Farsa y tragedia en Estados Unidos

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Hace un año escribimos un ensayo Golpe de estado de Estados Unidos que analizaba los dramáticos eventos del 6 de enero y la toma del Capitolio en Washington por los seguidores del entonces presidente Donald Trump. Un año después, consideramos lo que ha cambiado tras la elección de Joe Biden y qué se anticipa en Estados Unidos durante 2022.

Aunque nos gustaría ser más optimistas, la situación que se avecina no nos lo permite. Ante un golpe hollywoodesco, que cobró vidas, Estados Unidos vive entre una farsa y una tragedia. Al concluir un año, el icónico Chamán Q Anon está preso (sin sus cuernos) y los manifestantes y paramilitares derechistas que ondeaban banderas de los estados confederados se han dispersado. En la Cámara de Representantes un comité investiga los eventos del 6 de enero, pero tras un año no ha fijado culpabilidad. El procurador del país recién ordenó el arresto de 11 personas asociadas con los grupos paramilitares, acusándolas de sedición.

Hoy un presidente del Partido Demócrata ocupa la Casa Blanca y su partido supuestamente controla el Congreso y el Senado, pero la agenda liberal que Biden propuso se ha paralizado. En el país que por décadas se proyectaba como el modelo democrático para el mundo, hoy su llamada democracia enfrenta graves retos. Biden se ha distinguido por su debilidad. Su administración ha sido incapaz de movilizar a su propio partido o aliarse con sectores populares para impulsar su agenda. Por tanto, la agenda progresista que prometió Biden, incluyendo una reforma migratoria que beneficiaría a millones de personas, ha quedado estancada. Si las encuestas son creíbles, lo más probable es que los republicanos ganen control de la cámara baja de Congreso en las elecciones de noviembre 2022 y de nuevo habrá un gobierno dividido en Estados Unidos. Ese resultado le abre la puerta a Trump, quien podría regresar como presidente en las elecciones de 2024. Mientras entre los demócratas predomina la recriminación, la derecha, incluyendo los paramilitares, se movilizan y cobran fuerza política.

Biden es fiel creyente el culto del consenso, el famoso bipartidismo entre republicanos y demócratas que imperó durante la guerra fría. Biden y algunos demócratas no reconocen que Estados Unidos ha cambiado, el bipartidismo ha muerto, si es que existió. El país está fracturado, incluyendo divisiones de clase, raciales, étnicas, regionales, religiosas y culturales; 74 por ciento de los republicanos aún insisten en que Biden es un presidente ilegítimo y que Trump ganó las elecciones. En los estados que controlan, los gobiernos republicanos han desmantelado el proceso electoral tratando de reducir el impacto del voto obrero, latino y afrodescendiente. Un sondeo reciente señala que el porcentaje de personas dispuestas a recurrir a la violencia para lograr sus objetivos políticos ha aumentado significativamente. Históricamente, estas fisuras sociales han sido manipulados por líderes de los ambos partidos políticos, pero el contexto en que operan ha cambiado.

La crisis que enfrenta la democracia en Estados Unidos no es problema de personalidades, más bien es una condición sistémica. En Estados Unidos no existe el voto directo para presidente, más bien prevalece un colegio electoral creado por hacendados esclavistas en el siglo XVIII. Esto implica que los cambios en el control del Congreso y la presidencia dependen de un pequeño grupo de votantes en algunos distritos y estados claves.

Por tanto, aun cuando Biden ganó el voto popular por más de 7 millones, si hubieran participado 43 mil votantes más en sólo tres estados (Arizona, Georgia y Wisconsin), Trump sería el presidente. El sistema de poder en el Senado es antidemocrático y en la practica se utiliza para vetar los derechos de la gran mayoría. Senadores de estados relativamente pequeños, como Joe Manchin (Virginia del Oeste) y Kyrsten Sinema (Arizona) se niegan apoyar una agenda social, destacan los límites de la democracia en Estados Unidos.

Trump manipuló el descontento social, producto del neoliberalismo, que había empeorado la vida de millones de personas, para ganar la presidencia. Como en otras partes del mundo, la globalización sólo enriqueció a una élite. Biden y sus asesores entendieron esa realidad, planteándose como un candidato progresista que gano el voto popular, aun cuando no de forma aplastante. Asumiendo la presidencia, propuso legislación que rompió con algunos de los esquemas existentes entre algunos sectores demócratas, incluyendo un plan de rescate económico de 1.9 trillones de dólares, y un proyecto de infraestructura de un trillón de dólares. Su agenda social no se ha materializado.

Al principio Biden priorizó la pandemia y se aumentó el número de vacunados. El ómicron evidenció que el gobierno no tenía plan ante la nueva variante. Biden también menospreció la inflación que aumentaba paulatinamente mientras los salarios permanecían congelados. El descontento social se ha hecho palpable especialmente entre sectores obreros. Esto ocurre cuando la Reserva Federal ha indicado que planea aumentar la tasa de interés varias veces durante lo que será un año electoral. Si los demócratas no logran algún éxito en los próximos meses perderán la cámara baja del Congreso y el Senado.

Biden ha cumplido un año en la presidencia, pero el impacto del 6 de enero sigue palpable. Si en 2024 Trump perdiera la elección presidencial es probable que no acepte los resultados como lo hizo en el 2021. De nuevo movilizaría a su base. La ultraderecha que participó en la insurrección de 2021 ha crecido en poder, y hoy controla gran parte del Partido Republicano. Lo que sucede en Estados Unidos hace repensar la famosa expresión de Carlos Marx, los grandes hechos de la historia aparecen dos veces, una vez como farsa y la otra como tragedia.

Miguel Tinker Salas

Victor Silverman

Miguel Tinker Salas: Departamento de Historia, Pomona College.

Victor Silverman: Fulbright/García ­Robles Cátedra de Estudios de EU, ITAM.

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