Fukushima, expansión de la ‎pandemia nuclear

El arte de la guerra

La actividad nuclear civil se ha vuelto todavía más contaminante que su rama militar, ‎sobre todo porque ciertos industriales no vacilan en tratar de enriquecerse ignorando ‎las estrictas normas de seguridad que deben acompañar su uso. ‎

Por no tratarse del Covid, prácticamente nadie ha hablado de esta información: Japón echará ‎al mar más de un millón de toneladas de agua radioactiva de la central nuclear de Fukushima. ‎

El catastrófico accidente de Fukushima tuvo lugar debido al tsunami del 11 de marzo de 2011, ‎que embistió la costa nororiental de Japón, sumergiendo la central y provocando la fusión de los ‎núcleos de 3 reactores nucleares. La central nuclear de Fukushima había sido construida en la ‎costa, sólo 4 metros por encima del nivel del mar y con barreras rompeolas de 5 metros de ‎altura, en un lugar donde los tsunamis pueden producir olas de 10 a 15 metros de altura. ‎

Además, hubo graves carencias en el control de las instalaciones por parte de TEPCO, la compañía ‎privada encargada de manejar la central: en el momento del tsunami, los dispositivos ‎de seguridad no funcionaron. Para enfriar el combustible nuclear fundido, se ha estado ‎bombeando agua a través de los reactores durante años. ‎

Esta agua radioactiva se ha estado almacenando en ‎la central en más de 1 000 tanques. Esos tanques contienen hoy 1,23 millones de agua ‎radioactiva. Ahora, TEPCO está construyendo más tanques… que también estarán llenos ‎a mediados del año 2022. Como tiene que seguir bombeando agua a través de los reactores ‎dañados, TEPCO –en común acuerdo con el gobierno [japonés]– ha decidido echar al mar la que ‎ya se había acumulado hasta ahora, después de filtrarla para hacerla menos radioactiva –sin que ‎se sepa el grado de eficacia de tal medida– mediante un proceso que durará 30 años. ‎

Pero también habrá que ocuparse de los lodos radioactivos acumulados en los filtros de ‎descontaminación –igualmente almacenados en miles de contenedores– así como de enormes volúmenes ‎de tierra y de otros materiales radioactivos. ‎

La propia compañía TEPCO reconoce como particularmente grave la fusión ocurrida en el ‎reactor 3, cargado con MOX, [un tipo de combustible nuclear que es] una mezcla de óxidos de ‎uranio y de plutonio, mucho más inestable y radioactivo. El MOX utilizado en ese reactor –y ‎también en otros reactores japoneses– se produce en Francia [1] con desechos nucleares provenientes de Japón. ‎

Greenpeace ha denunciado los peligros que representa el hecho de transportar ese combustible ‎nuclear de plutonio a través de decenas de miles de kilómetros. Greenpeace también ha ‎denunciado que el uso del combustible nuclear llamado MOX favorece la proliferación del ‎armamento nuclear ya que es fácil extraer el plutonio que contiene y porque en el ciclo de ‎explotación del uranio no existen parámetros que permitan diferenciar claramente la naturaleza ‎civil del material fisible de su carácter militar. ‎

Hasta este momento se han acumulado en todo el mundo –según estimados de 2015– unas ‎‎240 toneladas de plutonio considerado de uso militar directo y 2 400 toneladas destinadas al uso ‎civil, pero que podrían ser utilizadas en la fabricación de armas nucleares, así como ‎‎1 400 toneladas de uranio altamente enriquecido de uso militar. ‎

Bastarían unos cientos de kilogramos de plutonio para provocar cáncer de los pulmones a los ‎‎7 700 millones de habitantes del planeta y el plutonio sigue siendo letal por un lapso de tiempo ‎equivalente a casi 10 000 generaciones de humanos. ‎

O sea, por primera vez en su historia, la humanidad ha acumulado un potencial destructivo capaz ‎de hacerla desaparecer de la faz de la Tierra. ‎

Los bombardeos atómicos contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki; las más de 2 000 ‎explosiones nucleares experimentales realizadas en la atmósfera, bajo el mar o bajo tierra; la ‎fabricación de ojivas nucleares cuya potencia equivale a más de un millón de bombas como ‎la utilizada contra Hiroshima; los numerosos accidentes con armas nucleares y los numerosos ‎accidentes ocurridos en instalaciones nucleares civiles o militares han provocado una ‎contaminación radioactiva que ha afectado cientos de miles de personas.‎

Parte de los 10 millones de personas que mueren de cáncer cada año en todo el mundo –cifra ‎debidamente documentada por la Organización Mundial de la Salud (OMS)– puede atribuirse a los ‎efectos a largo plazo de las radiaciones nucleares. ‎

En 10 meses –también según los datos de la OMS– el Covid-19 ha provocado en todo el mundo ‎alrededor de 1,2 millones de fallecimientos. Sin subestimar esa cifra, hay que decir que ‎no justifica el hecho que los medios masivos de difusión –sobre todo la televisión– no hayan ‎informado que más de un millón de toneladas de agua radioactiva de la central nuclear de ‎Fukushima será vertido en el mar, lo cual implica que entrará en la cadena alimenticia y ‎provocará un incremento de las muertes por cáncer. ‎

Nota de la Redacción:

‎“El [combustible nuclear] MOX para los reactores japoneses se produce en Francia, a partir de ‎los desechos nucleares enviados desde Japón. Desde la instalación de tratamiento de Orano (la transnacional ‎francesa antes conocida como Areva), situado en Beaumont-Hague, en la región francesa de ‎Normandía, el combustible (que contiene plutonio) se lleva, en un trayecto terrestre de un millar ‎de kilómetros, hasta la instalación de Melox [filial de Orano], en el complejo nuclear de Marcoule (situado en la región francesa de ‎Gard), donde se fabrican las barras de combustible. Estas últimas se transportan de nuevo hasta ‎la instalación de Beaumont-Hague, donde se organiza su traslado [a Japón]. Los contenedores ‎‎[cargados con el combustible nuclear MOX] se trasladan entonces [por carretera] hasta el puerto ‎francés de Cherburgo y se embarcan en navíos que zarpan hacia Japón, bajo la custodia de ‎hombres armados hasta los dientes. ‎

Greenpeace denuncia los peligros que se derivan del transporte de ese combustible a base de ‎plutonio a través de decenas de miles de kilómetros por tierra y mar, ya que nadie puede ‎prever qué pasaría en caso de accidente. Greenpeace denuncia también el hecho que el MOX ‎favorece la proliferación del armamento nuclear ya que es posible extraer fácilmente el plutonio ‎que contiene. Prácticamente ningún gobierno presta atención al llamado de alerta de esta ‎asociación. Recurriendo a la Corte de Arbitraje de La Haya en 2003, el gobierno de Irlanda trató ‎inútilmente de obtener el cierre de la instalación de retratamiento de Sellafield, en Inglaterra –‎también utilizada para tratar parte de los desechos nucleares japoneses– señalando que constituye ‎una fuente de contaminación radioactiva para el Mar de Irlanda y todo el Atlántico Norte. ‎

Tampoco se prestó atención a la alerta, lanzada en Francia en 2017, por la Autoridad de ‎Seguridad Nuclear (ASN) sobre la instalación de Areva (actualmente Orano) en Beaumont-Hague. ‎Según la Autoridad de la Seguridad Nuclear de Francia la protección de esa instalación ante el ‎peligro de explosión nuclear es insuficiente. En ella se concentra la mayor cantidad plutonio y de ‎otros materiales radioactivos de toda Europa. Un accidente en esa instalación tendría ‎consecuencias catastróficas para toda Europa.”‎

  • Esto es un pasaje del libro de Manlio Dinucci, Guerre nucléaire. Le jour d’avant. Qui nous conduit à la ‎catastrophe et comment [En español, “Guerra nuclear. El día anterior. Quién nos lleva a la ‎catástrofe y cómo”], Zambon Editore, que será publicado próximamente en francés por Éditions ‎Delga, en París.‎ ‎

Manlio Dinucci

Manlio Dinucci: Geógrafo y politólogo. Últimas obras publicadas: Laboratorio di geografia, Zanichelli 2014 ; Diario di viaggio, Zanichelli 2017 ; L’arte della guerra / Annali della strategia Usa/Nato 1990-2016, Zambon 2016.

Artículo original en italiano:

Fukushima, dilaga la pandemia nucleare, publicado el 3 de noviembre de 2020.

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio.

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Sobre el Autor

Manlio Dinucci est géographe et journaliste. Il a une chronique hebdomadaire “L’art de la guerre” au quotidien italien il manifesto. Parmi ses derniers livres: Geocommunity (en trois tomes) Ed. Zanichelli 2013; Geolaboratorio, Ed. Zanichelli 2014;Se dici guerra…, Ed. Kappa Vu 2014.

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