Francia se prepara para las elecciones del malestar europeo

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Lo del próximo domingo en Francia es más que la primera vuelta de unas presidenciales que se decidirán el 7 de mayo. Esta presidencial es una prueba de lectura general sobre el fenómeno de la mundialización desgraciada, el concepto del joven politólogo francés Thomas Guénolé. Se trata del malestar social y nacional ante los cambios fundamentales acumulados desde hace más de una generación por una globalización al servicio del dinero que atraca a sectores sociales y ámbitos geográficos enteros. Han tenido que pasar casi diez años desde el inicio de la gran crisis del capitalismo neoliberal para que la bestia despierte.

Las sociedades comienzan a rebelarse contra sus élites. Desde Filipinas hasta Estados Unidos, pasando por el Brexit y las pequeñas novedades en diversas naciones europeas, se manifiestan los síntomas de sociedades con ganas de largarlo todo. Es una situación que desconcierta a la clase política y a los expertos a su servicio: los mecanismos existentes de organización y funcionamiento de la vida social parecen agotados. Ante esa realidad aparecen personajes destructores como el filipino Rodrigo Duterte y el americano Donald Trump. Aparecen también intentos de continuar con lo mismo a base de meros cambios de figuras.

En las elecciones francesas están los dos escenarios: la ruptura destructiva de Marine Le Pen, y el aparente cambio para continuar con lo mismo del exministro de Economía del presidente François Hollande, Emmanuel Macron. Lo más probable es que ambos panoramas electorales no impidan, sino que profundicen, la crisis sistémica. Pero hay un tercer camino, hasta ahora frustrado en Europa, y que se va a medir a partir del domingo en Francia: la aparición de liderazgos transformadores que recojan ese amplio sentir de revuelta y lo dirijan hacia vectores constructivos altermundistas.

Bernie Sanders fue la oportunidad perdida en Estados Unidos. Syriza fracasó por miopía y fue derrotada. Podemos se quedó en un ambiguo medio camino enredado en instituciones sin mayoría o con reducido poder local. En el Reino Unido asoma Jeremy Corbyn, e Italia se inquieta con tanteos en la misma dirección. Ahora es la hora de que la Francia Insumisa, el movimiento del republicano social-ecologista Jean-Luc Mélenchon, pase el mismo examen.

Los cinco años de Hollande han tenido el mérito de la clarificación. Parecen haber convencido a amplios sectores de la sociedad francesa de que el Partido Socialista era de derechas. Las tenaces protestas contra su reforma laboral de la pasada primavera estuvieron lejos de ser un levantamiento nacional. Sin embargo, más de un 60% de los franceses las apoyaron en las encuestas. Ahí está reflejada la mayoría social de la transformación constructiva que el domingo se medirá en las urnas. Ocurra lo que ocurra, la corriente transformadora parece haberse puesto en marcha en Francia, el país que, por su potente tradición social y la intensidad de su malheur (descontento ), está en el mismo centro de la crisis europea. Pase lo que pase, las elecciones francesas no serán desenlace, sino inicio. Y todo apunta a que ese inicio será agitado.

Las encuestas dan cuatro posibles finalistas con una intención de voto cercana al 20%. Es algo sin precedentes. Durante medio siglo, dos partidos dominantes, uno socialista y otro conservador, concentraron el 80% del voto en este país. En los últimos 30 años, desde el inicio de la opción por la mundialización liberal de François Mitterrand en 1983, esos dos partidos compartieron, en el marco de la construcción europea, diversas intensidades del mismo programa socio-económico. Poco a poco se diluyó la diferencia entre izquierda y derecha y también cierta idea de Europa, porque la integración europea fue siempre el marco de aquel programa común de las izquierdas y las derechas institucionales que fue vaciando la soberanía de Francia.

La mayoría de los franceses están hartos de la Unión Europea –en el 2005 votaron con un 54% contra los actuales tratados contenidos en la Constitución y se les ignoró–, pero, bien por encima del 60%, no quieren romperla sino transformarla. La actual eclosión política francesa es el resultado de todo eso. Y la consecuencia es mucha fragilidad.

Sea quien sea, el próximo presidente francés se impondrá con el 25% de los votos. En el mejor de los casos y gracias al sistema mayoritario, tras las legislativas de junio su gobierno contará con una engañosa mayoría en la Asamblea Nacional que tendrá en contra a tres cuartas partes del electorado. A eso se suma el hecho de la fragilidad personal de los cuatro presidenciables.

Con François Fillon, el candidato conservador, Francia tendría un presidente sospechoso de ser un perfecto caradura que empleó ficticiamente a su mujer y sus hijos durante una década para redondear cuantiosos ingresos familiares. Fillon ha sido imputado (lo que todavía no es una condena) por estafa y malversación de fondos públicos. Ese estigma y la imputación judicial de su mujer (que, a diferencia de él si llegara a la presidencia, carecería de inmunidad), le perseguiría durante todo su mandato. ¿Cómo reducir medio millón de funcionarios y bajar impuestos a los ricos y acometer su reforma thatcheriana desde tal estigma? La borrasca está garantizada.

Con la ultraderechista Marine Le Pen, que está siendo la presidenciable más insulsa y ausente de esta campaña, se daría paso al Elíseo a un personaje de una enorme inconsistencia. Sus únicas ideas son la fobia a los varios millones de franceses de origen magrebí (una perspectiva casi de guerra civil) y la ilusión autárquica en economía. También en este caso la contestación, animada por la vergüenza nacional de haber catapultado a la ultraderecha a la presidencia, está asegurada.

Con el joven Emmanuel Macron se anuncia un supuesto mucho menos demoledor, pero igualmente desgastador y chocante: un más de lo mismo bajo la apariencia de lo nuevo. Ningún candidato personifica tantas etiquetas y tantos apoyos y favores del sistema –tanto en Francia como en Europa– como Macron. Que el candidato de Hollande, del ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble y de las propias finanzas se presente como una ruptura será siempre difícil de tragar. La continuidad del programa liberal-europeísta se hará con él aún más difícil.

Con Jean-Luc Mélenchon el país se internará en una aventura altermundista de cambiar Europa y transformar la República con un proceso constituyente. Ambas cosas exigen una energía y una movilización social extraordinarias, hoy fuera de toda visión, y deberán realizarse simultáneamente. Sin apoyos mayoritarios, tal presidencia se enfrentará a una suma de hostilidades internas y externas aplastante. Así, parece que todos los presidentes serán débiles, independientemente del vector que apunten.

Rafael Poch

Rafael Poch: Corresponsal en París de La Vanguardia.

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