuerzas aeroespaciales, decisión que dio un vuelco inesperado y determinante al conflicto. Como antes en Georgia, Crimea y Donbás, Putin intervenía para ganar y ganar sin ningún género de duda”.

Pieza inestimable en el conflicto la constituía (la constituye) Irán, urgido de impedir que el eje Teherán-Bagdad-Damasco-Hezbolá resultara dinamitado en el territorio de Siria, único de los asociados con fronteras con Israel, y el Líbano, refugio de la organización más temible para los sionistas. “Sin control amigo sobre Siria, las posibilidades de Irán de respaldar a Hezbolá se reducirían casi a cero, como demuestra la dificultad de apoyar militarmente a los rebeldes hutíes en Yemen, que combaten contra Arabia Saudita. También perdería Irán toda posibilidad de construir –cuando haya paz total- el soñado gasoducto, que lleve hasta el Mediterráneo el gas iraní”.

Por su parte, recalquemos, aunque se ha esforzado en mantener un perfil bajo, casi invisible, Beijing se prodiga en enviar armas, instructores militares, y establecer causa común con Moscú en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Su interés deviene claro, “pues Siria constituye la salida natural al mare nostrum de los países de Oriente Medio, Asia Central y, por supuesto, de la propia China”. Ese elemento principal de despegue del desarrollo planetario, y actor inapelable de la geopolítica mundial, uno de cuyos pivotes pasa… por allí mismo: por Eurasia.

Eduardo Montes de Oca

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