¿Frontera de hospitalidad o de rechazo?

Desmontar los tópicos creados en relación con los migrantes centroamericanos sería una tarea interminable porque no parecen tener fin los intentos de criminalizar y satanizar a esas miles de personas que huyen desesperadamente de la violencia y de la miseria, generalmente con toda la familia.

La narrativa dominante, alentada por el presidente Donald Trump, con el aplauso de supremacistas blancos y de todo el espectro reaccionario que va desde grupos neofascistas hasta fundamentalistas religiosos, no deja espacio para la compasión, menos aún para la hospitalidad y la solidaridad.

Con la política migratoria seguida por Trump, Estados Unidos muestra al mundo un feo rostro de soberbia y egoísmo, impasible ante la angustia de miles de familias cuyos derechos humanos fueron violados en sus países de origen y son violados recurrentemente a través de todo el trayecto hasta la frontera con Estados Unidos, sólo para encontrar, al término del viaje, que se las despoja de toda esperanza de una vida mejor.

Se señala como responsables únicos de la tragedia a los políticos corruptos centroamericanos, como si no existiese un telón de fondo de saqueos neocoloniales, de dictaduras militares auspiciadas desde Washington, de extremas desigualdades sociales, de no menos extremas desigualdades económicas entre esos países pobres y el país que pretende ser el más poderoso del planeta, e incluso de serviles componendas de esos mismos políticos corruptos con las corporaciones extranjeras.

El neoliberalismo sustituye la cultura de hospitalidad e inclusión por una anticultura de rechazo y exclusión fundada en estereotipos y prejuicios. Donde impone su ideología, el sentimiento de comunidad se desmorona. Es una fuerza centrífuga que induce a la diáspora.

Recordemos de paso, que la frontera sur no siempre estuvo en el lugar donde está ahora, sino que en determinada época histórica estuvo mucho más al norte y se corrió hacia el sur mediante el uso de la fuerza militar, como atestigua todavía la toponimia de extensos territorios.

Debemos considerar a los migrantes centroamericanos, en primer término, como personas vulnerables, que sufren y han sufrido mucho, que han vivido con la angustia de la extrema pobreza y del miedo que se genera cuando el ambiente es hostil y deshumanizado. No olvidemos, por tanto, que ese migrante pobre y desamparado es también nuestro hermano. Si le cerramos las puertas de nuestra casa, si lo dejamos sin opciones ni salidas, si lo acorralamos, ¿podemos condenarlo porque realice acciones desesperadas?

No es la altura ni el grueso de los muros, ni el filo de las concertinas, ni la parafernalia tecnológica de equipos de vigilancia y represión, ni tampoco la desinformación mediática, lo que puede detener las oleadas de migrantes, tanto en este como en otros continentes. Porque no se trata sólo de la versión americana de migraciones forzadas por el hambre o las guerras, sino de algo mucho más profundo y de colosales alcances. Junto con situaciones similares en Europa y otras partes del mundo, asistimos a las primeras manifestaciones del fracaso del sistema capitalista a escala planetaria. La humanidad está pidiendo a gritos un nuevo orden mundial sin las injustas y enormes desigualdades existentes, sin masacres ni dilapidación de recursos en guerras interminables que sirven solamente para sostener el hegemonismo de los más poderosos, sin la destrucción de los recursos naturales y del medio ambiente, sin privar a una gran parte de nuestros semejantes del derecho al trabajo, a la salud, a la educación, y a la vida.

Siguiendo el pensamiento martiano, diríamos que la primera ley de este nuevo orden mundial debiera ser el respeto absoluto a la dignidad plena del hombre.

Se ha definido el capitalismo como un sistema en el cual cada vez son menos los que tienen más y son más los que tienen menos, y hemos llegado a un punto crítico en que ya unos pocos lo tienen todo y casi todos poseen casi nada. ¿Cómo puede ser viable este sistema?, ¿qué fue del legado humanista de los padres fundadores de esta nación?, ¿a dónde fue a parar aquella hermosa tradición judeo-cristiana del destino universal de los bienes y del derecho de todos los seres humanos a la felicidad y a la vida? Creo que ésta es la mayor e insalvable contradicción del capitalismo como sistema.

Mientras el discurso oficial construye la hostilidad hacia el migrante y se aleja de la tradición humanista y solidaria, el racismo crónico estadounidense, habitualmente difuso, estructural, de aparente baja intensidad, pasa a una nueva fase aguda de pronóstico sombrío que cierra el paso a la racionalidad. Lo que suceda en la frontera sur va más allá de poner a prueba una política migratoria, o la falta de una política migratoria, porque marcará la pauta de futuras acciones del gobierno de Estados Unidos. Será necesario cuestionar el concepto mismo de frontera, los intereses que ésta sirve, el orden económico y social que protege.

Salvador Capote

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