Francia, la revolución pendiente
Que Francia haya sido siempre el indiscutible motor hacia todo tipo de cambios progresistas en Europa es un hecho que ningún historiador, ni siquiera los más reaccionarios, se atreven poner en duda. Lo que ahora está ocurriendo en nuestro vecino país galo es algo que su insidioso presidente, Manuel Macron, ha puesto en marcha intentando frenar el rumbo de la historia.
La clase obrera francesa, con un admirable historial revolucionario a sus espaldas, nunca se someterá a las vergonzosas condiciones laborales a que quieren condenarla. En la revuelta generalizada que Francia vive en estos críticos momentos, se están dando cita unas condiciones sociales, económicas y estructurales que hasta ahora no se habían producido y que tienen muchas posibilidades de convertir esta insurgencia en un catastrófico final para gobierno reaccionario de Macron.
En primer lugar, en estos momentos Francia sigue bajo la crisis económica producida por la pandemia, una crisis que ha sido potenciada por las macroeconomías protegidas por el Estado francés (léase bancos, multinacionales, y todo tipo de sociedades financieras), para hundir aún más las frágiles economías familiares que sostienen su sistema económico.
En otras latitudes, especialmente los países del Este, la crisis de la pandemia, aunque ha abierto brechas muy serias en la economía, no ha empobrecido tan brutalmente la calidad de vida de sus poblaciones. En Europa, los gobernantes han trabajado arduamente para conseguir imponer a sus poblaciones las criminales condiciones económicas y laborales del neoliberalismo. En Francia, como en el Madrid de Ayuso (con sus vergonzosos negocios de favoritismo en la adquisición de material sanitario) o en la Inglaterra de Boris Johnson (con sus bacanales organizadas en el diez de Downing Street), la pandemia ha servido para dejar a los políticos con el “culo al aire” y demostrar a la población los inadmisibles privilegios de que hacen gala bajo su condición de gobernantes “democráticos”.
En segundo lugar está la sistemática represión que todos los gobiernos de Occidente han desatado frente a las masivas protestas populares que se han levantado contra las brutales condiciones de vida que pretenden imponerles. Estas condiciones han movilizado a una población empobrecida que hasta ahora se había mostrado sumisa y obediente. La inadmisible brutalidad que las policías de toda Europa han desatado contra el derecho de la población a protestar, ha puesto en guardia a estas poblaciones contra los abusos del Estado de que son objeto.
En tercer lugar tenemos la innecesaria brutalidad que los cuerpos represivos han desatado a la hora de castigar a manifestantes pacíficos que sólo pretendían hacer valer su derecho a la libertad de expresión. En este sentido, el liderazgo europeo en materia de represión de derechos civiles que hasta ahora mantenía el gobierno “psoista” de Pedro Sánchez, se ha visto desbordado por la represión del gobierno de Macron en Francia. La muerte de Nahel, un joven de origen magrebí que trabajaba como repartidor de comida, sin antecedentes penales y que fue tiroteado por un policía francés, ha añadido indignación y ha potenciado las protestas laborales.
En cuarto lugar está la vergonzosa sumisión del gobierno francés a la patética NATO y a sus planes de prolongar interminablemente la guerra de Ucrania. Esta sumisión de Macron está llevando al país a una situación política insostenible y a un despilfarro inaceptable de recursos económicos. Recientemente el ministro de Defensa francés ha entregado armamento al gobierno nazi-ucraniano por valor de 200 millones de euros, un dinero que ha sido sustraído al pueblo francés de sus presupuestos de Sanidad, de su Educación y de su Bienestar Social.
Y existe un quinto dato, éste aún más inquietante y también más esperanzador que los anteriores. Según informes policiales, las movilizaciones son organizadas y protagonizadas por población menor de edad. De los más de 1.300 detenidos en los disturbios provocados a lo largo de toda esta semana, existe una gran incidencia de menores de 17 años. Gracias a su experto manejo de las redes sociales, estos jóvenes menores de edad han articulado las protestas a través de internet. La policía francesa está desesperada por identificarlos y reclama una urgente colaboración ciudadana; colaboración que hasta ahora ha sido prácticamente inexistente. Desesperados por localizar a estos menores y neutralizarlos, los grupos represivos de la Sûreté National trabajan incansablemente. La mayoría de los padres, cuando son requeridos, ocultan a la policía dónde se encuentran sus hijos o, directamente, se niegan a colaborar con la “Gestapo” que visita sus hogares familiares en busca de los menores “subversivos”.
Como medida insólita, algunas ciudades francesas han decretado el toque de queda para los menores de edad, pretendiendo de esta forma que nuevos jóvenes se sumen a las protestas. Esta espontánea, revolucionaria y desbordante nueva generación de adolescentes franceses, se muestra como admirablemente organizada, insólitamente operativa y, lo que es más importante, apoyada por el resto de la población francesa; una población que cada día está más comprometida con las legítimas aspiraciones a un mundo mejor por las que luchan sus futuras generaciones.
Las manifestaciones callejeras que, contra el anacrónico absolutismo de su presidente Enmanuel Macron, se dan en estos momentos en Francia, la convierten en un polvorín a punto de explotar.
En la histórica fecha del 14 de julio de 1789 el pueblo francés se levantó contra una degenerada disnatía borbónica que mantenía a su pueblo hambriento y la decapitó sin ningún escrúpulo. El gobierno francés parece querer repetir de nuevo la historia, sin darse cuenta de que en las legítimas aspiraciones a los históricos valores revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad que ahora el pueblo reclama, no hay marcha atrás… “La commune est encore en lutte”.
Tomás F. Ruiz
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